Muerte de Isabel II

Pícnic multitudinario al lado de Westminster en el último adiós a la reina

La ostentación exhibida durante el desfile del ataúd desde el Palacio de Buckingham hasta el Westminster Hall simboliza mucho más que la despedida de una era

LondresLa capilla ardiente de la reina Isabel II está abierta desde las 17.00 h (hora local) de este miércoles en el Westminster Hall, en las casas del Parlamento, en el centro de un Londres nada real, que solo o sobre todo existe en las pantallas de televisión de todo el mundo, a la cola del ejemplo de una BBC que, desde hace siete días, se ha convertido en un órgano de propaganda a la norcoreana.

Los despojos de la monarca permanecerán sobre un catafalco hasta el funeral de estado del próximo lunes, en la abadía de Westminster. En procesión desde el Palacio de Buckingham, Carlos III, su heredero, el príncipe de Gales, el resto de hijos de la reina –Ana, Andrés y Eduardo– y, entre otros, el nieto díscolo Enrique, duque de Sussex, han acompañado el ataúd a pie en la última vez que el cuerpo de Isabel II ha salido de la que era su casa desde hacía más de 70 años.

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The Mall, la gran avenida que une el palacio con Trafalgar Square, se ha visto poblada de repente de soldados de plomo. El cortejo fúnebre, solemne, pomposo, marcial, es y ha sido especialmente simbólico. El penúltimo acto. El principio del fin. Un adiós. A una era, sin duda. Y también a la institución de la monarquía. La británica es La Monarquía por excelencia; el resto, poco más que imitaciones, sin genes de pompa y circunstancia; tampoco sin tanta tradición detrás.

Pero todo es impostura, también la de los británicos. Formas, vestidos y trompetería no tienen origen en ningún ritual arcano y medieval, sino que se arraigan en costumbres de la época victoriana, cuando los ingleses del XIX tenían que enfatizar el poder de un imperio en expansión, y se inventan a sí mismos en un supuesto pasado inmemorial. Y no lo afirma este corresponsal caprichosamente, sino que lo ha explicado con todo tipo de ejemplos el historiador Eric Hobsbawm en un libro maravilloso, The invention of tradition, firmado, también, por Terence Ranger.

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Un chiste flota sobre Londres

Un chiste que puede parecer más bien irreverente y contra la tradición democrática británica flota sobre Londres estos días. "El país vive el entierro de Queen Jong-un", un juego de palabras con el nombre del presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, y la mencionada norte-coreanización, no solo de la cadena pública de referencia sino de toda la vida del país. Porque la voz crítica, la disensión, la broma, no está permitida. Y hay que mostrarse como un autómata e ir con cuidado con según qué comentarios se hacen en voz alta. Y hay que envolverse en el espejismo del dolor obligatorio y profundo por la pérdida de Isabel II, la abuela de todos los británicos, de todo el mundo.

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Y, aún así, aunque parezca que la vida ha quedado paralizada desde el pasado jueves, cuando se dio a conocer la noticia de la muerte de la reina, lo cierto es que más allá de las pantallas de las televisiones la existencia continúa.

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Pero no hay que negar la evidencia: son miles o quizás millones los ciudadanos que experimentan orfandad, tristeza, vacío o desconsuelo, convertidos en figurantes del decorado con el que se ha vestido el centro de Londres, desde Green Park hasta la abadía de Westminster, donde el lunes también se trasladarán unas doscientas delegaciones internacionales. (Las únicas que no han sido invitadas son las de Rusia, Birmania, Bielorrusia, Siria, Venezuela, Afganistán e Irán.)

Londres ya es Belfast

De repente, en pocas horas, se han cerrado puentes, se han vallado estaciones de metro y se han instalado, en principio de manera provisional, grandes portones metálicos en calles estratégicas, el mismo tipo de vallas gigantes y blindadas como las que todavía hoy en día se pueden ver en Belfast, donde separan las comunidades tradicionalmente enfrentadas hasta finales del siglo XX.

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Unas vallas que, disciplinadamente, sin manifestar ninguna extrañeza aparente por su presencia, se han apresurado a cruzar los más tempraneros, que querían coger posiciones en primera fila a lo largo del recorrido entre Buckingham y las casas del Parlamento. Y se han instalado dispuestos a digerir la larga espera, como quien espera en un punto concreto para ver pasar una etapa del Tour de Francia.

"Para formar parte de la historia", "para ofrecer mis respetos a la reina". Las razones de unos y otros, no muy excepcionales, se repetían a menudo cuando hacía preguntas. Y a menudo también se veían círculos de amigos, instalados en sillas para no agotarse antes de tiempo. El tradicional pícnic, este miércoles, ha tenido lugar sobre cemento –también en Hyde Park, donde había una pantalla gigante para ver el desfile–, pero el espíritu ha sido el mismo que preside una salida al campo con sándwiches de pan de molde de centeno con salmón ahumado y trozos de cangrejo de Cornualles.

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Así como las televisiones catalanas ofrecen cada aniversario señalado de los Juegos Olímpicos de Barcelona historias de parejas que se conocieron haciendo de voluntarios, la BBC de Corea del Norte ofrecerá, en un futuro, historias de parejas que se han conocido haciendo cola para entrar en Westminster Hall a presentar los respetos a la reina o durante el pícnic a la espera de ver pasar el cortejo fúnebre. Al fin y al cabo, lo que cuenta es enamorarse, y da igual dónde. Todo por la reina, para decirle adiós, la manera en la que también, de algún modo, los británicos se están diciendo adiós a ellos mismos.