Afganistán

Carta de una joven desde Kabul: "¿Por qué he nacido en un país donde ser mujer es un lastre?"

Una periodista explica cómo su libertad se ha ido restringiendo en los últimos cuatro años hasta quedarse encerrada en casa, sin poder hacer nada

KabulLos últimos cuatro años han parecido siglos. Desde que los talibanes recuperaron el poder en Afganistán el 15 de agosto del 2021, han aprobado decenas de decretos para controlar los cuerpos y las vidas de las mujeres: desde la educación hasta el trabajo, desde los movimientos por la ciudad hasta la forma de vestir y el comportamiento. Ser mujer significa tener restricciones. Miles de sueños se han desvanecido.

Soy una periodista de 25 años que vive en Kabul y que se graduó en la universidad en 2022. Durante los primeros meses de los talibanes en el poder, las mujeres todavía podíamos estudiar en las universidades pero bajo estrictas condiciones: no podíamos tener profesores hombres, ni compartir aula con nuestros compañeros varones, y teníamos que ir con la cara tapada. Presenté mi trabajo de final de grado en esa época. Solo una semana después de licenciarme, las puertas de la Universidad de Kabul se cerraron para las mujeres.

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Empecé mi carrera profesional en 2019 trabajando a tiempo parcial en un medio de comunicación estatal. Cuando los talibanes llegaron al poder, sin embargo, prohibieron a las mujeres trabajar en los medios públicos y me quedé sin trabajo. A pesar de eso después de graduarme conseguí que me contrataran como reportera en un medio privado. Sin embargo, entonces el periodismo en Afganistán ya había empezado a hacer aguas, sobre todo para las mujeres.

Las mujeres periodistas teníamos que trabajar con la cara tapada, no podíamos compartir plató con el entrevistado si era un hombre, en algunas provincias se prohibió las voces femeninas en la televisión y la radio, y se nos advirtió que no podíamos hacer preguntas comprometidas. Antes de los talibanes, las reporteras podíamos ir a las ruedas de prensa, pero después se nos fue excluyendo de forma paulatina hasta que nos lo prohibieron completamente.

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Las entrevistas cara a cara con representantes talibanes también eran imposibles de conseguir para nosotras. La única opción era solicitar respuestas de vídeo pregrabadas o enviar las preguntas por WhatsApp, que muchas veces nunca eran contestadas. Hacer preguntas críticas en los programas en directo podía acarrear el despido o aún peor, el arresto. E informar sobre temas delicados era también un riesgo. A mí me detuvieron en dos ocasiones: una mientras cubría una protesta de mujeres y otra cuando informaba sobre una manifestación de pensionistas. En ambos casos, los talibanes me advirtieron de que no podía informar sobre estos temas.

Censura y miedo

Con el anterior gobierno, aunque con muchos retos, podíamos preguntar, investigar, denunciar. Informábamos sobre la corrupción, la pobreza, la guerra e incluso criticábamos a los políticos. Hoy en día todo eso es imposible. La autocensura y la censura generalizadas, y el constante miedo a ser detenido han convertido a los medios de comunicación en un instrumento sin voz. Según el Centro de Periodistas de Afganistán (AFJC), al menos veinte reporteros han sido detenidos este año. Muchos de mis compañeros se han ido del país.

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La presión de los talibanes, el recorte de la ayuda internacional y la falta de financiación han obligado a muchos medios a cerrar o a operar con un personal mínimo. Muchas cadenas de TV también han desaparecido en el último año porque los talibanes han prohibido las imágenes de cualquier ser vivo en diecinueve de las treinta y cuatro provincias del país.

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Hace pocos meses, debido a los recortes de personal, me despidieron del medio en el que trabajaba. El trabajo para mí era una manera de amplificar la voz de quienes no tienen voz y perderlo supuso un duro golpe. Había días que no quería salir de mi habitación, ni hablar con nadie, ni siquiera seguir las noticias. Siempre he estudiado o he trabajado. Ahora, de repente, todo se detenía. Ni clases, ni trabajo, ni esperanza. Estar en casa me parecía estar en una cárcel. A menudo me preguntaba por qué había nacido en un país en el que ser mujer es un lastre.

Sin embargo, me he intentado rehacer. He leído libros de autoayuda, he escrito mis pensamientos y en los últimos días he empezado a buscar cursos online de idiomas y diseño gráfico. Ahora la única forma que las mujeres podemos estudiar en Afganistán es a través de cursos online porque los talibanes también nos han prohibido la educación. Sin embargo, eso tampoco es fácil por la mala calidad de internet, el elevado coste y los cortes constantes del suministro eléctrico. Antes soñaba con hacer un máster, ahora no sé si alguna vez será posible.

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La policía de la moral

Pero la presión va más allá del trabajo y del periodismo. No hay ningún decreto oficial que prohíba a las mujeres salir a la calle, pero la presencia de la policía de la moral ha generado una atmósfera de miedo en Kabul, sobre todo desde el pasado junio. Decenas de mujeres han sido detenidas en las últimas semanas, según el canal de TV Afghanistan International. Los policías de la moral llevan batas blancas como si fueran médicos y controlan la manera de vestir y andar de las mujeres, e incluso sus caras y sonrisas. Llevar burka no es obligatorio, pero las mujeres debemos cubrirnos la cara con un velo o con una mascarilla.

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Hace pocos días, yo misma vi en Kabul a dos chicas que fueron obligadas a subir a un vehículo a punta de fusil porque se les veía un poco el pelo. Aunque se resistieron, los talibanes las arrastraron dentro del vehículo. El incidente me impactó tanto que no salí de casa durante días.

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A todo esto hay que añadir la crisis económica que ahoga al país. Jóvenes con grados universitarios y sueños son ahora vendedores ambulantes. Encontrar trabajo es imposible, tanto si eres hombre como mujer. Durante los últimos cuatro meses, he buscado trabajo en todo tipo de medios, pero no he encontrado ni una sola vacante. También he contactado con medios internacionales, pero Afganistán parece haber desaparecido del radar mundial. Ya no interesa nuestra voz.

Sin trabajo ni posibilidad de estudiar, parece que la única opción que nos queda a chicas como yo es casarse. Mi familia insiste en ello desde que me quedé sin trabajo. No sólo por razones culturales y de tradición, sino porque tienen miedo. Hay rumores, aunque no confirmados y yo nunca lo he visto en Kabul, que los talibanes fuerzan a jóvenes solteras a casarse con ellos. Esto también ha limitado mi libertad. Mi familia quiere ahora que esté siempre en casa. Si quiero salir, debo pedir permiso o ir acompañada de mi hermano pequeño.

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Sin embargo, no pierdo la esperanza. Sigo siendo periodista, aunque no tenga ninguna plataforma, ni micrófono, ni redacción alguna. Porque el periodismo para mí es el compromiso con la verdad y la urgencia de contar historias que importan. El silencio sobre Afganistán en el mundo no es sólo indiferencia. El silencio frente a la opresión es complicidad.