¿Hacia dónde va Ucrania? La guerra, entre la fe y la fatiga
En 2024 llega en uno de los momentos más delicados para Kiev, donde crecen las dudas sobre la victoria
Enviado especial a KiivLa frase me la dijo hace una semana una mujer ucraniana en un sótano de la ciudad de Pokrovsk, en el frío Donbass. Era de noche y, fuera, Rusia bombardeaba con rabia imperial. "Si sobrevivimos, le prometo a Dios que dejo de fumar y beber".
La fe se refuerza en un país en guerra. Gente que no era creyente comienza a rezar a los dioses cuando caen misiles cerca. Soldados que nunca habían ido a misa piden al cielo sobrevivir en las trincheras. Familiares de jóvenes enviados al frente llenan las casas de estampas y otros objetos pensados para protegerlos.
La fe, en un país en guerra, toma formas inesperadas. “Todos los tejidos que se utilizan para coser las muñecas se desinfectan antes”, advierte la web de una empresa ucraniana que ha empezado a vender muñecos de vudú con forma de soldados rusos heridos. Las ediciones básicas cuestan 67 dólares; las limitadas, 199. Se pueden comprar por internet y puedes torturarlas con fe desde cualquier punto de Europa. Los tejidos se desinfectan porque están hechos de ropa real de militares de Moscú muertos en el frente ucraniano.
La fe que más preocupa a Volodímir Zelenski no es la religiosa. Dos años de guerra después, y con los frentes estancados desde hace meses, Ucrania comienza a perder la fe en una victoria total. El discurso oficial dice que el 2024 será un año decisivo para el triunfo final frente a las tropas invasoras. Pero la sensación es que la fatiga se impone y que el nuevo año llega en uno de los momentos más delicados y tensos para los intereses de Kiiv.
Ucrania es ahora un país más gris que a principios del año pasado.
La falta de grandes avances militares durante el 2023 ha rebajado las expectativas que muchos ciudadanos tenían puestas en el ejército ucraniano. En febrero, en otro viaje al país, civiles y soldados me repitieron recurrentemente una frase: “Ganaremos y recuperaremos incluso Crimea”. Según las encuestas, la mayoría de ucranianos sigue confiando en la victoria, pero en la calle ya no abundan proclamas tan optimistas.
El desenlace de la contraofensiva de verano, que no cumplió con las expectativas de Kiiv y de Occidente, ha tocado la moral de los ucranianos y les ha hecho despertar ante una realidad más difícil. El horizonte es ahora el de una guerra estancada, larga y mortífera, que favorece a las tropas rusas, más abundantes y menos dependientes. Las guerras son estados de ánimos, me decía el comandante Baloo mientras tomaba un doble expreso en un restaurante del Donbass. La moral de los soldados y de la población es casi tan importante como las armas que se disparan.
–Es como una montaña rusa [debía ser rusa, claro]. Cuando las cosas salen bien, nos animamos. Cuando salen mal, todo cuesta más.
–¿Y ahora cómo están yendo las cosas?
Utiliza una cita del filósofo y psiquiatra austriaco Viktor Frankl para no contestarme a la pregunta:
–Los primeros en rendirse fueron aquellos que pensaron que todo esto acabaría pronto. Luego se rindieron aquellos que no creían que todo esto acabaría algún día. Sobrevivieron aquellos que se centraron en realizar sus acciones, sin expectativas de lo que podía o no podía pasar.
Filosofía aparte, el comandante Baloo, como todos los miembros del ejército ucraniano, intenta no dar detalles de lo que ocurre en el campo de batalla. El secretismo es máximo, pero el panorama que se intuye es oscuro: Rusia, bien fortificada, es quien lleva ahora la iniciativa. Los combates son salvajes, altamente mortíferos, y las tropas de Kiiv, cansadas, comienzan a carecer de efectivos. El miedo a ser llamado a filas, frente a las nuevas campañas de reclutamiento del ejército, se nota entre los jóvenes del país.
El fantasma de Trump
En Ucrania existe otro miedo aún más terrorífico: que los aliados occidentales pierdan la fe en la victoria. Kiiv necesita armas. También dinero, por mantener una población cada vez más empobrecida. La fatiga hace acto de presencia en Washington y en Bruselas. “Necesitamos su ayuda”, decía un soldado que protege los cielos de Kiiv después de una noche de intensos bombardeos contra la capital. “No sólo para atacar a los rusos, también para defender nuestras ciudades. ¿Tú sabes cuánta gente habría muerto hoy por la noche si no hubiéramos tenido sus armas?”
En los calendarios, la gente marca en rojo una fecha: 5 de noviembre, elecciones en Estados Unidos, posible regreso de Donald Trump, amigo de Putin, en la Casa Blanca.
La vuelta de Trump podría catapultar a los ucranianos a uno de los escenarios más temidos: que Kiiv se vea obligado por Occidente a negociar con Moscú para poner fin a la guerra. El resultado más probable, dicen, sería partir al país en dos. Según estos cálculos, Rusia se quedaría con los territorios ocupados y algunas zonas más de la orilla este del Dnipró. Ucrania pasaría a ser sólo las regiones que quedan en la orilla oeste del río. Esta Ucrania, creen, entraría en la Unión Europea y en la OTAN. Sin embargo, la futurología es estéril en tiempos de guerra. Las guerras siempre son imprevisibles.
"¿Quién trabajará si todo el mundo lucha?"
“Nunca pensé que tendríamos una guerra así en el siglo XXI”, me decía un hombre ucraniano de 42 años en la estación de trenes de Przemyśl, la última ciudad polaca antes de la frontera con Ucrania. Los dos volvíamos a Barcelona. Él venía de pasar Navidad en Vilassar de Mar, en casa de sus suegros. Pudo salir del país porque tiene tres hijos. Es una de las excepciones que permiten a los varones ucranianos en edad militar –de 18 a 65 años– evitar ser movilizados. Acabadas las vacaciones, él y su familia tenían que volver en la ciudad fronteriza de Lviv, donde viven y donde tienen una granja de vacas. A última hora, él se lo pensó y se quedó en Polonia. Mamá y los tres hijos entraron en Ucrania.
–Llamé a un contacto que tengo en el ejército y me dijo: “Si entras, probablemente ya no podrás volver a salir”.
–¿Por qué?- _BK_COD_ –Faltan soldados en la frente. Creo que pronto tener tres hijos ya no será un impedimento para ser llamado al ejército.
–¿No quieres ir a la guerra?
–No lo sé. Al menos, necesito pensármelo. Nunca imaginé que me encontraría en esta situación.
–Y ahora, ¿dónde vas?
–En casa de mis suegros, en Vilassar de Mar. Decidiremos si vuelvo a Ucrania o si toda mi familia sale del país e intentamos empezar otra vida en otro sitio.
–¿Y las vacas?
–Las intentaríamos vender, supongo. ¿Qué importa? En la granja tenía contratados a cinco jóvenes. Tres hace tiempo que fueron llamados a filas y luchan en la frente. A uno le acaban de movilizar ahora. Sólo queda uno. Así, no se puede trabajar. Nuestras vidas de antes ya no existen.
–¿Estás cansado?
–Claro. La guerra se lo come todo. La economía de un país también es importante. ¿Quién trabajará si todo el mundo lucha?
Compartimos trayecto para volver a Barcelona: Przemyśl-Cracòvia, en tren; Cracovia-Barcelona, en avión. La guerra también viaja al vuelo low cost de WizzAir que nos lleva hasta el aeropuerto de El Prat: el avión va lleno de mujeres y niños ucranianos que se alejan de las bombas.