Fronteras, controles y discursos antiinmigración: la crisis permanente del espacio Schengen

BarcelonaLos controles temporales en las fronteras han vuelto esta semana a Alemania para intentar detener la llegada de demandantes de asilo desde Polonia y la República Checa. A pocas semanas de unas elecciones polacas cruciales, el escándalo por los sobornos a las embajadas y consulados de este país para la compra ilegal de visados no sólo ha encendido el rifirrafe electoral interno sino que ha abierto una crisis diplomática entre Varsovia y Berlín. Mientras, el líder del partido gobernante, Ley y Justicia, Jaroslaw Kaczynski, arenga a sus votantes para detener “la invasión”.

También el antiguo primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, y su partido Smer se han servido del discurso antiinmigración y de las acusaciones contra Hungría por el aumento de las llegadas de migrantes a sus fronteras para inflamar la campaña de las elecciones anticipadas celebradas este sábado. Después de las imágenes de la reciente llegada de miles de personas a la isla de Lampedusa, el gobierno austríaco se apresuró a anunciar que empezaría a hacer controles en su propia frontera con Italia. Una medida que, según los expertos, y sin más argumentos que el impacto de las imágenes, va en contra de los tratados y de la misma idea de Schengen.

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En 2022, una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que los controles fronterizos que periódicamente se imponen en Austria eran ilegales, precisamente por su carácter sostenido, mucho más allá de cualquier duración de precaución razonable.

Campo de batalla político

El debate migratorio en la Unión Europea hace tiempo que ha abandonado el terreno de la racionalidad, como escribía esta semana la periodista Sylvie Kauffmann en Financial Times. La Europa fortaleza, que en 1995 creó el área de libre circulación de Schengen, eliminó las fronteras internas en buena parte del continente, a cambio de sellar las externas. Pero 20 años después de lo que la Comisión Europea llegó a llamar “la joya de la corona de la integración europea”, la zona Schengen comienza a sumar una colección de episodios de crisis y reimposición de controles fronterizos. En ocasiones la sensación de amenaza es real, otras se busca enviar un mensaje de control. Sin embargo, sea por un motivo u otro –por la llegada de personas, por amenaza terrorista o por reforzar controles durante la celebración de cumbres internacionales–, la libre movilidad ha sufrido restricciones importantes todos estos años.

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En realidad, Schengen no es solo una zona para la libre circulación de personas, es un campo de batalla político; un acuerdo intergubernamental que ha acabado convertido en rehén de la voluntad de reafirmación de la soberanía nacional en tiempos de crisis. No es nuevo. Hace más de una década que la Comisión Europea batalla por tener la última palabra en la autorización para reintroducir los controles en las fronteras interiores de la UE. Muchos años antes de la llamada crisis migratoria de 2015, Bruselas ya reconocía que había que librar los acuerdos de Schengen de maniobras populistas. Pero en una Unión Europea donde proliferan las políticas simbólicas y los discursos divisivos, y donde el derecho a la movilidad, el asilo o el refugio han quedado secuestrados por las agendas electorales, el espacio Schengen se ha convertido en el símbolo perfecto para explicar la excepcionalidad y las contradicciones que tienen la Unión.