Crónica desde Kiev: mirar al cielo cada día
La capital de Ucrania se prepara para el peor escenario, con las tropas rusas acercándose hacia el centro de la ciudad
Kíiv (Ucrania)Varias barricadas antitanques y alambradas atraviesan la calle principal que da acceso a la plaza de la Independencia. Unos soldados piden documentación a todos los vehículos que la cruzan. Kiev ha cambiado mucho en muy poco tiempo. Hace un mes era posible comer en deliciosos restaurantes armenios o italianos y tomar una copa en un bar próximo a la famosa plaza, donde sonaba música en directo hasta altas horas de la madrugada. La ciudad estaba llena de vida y de gente, a pesar de que la cotidianidad ya coexistía con pequeños indicios de un clima de preguerra, como por ejemplo la aparición de locales donde se impartían clases de primeros auxilios o de manejo de armas y el hecho de que algunos comercios y tiendas ya estaban clausurados.
El aroma que se respiraba en la ciudad, a pesar de los inminentes acontecimientos, queda muy lejos de cómo es ahora la capital. Kiev se preparaba para el peor escenario, pero manteniendo la esperanza que no acabara de llegar. Pero finalmente se cumplieron los malos pronósticos. Hoy las tiendas están todas cerradas, solo alguno de los supermercados sobrevive abierto, cada vez con menos existencias y más inflación en los precios, con la particularidad extraordinaria de que en un país en guerra todavía se puedan utilizar las tarjetas bancarias. La ciudad está llena de barricadas y puestos de control, algunos con soldados muy nerviosos ante la proximidad de lo que les espera.
La capital se prepara para lo peor
Cada vez son más numerosos los coches calcinados en las calles, supuestamente propiedad de soldados rusos que se infiltran y que son ejecutados cuando intentan saltarse los controles policiales. Las colas se suceden ante los pocos cajeros que continúan funcionando, las gasolineras y las farmacias. Todo el mundo intenta aprovisionarse de lo más importante antes de que la batalla llegue al centro de la capital: dinero en efectivo, medicina, combustible y comida no perecedera. Los pocos peatones que se ven por las calles avanzan a paso rápido, con la mirada fija adelante y, cuando van acompañados, rara vez conversan entre sí. El ambiente es cada vez más angustioso.
En la frontera donde acaba la ciudad hay varias posiciones con trincheras excavadas ante grandes bloques de edificios. Algunas de estas barricadas están formadas con tranvías, autobuses y cemento. Otras con grandes montañas de neumáticos, con cócteles molotov a punto para ser utilizados, que tendrán como misión crear cortinas de humo que obstaculicen el avance. En los grandes edificios es posible ver, de repente, soldados entrando y saliendo, y por primera vez se ven tanques en la ciudad y vehículos artillados —vehículos de combate improvisado que incorporan cañones, ametralladoras u otros elementos de artillería—. También se oye de manera constante el sonido de las AK-47 en combates a corta distancia, cada día en diferentes partes de la ciudad.
Alexander es médico, como sus padres. Nos explica desde uno de los hospitales de Kiev que cada día hay combates a unos 200 o 300 metros de allí. "Como ves, las ventanas del hospital están todas cubiertas porque los francotiradores rusos a veces nos disparan", dice. No es que Kiev haya sido invadida ya, sino que hay grupos de saboteadores rusos que crean escaramuzas para sembrar el caos y el pánico. El cementerio militar de Kiev está lleno de minas después de sufrir algunos enfrentamientos, y ni siquiera los soldados del punto de control que hay justo delante quieren entrar. Se reconocen tumbas recientes, todas sin lápida y con flores que todavía no se han marchitado.
Desde hace dos días se oyen explosiones dentro de la ciudad, algunas de las cuales son de los sistemas de defensa que interceptan los misiles que se dirigen hacia la capital y otros son el impacto de los ataques, como los de estos últimos días en la zona periférica de Kiev. Afortunadamente, hay pocas víctimas mortales, puesto que no han sido impactos directos y también porque muchas personas han abandonado su casa y viven amontonadas en estaciones de metro, o han iniciado el éxodo hacia otros países como refugiados.
El sonido de las sirenas invade de nuevo la ciudad, como lo hace varias veces al día, pero todo el mundo, como si fuera la primera vez que las oye, dirige la mirada al cielo.