Reino Unido

Plagas de ratas y palomas y riesgo de incendio: el Palacio de Westminster cae a pedazos

La renovación del histórico edificio del Parlamento británico es inaplazable y tendrá un coste astronómico

LondresEl estado de la democracia británica es más grave de lo que parece a primera vista. Y no sólo por el crecimiento de la ultraderecha y de un nacionalismo inglés de marcado tono racista y xenófobo. Desde el punto de vista simbólico, la situación también es alarmante. No existe democracia sin representación. Y no existe representación sin escenario. Y el Palacio de Westminster, sede del Parlamento –Cámara de los Comunes y de los Lores–, el mejor teatro de Londres con diferencia, por donde pasan un millón de personas al año, cae a pedazos. Literalmente. Y está plagado de ratones. Tanto, que algún diario, con el ingenio habitual de los tabloides británicos, habla de ello como TheMouse of Commons, es decir, la Casa de los Ratones o la Ratonera de los Comunes.

Para remediar la situación, anecdótica si se compara con los enormes problemas estructurales del edificio, antes de finales de año, en medio de un clima de estrecheces presupuestarias y de subidas de impuestos, los parlamentarios deberán decidir una de las tres opciones posibles que considera el plan de renovación y restauración del Palau. Se actualiza así el proyecto de 2016, que se dejó en el cajón porque el coste de entonces –entre 4.118 y 7.500 millones de euros– era prohibitivo saliendo de la crisis del 2008. El tiempo no ha hecho más que agravar la situación de Westminster. Y la factura ahora subirá mucho más.

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Con datos de 2022, los últimos de los que se dispone, el coste sería de entre 8.000 y 15.000 millones de euros, y podría tardar en completarse entre 19 y 28 años. Las opciones son: traslado a edificios cercanos mientras duren las obras –los Comuns irían al antiguo departamento de Sanidad; y los Lords, en el centro de conferencias Queen Elizabeth II–; un desalojo parcial, en el que los Comunes se quedan, pero los Lores se marchan y los diputados utilizan la cámara alta cuando la suya esté en obras; o una serie de reparaciones rotatorias que permitan que todo el mundo siga dentro. Esta última opción es la menos disruptiva, pero la más cara y lenta. Se calcula que sería necesario un presupuesto superior de entre el 40% y el 60%.

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El problema para el gobierno laborista es que aplazar la decisión de qué hacer ya no es factible. Hasta ahora, esto ha ocasionado un coste de 2,3 millones de euros al día, entre trabajos urgentes y estructurales, gasto que, sin embargo, sólo sirve para poner parches en el edificio a medida que se rompen tuberías, se queman cables y caen pedazos de piedra al suelo. Pasear por los patios interiores del recinto –el Cloister Court, el claustro de la capilla de san Esteban, junto a los Comunes– es ver una serie de redes preventivas destinadas a evitar una tragedia.

¿Colapso arquitectónico?

Sobre el edificio actual, de mediados del siglo XIX, levantado tras el incendio de 1834, pesa también una continua amenaza de incendio. En cualquier momento puede quemar como Notre-Dame, a juicio de los expertos, que lo recogen en el informe anual sobre la situación del inmueble, de diciembre de 2024. Se leía que "es ampliamente aceptado que el Palacio de Westminster necesita importantes obras de reparación y restauración", y que el fuego de la catedral de París fue "un toque de atención" a tener en cuenta. En los últimos diez años ha habido 44 incendios, cuatro de ellos en 2024. Se mantienen en el recinto patrullas de vigilancia las 24 horas del día.

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Hoy en día el Palacio de Westminster tiene 22 kilómetros de tuberías y 400 kilómetros de cableado, buena parte del cual ya no funciona. El edificio está lleno de amianto: 2.500 puntos y pico contaminados (desde 2016 se han documentado más de 1.000 incidentes). Sólo la operación de eliminar el asbesto requeriría a 300 trabajadores durante unos dos años y medio en unas dependencias totalmente desempleadas; la calefacción funciona con vapor, lo que explica por qué los despachos y buena parte de las casi 1.200 estancias están siempre heladas. Más aún. El sistema de recogida de residuos del Parlamento del siglo XIX es otro de los problemas estructurales. Y también hay que adaptar las 126 escalas que hay, porque donde se hacen las leyes para integrar a las personas con discapacidades también deberían cumplirse.

Ratones y gatos para cazarlos?

Los datos oficiales sostienen igualmente que se hable de The Mouse of Commons. Los registros del Parlamento muestran que después de un pico de 661 avistamientos de roedores en 2019, en 2020 bajaron a 231; a 107 en 2021; ya 259 en el 2022. La pandemia redujo temporalmente su presencia, pero después han vuelto en masa. Entre enero de 2023 y 2024 se detectaron 348 incidentes, incluidas la presencia de restos en las cocinas; hubo también 61 investigaciones relativas a colmenas, y 107 investigaciones de otras plagas, la mayoría de palomas.

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Westminster aplica un programa preventivo –muy poco efectivo– con 1.755 estaciones de veneno para ratones, trampas en tuberías y casetas para rapaces con el objetivo de mantener bajo control las palomas. Un técnico especializado trabaja a tiempo completo, con apoyo de consultoría externa, y durante los retiros, como los del verano, o el actual, durante las dos semanas en que tienen lugar los congresos anuales de los partidos mayoritarios, se refuerza la limpieza y el sellado de lugares por donde se cuelan: una tarea quimérica, porque un ratón es capaz de pasar por un fuera.

La situación es tan grotesca que el pasado 5 de junio el laborista Anthony Gueterbock, lord Berkeley, pidió oficialmente al vicepresidente de la Cámara de los Lores si habían considerado "el uso de gatos para el control de plagas en todo el Parlament". La respuesta de lord Gardiner of Kimble fue negativa, entre otras consideraciones porque la "gran actividad de construcción que tiene lugar en los terrenos del Palau [impiden] proporcionar un entorno de vida seguro para un gato en libertad; por el riesgo de que las puertas se cierren solas y dejen a un gato atrapado sin apoyo durante períodos de tiempo importantes; y por la falta de arreglo".

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La sede de democracia británica, símbolo del parlamentarismo liberal, descansa sobre un decorado neogótico del siglo XIX incapaz de adaptarse a las necesidades del siglo XXI. La metáfora es evidente. Y demoledora. Si los diputados no deciden nada antes de final de año, y vuelven a dar una patada hacia delante a la pelota, será toda una declaración de intenciones.