Qué se juega el mundo en las elecciones de Estados Unidos
En estos comicios están en juego muchas cuestiones que no sólo afectan a los estadounidenses
Washington / BarcelonaEl 5 de noviembre, el mundo se enfrenta a un cruce monumental. La decisión que tomen los estadounidenses puede dibujar dos mundos completamente opuestos. Más que nunca antes, en estas elecciones a la presidencia de Estados Unidos están en juego muchas cuestiones que no sólo afectan a los estadounidenses. ¿Más ayuda para Ucrania o un acercamiento a Rusia? ¿Colaboración con Europa o enfrentamiento? ¿Avanzar en la lucha contra la emergencia climática o poner la maquinaria del gas y el petróleo al máximo? ¿Proteger la democracia o dar alas a la extrema derecha y los populismos autocráticos? Un segundo mandato de Donald Trump, ya sin contención y con el rencor acumulado de cuatro años en la oposición, puede acarrear una ola expansiva mucho mayor que la que tuvo su primer mandato. Porque llega, además, en un momento de máxima turbulencia política –y bélica– en el mundo. Los perfiles opuestos de ambos candidatos a la Casa Blanca preconfiguran dos Estados Unidos muy diferentes, con el aborto prohibido en todo el país o no, con un muro cada vez más alto en la frontera o no, con más armas en las calles o no. Pero, sobre todo, plantean escenarios radicalmente distintos para todo el planeta.
La palabra democracia se ha repetido con insistencia en la campaña. Ambos candidatos han señalado a su contrincante como una amenaza. Y una encuesta de AP muestra que 3 de cada 4 adultos del país creen que estas elecciones son vitales para el futuro de la democracia estadounidense, aunque la preocupación es más marcada entre los demócratas. También muchos analistas consideran que son unas de las elecciones más importantes en décadas por este motivo, centrando la preocupación en el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, sobre todo por los mensajes de desconfianza en el sistema electoral.
Uno de los miedos principales es que Trump no reconozca el resultado si pierde y se pueda repetir la situación del 6 de enero del 2021. El expresidente ha presentado a Joe Biden como un “destructor” de la democracia y se ha descrito a sí mismo como un defensor de los valores estadounidenses. Incluso dijo que había “tomado una bala por la democracia”, con el argumento de que le habían intentado matar porque defiende la libertad de expresión. Un argumento que también enarbola a Elon Musk, propietario de la plataforma X, que utiliza para hacer una intensa campaña a favor de Trump.
Los aliados del republicano han acusado a la administración Biden de abusar del sistema judicial y utilizarlo en contra de él. Pero justamente es eso lo que varios analistas alertan de que Trump podría hacer si ganara, porque él mismo ha sugerido que convertirá al departamento de Justicia en un arma para perseguir a los opositores. También ha abierto la puerta a retirar las licencias a cadenas de televisión críticas. Y ha dicho que utilizará el ejército para hacer cumplir la ley, por ejemplo a la hora de reprimir protestas.
La economía es el gran tema de la campaña. Las cifras macroeconómicas de la administración de Joe Biden han sido buenas y los demócratas llegan a las elecciones justo después de la bajada de tipos de la Reserva Federal, que ya empieza a ver la inflación encaminada hacia el objetivo del 2%. El gran problema de los demócratas ha sido que no han sabido hacer llegar los resultados de su gestión económica a los ciudadanos de a pie: la mayoría de votantes siguen viendo que necesitan más dinero para llenar la cesta de la compra.
En los últimos meses, Harris se ha esforzado por intentar corregir esta tendencia y hacer notar a los electores que entiende su preocupación. Unos Estados Unidos bajo la presidencia de Harris auguran unas políticas económicas que intentarán ir más allá de su predecesor. La demócrata ha prometido combatir la especulación del precio de los alimentos –aún no ha dicho cómo–, dar ayudas de 25.000 dólares a los nuevos compradores de vivienda y construir tres millones de casas. Ahora bien, cara a los empresarios también se ha asegurado mostrarse más moderada que Biden ante la idea de subir determinados impuestos.
Las propuestas de Trump se basan en mantener los recortes de impuestos que aplicó en 2017 y que caducarán en 2025 y subir los aranceles para “proteger” la economía estadounidense. Su campaña no ha presentado una propuesta formal para abordar la crisis de la vivienda en el país, pero Trump asegura que con su plan de "deportación masiva" conseguirá reducir el coste de la vivienda porque habrá menor demanda.
La escalada en Oriente Próximo podría tener un futuro muy diferente dependiendo de quien acabe ocupando la Casa Blanca. Tanto Kamala Harris como Donald Trump mantienen el apoyo a Israel y el aval a su derecho de defenderse, y ambos han apostado por acabar rápidamente con la guerra. Pero si bien la vicepresidenta y candidata demócrata se mueve en un terreno de equilibrios –la administración Biden ha condenado las matanzas en la Franja mientras ha mantenido el envío de armas a Israel– y apuesta por profundizar en las conversaciones para un alto el fuego, el expresidente habla en términos de victoria del estado hebreo.
