Casarse en medio de una guerra

El conflicto hace que muchas parejas de hecho decidan ahora contraer matrimonio en la capital ucraniana

Enviada especial a KievNadie pronunció las míticas palabras “os declaro marido y mujer”, ni tampoco hubo invitados, ni banquete de boda. Roman Kunichak y Natalia Nosach esperan en el vestíbulo del registro civil del distrito de Shevchenkivskyi en Kiev, la capital ucraniana. Es una sala sobria y pequeña, con un par de bancos y unos cuantos cuadros en la pared. Una funcionaria malhumorada les pide el documento de identidad y desaparece después en una oficina. Al cabo de un rato vuelve y les solicita que firmen este documento y este otro, y les entrega un certificado. Ya están casados. Así de austero y de frío. Roman tiene 45 años y trabaja en una compañía de gas. Natalia tiene 44 y se dedica al marketing. Hace 22 años que son pareja y tienen dos hijas, de 20 y 14 años. A pesar de eso, han decidido casarse justo ahora, en medio de una guerra.

Viktoria, otra funcionaria que parece bastante más amable, explica que continúan habiendo tantos casamientos en Kiev ahora, con la guerra, que como antes. La única diferencia es que antes los futuros cónyuges tenían que pedir cita con una antelación de 30 días para formalizar el casamiento en el registro civil, y ahora no. Se pueden presentar el día que quieran y a la hora que deseen siempre que sea en horario de oficina. En las iglesias ortodoxas de Kiev no hay ninguna boda programada para estos días, pero no debido al conflicto, sino porque es tradición no casarse durante la Cuaresma.

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“El 23 de marzo cayó un proyectil en el jardín de nuestra comunidad de vecinos”, explica Roman para justificar que él y la mujer con quien lleva casi media vida hayan dado el paso de casarse ahora. “Es que nos queremos mucho”, comenta ella, intentando sacar importancia a la razón que les ha llevado hasta el registro civil. “Todos los coches de la calle quedaron destrozados y también las ventanas de los pisos de la primera, segunda y tercera planta. Nosotros, por suerte, vivimos en un noveno”, continúa explicando él. Según dice, en Ucrania las parejas de hecho tienen los mismos derechos que las casadas. Sin embargo, prefieren contraer matrimonio: “Por si acaso, nunca se sabe qué puede pasar”.

En el momento que la funcionaria les entrega el certificado de matrimonio, Natalia se pone una bonita diadema de flores de color rosa y granate que le hace conjunto con el vestido. También se cubre un antebrazo con una especie de tapete bordado que, según explica, es tradicional en Ucrania. Su hija mayor, Olga, inmortaliza el momento con unas cuantas fotografías. La pequeña no está, la enviaron a casa de los abuelos, que viven en un lugar del país que hasta ahora no ha sido bombardeado. “Nos gustaría ir a un restaurante a celebrarlo, pero no sabemos cuál está abierto –afirman–. Por suerte tenemos una botella de vino tinto y otra de vodka en casa”.

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Cambios en la capital

Desde que las tropas rusas se retiraron de las afueras de Kiev y las fuerzas ucranianas recuperaron el control de municipios ahora tan tristemente conocidos como Bucha e Irpín, la capital parece que empieza a revivir. Algunos establecimientos han reabierto, se ve más gente por la calle, hay más circulación de coches, las tiendas vuelven a vender bebidas alcohólicas, y el toque de queda ahora es de nueve de la noche a seis de la mañana, y no de ocho a siete como antes. De hecho, las sirenas antiaéreas apenas suenan una vez al día. Con todo, la ciudad no es el Kiev de antes.

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Precisamente por eso Alexander Hrechanyi y Olena Kolot han cambiado sus planes radicalmente. Tenían previsto casarse en marzo, celebrarlo como es debido e ir de viaje de boda a Portugal. También están en el registro civil esperando a que la funcionaria haga los trámites pertinentes para convertirse en marido y mujer. Se les ve súper enamorados: no paran de abrazarse y de hacerse mimos. Ella es gerente financiera, viste un bonito vestido de color verde y lleva un aromático ramo de rosas blancas. Él es empresario y luce un jersey que hace conjunto con la indumentaria de ella. Los dos tienen 45 años.

“Quería darle una sorpresa a Olena. Encargué los anillos en una joyería, pero cerró por la guerra y nunca los pude recoger”, lamenta Alexander. Así que han tenido que improvisar. Olena viajó hace unos días a Polonia para llevar a su hijo, fruto de una relación anterior, y aprovechó para comprar otras alianzas. De hecho, en Polonia es donde tiene previsto volver después de la boda. Marchará de Kiev de aquí a solo 48 horas: es el poco tiempo que tienen para disfrutar de su matrimonio recién estrenado. "La situación aquí es demasiado peligrosa", argumenta él. “Espero poder volver pronto”, suspira ella. Una vez que ya tienen el certificado de casados en la mano, hacen el ritual de ponerse las alianzas y ellos mismos se toman las fotografías de boda con el móvil.

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Una pareja de abuelos también espera en el registro civil, pero para hacer otra gestión: dicen que tuvieron que huir con lo puesto de Irpín, la localidad a 8 kilómetros de Kiev que fue ocupada por los soldados rusos, y que dejaron atrás todos sus documentos. Prefieren mantener su nombre en el anonimato. “No podíamos aguantar más vivir bajo las bombas, así que decidimos que era mejor morir por el camino que allí”, declaran. Fueron evacuados el 13 de marzo a través de un corredor humanitario. “Un autocar de la Cruz Roja iba delante con los niños de un orfanato, y los coches particulares lo seguíamos detrás. A pesar de eso, continuaron disparando. Eran chechenos, hombres con barba larga”, aseguran. Al ver el goteo de parejas que no paran de llegar al registro civil para casarse, los dos abuelos también se animan a contraer matrimonio aunque no lo tenían previsto. Hace 37 años que viven juntos. “Así los rusos verán cómo estamos de unidos”, argumentan.