Secuestros, torturas y ejecuciones: el terror ruso en los territorios ucranianos ocupados

Activistas rusos recogen los testigos de la represión sistemática al inicio de la guerra

MoscúEl 21 de marzo de 2022 las tropas rusas irrumpieron a tiros en casa de Vladimir Kasapa, el alcalde de Novopetrivka, un pueblo de un millar de habitantes en la región de Mikolaiv, en el sureste de Ucrania. Los soldados le hirieron a los pies, a él ya la mujer, y le exigieron que devolviera las armas que el ejército del Kremlin había abandonado en una primera retirada el día antes. Vladimir recogió todas las armas que los vecinos se habían llevado y las devolvió a los militares, pero no tuvieron suficiente y le secuestraron. Diez meses después, cuando el ejército ucraniano recuperó el control del municipio, descubrieron su cuerpo en un agujero con signos de haber sido torturado.

Como el Vladimir, miles de ucranianos fueron víctimas de la represión de los servicios de seguridad rusos en los territorios ocupados, especialmente durante los primeros meses de la guerra. No ha sido hasta tres años después que una misión del Centro de Derechos Humanos Memorial, una entidad disuelta por las autoridades rusas, ha visitado estas zonas, ha hablado con testigos y ha reconstruido el horror de esos días.

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La abogada Natalia Morozova, una de las tres integrantes de la misión, explica al ARA que los ocupantes buscaban principalmente a los ciudadanos que creían capaces de resistirse: exmilitares, antiguos combatientes de la guerra del Donbás, miembros de las defensas territoriales, agentes del orden o funcionarios. Pero también cazadores y forestales, de los que sospechaban que tenían escopetas, voluntarios de ONG y ciudadanos corrientes escogidos de forma arbitraria.

Los soldados paraban a personas por la calle y les pedían que desbloquearan el móvil en busca de material comprometedor. A un chico, por ejemplo, le detuvieron porque llevaba en la cartera una tarjeta de descuento del supermercado Ukraina estampada con los colores de la bandera ucraniana. "Le acusaron de nacionalista y fascista, le apalearon en el camión que le transportaba al centro de detención y le arrancaron un ojo", recuerda Morozova.

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Ahora bien, en general, la represión no fue caótica, sino sistemática. En Butxa, ciudad emblema de las atrocidades del ejército ruso, uno de los supervivientes, el gerente del ayuntamiento, Dmitri Gapchenko, asegura que los militares disponían de unas listas más detalladas que los propios registros del pueblo. Según la abogada, esto sugiere que individuos sobre el terreno habían estado pasando información a los servicios secretos rusos antes de la invasión. A veces, los propios arrestados se convertían en confidentes: "eran borrachos que no respetaban el toque de queda y que, para evitar ser detenidos, entregaban a los vecinos". El Centro Memorial calcula que en Butxa más de 600 personas murieron asesinadas y todavía hay decenas de desaparecidas.

Aunque muchos de los secuestrados estaban encerrados durante meses sin que sus familias supieran nada y acababan apareciendo muertos, Morozova afirma que a los policías no les interesaba torturarlos hasta quitarles la vida. "Debían romperlos para que confesaran los crímenes más absurdos, pero no matarlos", dice, "a algunos se les exigió ante cámara que explicaran que apoyaban a las Fuerzas Armadas ucranianas o que eran artilleros". Unas grabaciones que después utilizaban con fines propagandísticos.

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El infierno a oscuras de Kherson

En las grandes ciudades la represión fue aún más sistemática. En Kherson, ocupada durante más de ocho meses, los soldados rusos no recurrieron inicialmente a la violencia, sino que fueron arrestando quirúrgicamente a ciudadanos que consideraban peligrosos. Supervivientes de uno de los centros de detención ilegal relataron a los activistas cómo los habían retenido durante semanas en el sótano de un edificio de oficinas, a oscuras, medio muertos de hambre y con muy poca agua potable. "Fueron brutalmente golpeados con puños, pies, bates de madera y porras de goma, los torturaron con descargas eléctricas, poniéndoles pinzas en los lóbulos de las orejas, en los dedos de los pies, de las manos, en los pezones y en los genitales", narra la abogada. Cuando el ejército ruso tuvo que abandonar apresuradamente la ciudad, muchos fueron liberados, pero incluso entonces los dejaron en un descampado, con los ojos vendados, y dispararon ráfagas de disparos al aire simulando que los fusilaban.

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Memorial considera que todas estas acciones se pueden calificar sin duda como crímenes de guerra. "Son detenciones completamente ilegales y arbitrarias, no hablamos con nadie que se le hubiera acusado formalmente, se les impidió contactar con abogados y las familias no sabían dónde estaban", argumenta Morozova. Asimismo, lamenta que las víctimas no pueden acudir a la justicia, si bien confía en que en el futuro se puedan identificar y castigar a los culpables. "Una vez acabe la guerra, debe convertirse en un requisito previo para la paz responsabilizarles de los crímenes internacionales. Sin ello, esa paz no será sostenible ni duradera", concluye.