Trump tiene un secreto (y Europa debe saberlo)
La política internacional nos regala a menudo metáforas maravillosas.
El incendio político que arde estos días en Francia coincide con la cicatrización definitiva de otro incendio, el de Notre-Dame. Emmanuel Macron –un presidente necesitado de buenas noticias– esperaba con ganas este momento: reinaugurar, con pomposidad parisina, la catedral más emblemática del mundo después de que el fuego casi la hiciera desaparecer hace cinco años. Que Notre-Dame haya sobrevivido a las llamas –y se haya convertido en una catedral aún más refinada– encarna los valores que Macron cree que son intrínsecos en Francia. Presentarla hoy en sociedad era sobre todo un gesto político, una oportunidad para recordar al mundo la grandeur francesa.
Pero el incendio gubernamental de esta semana en París ha sido tan considerable que ni el mejor de los mejores ilusionistas podía despistar a los espectadores –entre ellos Donald Trump– y hacerles obviar el contexto que acompaña el nacimiento de la nueva Notre-Dame: que Macron es ahora un presidente débil; que Francia, cada vez más ingobernable, está en crisis, y que Europa, llena de urgencias, se resiente.
"Todo lo que ocurre en Francia afecta a Europa", dijo una vez, en una conversación de pasillos, un diplomático de la Unión Europea. Subo la apuesta: todo lo que ocurre en Francia y en Alemania afecta a Europa. Y si esto es así, los europeos deberíamos estar, como mínimo, preocupados. La crisis francesa coincide con la crisis alemana. En Berlín no solo hay un vacío de poder inquietante, también hay una crisis de modelo de país que ha puesto en entredicho, incluso, el legado de Merkel.
Y el calendario no ayuda. Los dos grandes motores de Europa tiemblan en uno de los momentos más decisivos de los últimos años. El regreso de Trump ya está acelerando las urgencias europeas, y la urgencia más urgente es la guerra de Ucrania y la amenaza de un Vladimir Putin más o menos envalentonado según el desenlace que se pacte. Europa necesita fortaleza para no quedar tragada por la ola de imprevisibilidad que supondrá el dúo Trump-Putin.
Macron ha reunido a Trump y Volodímir Zelenski en el Elíseo aprovechando la fiesta de Notre-Dame. Los tres sonreían a cámara y Trump llevaba una corbata de color amarillo ucraniano que algunos han querido interpretar como señal. "El mundo está enloqueciendo", decía Trump. Macron y Zelenski, que harán esfuerzos para seducir al estadounidense, asentían obedientemente. No es ningún secreto: el mundo vive días excepcionales.
Tampoco es ningún secreto –lo descubrimos durante su primer mandato– una premisa básica de la política internacional de Trump: su tendencia a favorecer el fuerte y a aprovecharse del débil. Macron y Zelenski ya pueden tomar nota. El mundo aún puede enloquecer más.