Quince días de pesadilla para Starmer
El 'premier' británico confía en que la visita de Donald Trump eclipse a las muchas crisis que le amenazan
LondresEl 7 de septiembre, de regreso de una visita relámpago a Edimburgo, este corresponsal hizo una parada de avituallamiento en Darlington, una market town –categoría histórica que designa a poblaciones con derecho a celebrar mercado semanal, pero a las que no se las puede llamar ciudad, a pesar de sus 110.000 habitantes actuales del condado de Durham, en el norte de Inglaterra, a 56 km al sur de Newcastle. Londres queda muy lejos, pero aún así se nota el efecto de la renuncia de la viceprimera ministra del gobierno por no pagar los impuestos que debería haber satisfecho.
En el imaginario inglés, Darlington es bien conocida porque se construyó la primera línea férrea del mundo para pasajeros con locomotoras de vapor. La Stockton & Darlington Railway (S&DR) entró en servicio el 27 de septiembre de 1825. Pronto cumplirá 200 años. Pero Darlington no sólo es un vestigio empobrecido de la Inglaterra de la Revolución Industrial, sino también un termómetro de los vaivenes políticos del país: el típico microterritorio al que politólogos y políticos prestan atención.
En 2016, la market town optó por salir de la Unión Europea; en 2019, en consonancia con esta decisión, los conservadores, liderados por Boris Johnson, consiguieron el escaño que Darlington tiene en la Cámara de los Comunes. Y en el 2024, tal y como ocurrió de forma generalizada, el premio se lo llevaron los laboristas. Pero al tradicional bipartidismo –con matices– inglés le salió gran competidor: el Reform UK de Nigel Farage, que se situó como tercera fuerza con el 14% de los sufragios.
Las expectativas de Farage
El partido ultra ha experimentado un aumento de apoyo considerable en los últimos meses. Este año, de hecho, ha logrado más de 600 concejales en las elecciones locales (parciales), por delante de los laboristas y conservadores. Y las proyecciones a las encuestas a nivel nacional le otorgan una intención de voto del 30%, diez puntos por encima del Partido Laborista y relegando los tories en la cuarta posición. Por debajo incluso de los liberaldemócratas.
¿Cómo es posible? Farage culpabiliza a los extranjeros de todos los males del Reino Unido y, en especial, a los migrantes que llegan "como una invasión" por el canal de la Mancha. Ha prometido deportaciones masivas si gana las elecciones. Pero la explicación no reside sólo en su demagogia venenosa.
Hay una serie de problemas que respaldan su retórica. Y todos apuntan a Downing Street y al premier. Todas las promesas que hizo durante la campaña que le coronó como líder en la primavera del 2020 las ha roto sistemáticamente. Ha purgado el partido de los elementos corbynistas y de la socialdemocracia más progresista. Y desde el centro muy moderado que representaba ya hace cinco años, se ha ido moviendo más y más hacia la derecha.
Sobre estos principios inspirados por Tony Blair –a diferencia de Starmer, él tenía una economía en expansión, y no recortaba gastos sociales–, y rodeado de blairistas, en los últimos quince días han sido los peores desde que gobierna. El lunes 1 de septiembre anunció que su ejecutivo entraba en una "segunda fase", y que se centraba en cumplir los compromisos adquiridos: crecimiento económico, 1,5 millones de viviendas, reducción de las listas de espera en el Servicio Nacional de Salud, pasar página del caos de los conservadores, etcétera. Para visibilizar la nueva etapa, renovó una vez más –la tercera vez desde julio del 2024– buena parte de su equipo más cercano.
El 3 de septiembre estallaba el referido escándalo de la viceprimera ministra, Angela Rayner. Su dimisión supone una enorme pérdida política como símbolo de clases más populares que aún apoyan el laborismo. A toda prisa, Starmer remodeló al ejecutivo jugando al juego de las sillas: cambió los ministros de ministerio, pero solo entraron dos nombres nuevos. ¿Conclusión? Starmer había necesitado un año largo para darse cuenta de que se había equivocado en los sitios. ¿Pero no en las personas? Dice más bien poco. Lo llamativo fue el desplazamiento de Justicia a Interior de Shabana Mahmood, ministra durísima verbalmente contra la inmigración, con la que Starmer quiere recuperar el terreno que Farage le quita.
El señor de las tinieblas
El pasado 11 de septiembre, a menos de una semana de la visita de estado de Donald Trump que comienza este miércoles, Starmer tuvo que destituir al embajador en Washington, Peter Mandelson, uno de los personajes más oscuros de la política británica de las tres últimas décadas. Conocido como Dark lord (el señor de las tinieblas), conspirador, poderoso y siempre moviendo hilos a la sombra, Mandelson se ha caído –la tercera vez a lo largo de su carrera– porque se han difundido unos correos en los que apoyaba al depredador sexual Jeffrey Epstein, después de que fuera condenado por pagar a una adolescente de 14 años por mantener relaciones sexuales. Sólo veinticuatro horas antes de echarlo, Starmer le había defendido en el Parlamento. Una ratificación que tuvo lugar aunque la oficina del premier ya conocía previamente el contenido de los correos. Pero nadie se preocupó de que los leyera.
Todo ello, demasiados errores en muy poco tiempo. Mandelson era una bomba de relojería. Al fin y al cabo, sus relaciones con Epstein eran muy conocidas: mientras el magnate estaba en prisión, el ya ex embajador utilizaba los apartamentos del multimillonario en París y Nueva York. Las fotos de ambos amigos, disfrutando de una vida de lujo y de quién sabe qué más, que se han publicado este fin de semana en la prensa británica, son de una obscenidad difícilmente paíble para el electorado laborista.
La situación aún puede empeorar. Downing Street ha informado que la verificación de seguridad sobre Mandelson se realizó sin la participación de Starmer. Pero es una versión poco creíble. Dependerá de los informes del proceso de selección, si se hacen públicos. La decisión la deben tomar los diputados. Y según qué decidan votar los parlamentarios laboristas, esto será un indicador significativo del estado de ánimo del partido y de la confianza en el premier.
A finales de este mes, el laborismo celebra su congreso anual en un momento bastante delicado. El 26 de noviembre, la ministra del Tesoro anunciará subidas de impuestos en una economía de línea plana. Y el momento clave llegará el próximo mayo, cuando vuelve a haber elecciones locales en Inglaterra y nacionales en Gales y Escocia. Si el Reforme UK muerde mucho, la silla de Starmer saltará por los aires, como este fin de semana ha informado sobradamente la prensa y la radio de las islas, dando voz a los desafectos, ya los que dudan de sus capacidades. El laborismo no tiene la tradición de los tories eliminar líderes sin contemplaciones. Pero hoy por hoy, Starmer no es un líder: es un hombre cuya única decisión ha sido traicionar todos los principios con los que llegó al liderazgo.
En Darlington, en el 2026 no hay elecciones locales: tocan en el 2027. Pero quizá el premier ni siquiera llega a tomar la temperatura. Y es que como ésta market town, hay muchas en Inglaterra donde la xenofobia de Farage ya hace tiempo que lo quema todo, como se ha podido ver este sábado en el centro de Londres, con una manifestación de extrema derecha, de más de 110.000 personas.