Jazz por la libertad de Keith Lamar

Un pianista catalán hace campaña a favor de un preso que está en el corredor de la muerte desde hace 28 años

WashingtonSi no fuera porque cada pocos minutos hay una voz grabada que interrumpe la charla, uno podría perfectamente olvidar que al otro lado del teléfono hay un preso que lleva 28 años en el corredor de la muerte. Esa voz, femenina y de tono neutro, insiste en recordarte que tu interlocutor está en una prisión del estado de Ohio y que la conversación podría ser grabada. Ojalá, porque lo que explica Keith Lamar es digno de ser escuchado. Su discurso está lleno de la vida que podría perder el 16 de noviembre de 2023, la fecha en que está programada su ejecución por un crimen que asegura que no cometió.

Keith Lamar, que tiene 51 años y es afroamericano, lleva casi tres décadas en aislamento en un espacio minúsculo, una celda “del tamaño de un cuarto de baño”, según la describe. Una “sala de tortura” sin ventanas en la que pasa 22 horas diarias y que ha transformado en su estudio. Allí escribe, lee y escucha discos. Especialmente jazz, su música favorita, “una de las cosas que me han mantenido vivo”, comparte. Una pasión que es el oficio del pianista barcelonés Albert Marquès. Residente en Nueva York, el catalán ha aprovechado un reciente viaje a casa para grabar con un grupo de improvisadores que arropan con su música a la voz de Lamar mientras este lee un poema.

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“Keith es un ser humano extraordinario”, apunta el pianista. El activismo no es algo nuevo para Albert Marquès, al que un amigo músico le dio a conocer el año pasado la historia de Lamar. Creó el proyecto Freedom First y organizó en Nueva York una serie de conciertos en la calle para denunciar la situación del preso, al que el barcelonés le reservó un papel: “Le pedí que eligiera diez temas que lo hubieran ayudado durante estos años”, explica. Y esos temas fueron el repertorio de los conciertos. Lamar, claro, no podía estar, pero los escuchó a través del teléfono. “Pensaba que serían un grupo de músicos aficionados y cuando escuché me explotó la cabeza”, comparte entre risas.

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Reabrir el juicio o conseguir el indulto

El objetivo de Marquès con los conciertos y la grabación es buscar “humanizar” a Keith Lamar, ayudarle a recaudar dinero para tratar de reabrir su caso [se puede donar en www.keithlamar.org] o, al menos, lograr el indulto del gobernador de Ohio. Su pesadilla comenzó en 1993, cuando se produjo un motín en la cárcel en la que cumplía sentencia. Se prolongó durante once días y dejó nueve presos muertos, además de un guarda.  

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Dos años después, tras un “simulacro de juicio”, tal y como lo define, Lamar fue condenado a muerte. “Las autoridades recibieron muchas presiones para encontrar a un culpable”, explica, “la población clamaba venganza”. No había pruebas concluyentes contra él e incluso, en violación de la ley, la fiscalía ocultó las que lo exculpaban. Se negó a aceptar un trato y decidió ir a juicio. “Me tentaron”, asegura Lamar, “pero hubiera destrozado mi historial y la junta de la condicional me hubiera negado la libertad”. A pesar de que los propios investigadores admitieron que la escena del crimen estaba “contaminada” y que no existían “pruebas físicas” que lo vincularan con los crímenes, fue condenado a muerte.

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“En Estados Unidos es mejor ser rico y culpable que pobre e inocente”, explica Lamar. Para el preso, el sistema judicial estadounidense es “corrupto” y las prisiones están llenas de “gente pobre”. En el país del Sueño Americano, Keith Lamar vive su reverso. “Para los ricos sí es un sueño, pero para la mayoría es una pesadilla”. Una en la que “es muy fácil entrar en una espiral de autodestrucción”, apunta. “Tener educación, una buena atención sanitaria, eso sí es extremadamente difícil”.

Entre dejarse arrastrar por la depresión o seguir en la lucha, Keith Lamar ha elegido lo segundo. “¡Estoy vivo!”, se justifica. “Mi objetivo es impedir que el sistema me derribe”, explica. “Mientras mi vida me pertenezca, mientras mi vida importe, pienso pelear por ella hasta que no me quede aliento”. Su fortaleza es tal que incluso cree que “hay gente que está en una situación peor que la mía”. Y se aferra “a tanta música, a tantos libros que todavía no he leído”.

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A la penuria de pasar 28 años en una celda de aislamiento durante 22 horas al día se ha sumado el impacto de la pandemia. Las medidas sanitarias han tenido como consecuencia que Keith Lamar lleve un año sin ver a su familia. Es en ella en la que piensa cuando imagina su primer día fuera de prisión. “Me gustaría sentarme en la hierba con mi familia”, comparte. “Llevo sin tocar la hierba casi tres décadas”.