Tres lecciones de la victoria de Meloni que nos afectan
La contundente victoria de la líder de Hermanos de Italia va más allá de las fronteras italianas
Enviado especial a RomaEmociones. Es evidente que sin las particularidades históricas de Italia, un país abonado a la hiperactividad política y a los enamoramientos gubernamentales efímeros, no se podría explicar la contundente victoria de la extrema derecha de Giorgia Meloni, el domingo por la noche. Esto no impide que el auge de Hermanos de Italia –un partido con raíces neofascistas, que criminaliza la inmigración y ataca los derechos del colectivo LGTBI– sea también resultado de un momento político, social y sobre todo emocional que hace años que se gesta en la Unión Europea. El triunfo de Meloni –y la coalición que formará con Matteo Salvini y Silvio Berlusconi– es un paso de gigante para la peligrosa normalización de la extrema derecha en el imaginario europeo del siglo XXI. También es la consolidación de una tendencia que marcará, seguro, el futuro político del continente: las urnas son un canalizador donde expresar la rabia contra el statu quo, contra el establishment y, de alguna manera, contra las familias políticas –conservadores, socialdemócratas y liberales– que se han repartido el poder de casi toda Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Y aquí, ya lo saben, los populismos entran con fuerza, porque conocen a la perfección cómo sacar rédito de la frustración de aquellos que se han cansado de quedarse siempre al margen.
Llueve. Hoy sigue lloviendo en Roma. Ayer llovió en varios puntos del país, sobre todo en el sur. Algunos lo han querido utilizar como justificación parcial de la caída histórica de la participación electoral: solo el 64% de los ciudadanos con derecho a voto acudieron a las urnas, nueve puntos menos que en 2018. Pero la apatía de los italianos durante esta campaña ha sido demasiado grande como para que ahora se hable de meteorología. Estos días en Italia me he encontrado muchos gestos de fatiga, de tedio, de saturación, cada vez que preguntaba a la gente de la calle sobre las elecciones del domingo. “Yo no iré a votar”, “Ya se las arreglarán” o “Tengo mejores cosas que hacer” son algunas de las frases que respondían. Es cierto que quizás están cansados de la capacidad autodestructiva de su clase política –ha habido 68 gobiernos diferentes en los últimos 76 años–, pero el abstencionismo creciente también es un fenómeno que, cada vez más, explica Europa. Se me vienen a la cabeza, por ejemplo, los comicios de abril en Francia, donde la participación fue la más baja en 50 años. Esta desafección política –especialmente visible entre los más jóvenes y que suele castigar a los partidos de izquierda– hace intuir que muchos ciudadanos han dejado de ver en la política una herramienta que soluciona problemas. Los retos y riesgos que esto supone para las democracias de la UE son mayúsculos.
Bifurcación. Aldo Cazzullo, reconocido escritor italiano y periodista del Corriere della Sera, me explicaba hace unos días que el destino de la política exterior de Italia está ahora ante una bifurcación. Si finalmente Giorgia Meloni llega a Palacio Chigi, tendrá que escoger entre dos caminos. El primero siguiendo los pasos del defenestrado Mario Draghi, que la llevarían hacia un paisaje europeísta y atlantista, combativo con Vladímir Putin, y acompañado de aliados tradicionales como Emmanuel Macron u Olaf Scholz. En el segundo encontraría posiblemente su instinto más natural y, por lo tanto, más combativo con Bruselas, cogiéndose del brazo con socios tradicionales como Viktor Orbán, Marine Le Pen o Santiago Abascal. Hay motivos para pensar que puede escoger cualquiera de los dos. A favor del camino Draghi está el hecho de que la política, nacida en Roma, se haya cansado de reivindicar durante la campaña electoral que optará por una Italia europeísta y dura con Rusia como castigo de la invasión en Ucrania. Según la prensa italiana, el propio Draghi podría tutelarla para que no se desvíe de este camino. A favor de la segunda opción, en cambio, resuenan desde su transparente criticismo hacia las autoridades comunitarias hasta la atracción que sus dos compañeros de baile, Salvini y Berlusconi, han mostrado siempre hacia Vladímir Putin. Tendremos que estar atentos a cualquier movimiento que nos indique hacia cuál de los dos lados de la balanza se decanta. Lo más probable, sin embargo, es que acabe optando por combinar los dos caminos y condenar a Roma a un periodo de altibajos con Bruselas. Esto ya sería una mala noticia para la cohesión europea, que perdería a uno de los socios más fieles en uno de los momentos más decisivos de la historia contemporánea del continente.