Trump, que ha asegurado que con él no se habría iniciado la guerra, no ha dado detalles de su plan para terminarla, pero en su primer mandato sus actuaciones estuvieron claramente alineadas con los intereses del gobierno de Benjamin Netanyahu: reconoció a Jerusalén como capital de Israel y abandonó el acuerdo nuclear con Irán, con quien Tel-Aviv mantiene ahora mismo una tensión de consecuencias imprevisibles. Con la incógnita de si Harris, ya como presidenta y sin la presión de parte del electorado, endurecería su posición y acciones respecto a Israel, una victoria de Trump acabaría con las reservas de Washington con Netanyahu y todo hace pensar que le daría carta blanca. No en vano una reciente encuesta del Canal 12 indica que un 66% de los israelíes preferirían que el republicano volviera a la presidencia. Sólo un 17% preferiría que ganara a Harris.
¿El desenlace de una guerra puede decidirse en las urnas? Más aún: ¿el desenlace de una guerra se puede decidir en unas elecciones que se celebran a más de 7.000 kilómetros? Respuesta corta: sí, por supuesto.
Los combates siguen siendo intensos en el frente de Ucrania, pero hace meses que se ha impuesto un relato: nada será más decisivo para el futuro del conflicto que las elecciones en Estados Unidos. Es una visión que comparten incluso los soldados ucranianos que luchan en primera línea –y que se quejan de que la guerra ha desaparecido del mapa mediático–. Aunque Volodímir Zelenski intenta, por si acaso, disimularlo, su gobierno teme profundamente una victoria de Donald Trump. El republicano, que se jacta de ser amigo de Vladimir Putin, y que demoniza a Biden para destinar tantos recursos a Kiiv, asegura que tiene un plan para acabar la guerra en sólo 24 horas. Trump no ha compartido detalles de la poción mágica, pero se intuye que favorecería a los intereses de Moscú. Tanto es así que hace unos días el propio Putin "aprobó" la iniciativa. Se da por sentado que el plan de Trump cedería al Kremlin una parte considerable del territorio que el ejército ruso ha ganado por la fuerza.
Un triunfo de Harris supondría una línea continuista en la de Biden. Es decir, EEUU mantendría una posición combativa con Rusia y continuaría alimentando, con armas y dinero, al ejército ucraniano. Buenas noticias para Zelensky pero insuficientes. Hace meses que el gobierno de Kiiv pide una mayor implicación de Occidente para hacer frente al invasor. ¿Harris se arriesgaría más que Biden y pediría una mayor implicación de los aliados? Difícil de responder, pero el paisaje no es demasiado esperanzador para Zelenski. Incluso en caso de victoria demócrata, la fatiga por tres años de guerra puede comprometer todas las decisiones de Washington.
Kamala Harris ha evitado hablar mucho del tema durante la campaña, pero Donald Trump ha sido muy claro y prometió subir un 10% los aranceles a todas las importaciones que llegan de la Unión Europea. De esta forma, lo más probable es que en caso de una victoria del candidato republicano, se repetiría la historia del primer mandato del magnate neoyorquino, cuando se abrió una guerra comercial entre Washington y Bruselas.
Ahora bien, aunque el tono de Trump contra el bloque comunitario es mucho más agresivo que el de Harris, la administración demócrata de Joe Biden tampoco ha dado marcha atrás en muchas de las decisiones arancelarias de su predecesor. Y, de hecho, el plan de subvenciones millonarias del presidente demócrata a las empresas estadounidenses para impulsar la transición energética ha desagradado, y mucho, a Bruselas ya la mayoría de estados miembros de la Unión Europea porque consideran que va en detrimento de la industria comunitaria.
También pueden ser claves los resultados de las elecciones de EE.UU. para el futuro de las relaciones comerciales de la Unión Europea con China. Durante los últimos años, el bloque comunitario ha endurecido el tono contra el gigante asiático y ha aplicado tasas de aduanas, por ejemplo, en los coches eléctricos chinos. Sin embargo, Washington siempre se ha quejado de que el club europeo no actúa con suficiente mano dura contra Pekín y, sobre todo desde el lado republicano, le instan a ampliar los aranceles que aplica en China.
La batalla por el derecho al aborto en las urnas este 5 de noviembre también puede convertirse en la punta de lanza de la agenda ultraconservadora a nivel mundial. Algunas organizaciones estadounidenses están financiando acciones de los lobis en la UE para influir en los legisladores sobre los derechos reproductivos y copiar los avances conseguidos en Estados Unidos. La victoria de Harris y de las campañas en diez estados para proteger el aborto en las Constituciones estatales pueden ser claves para frenar el avance de la agenda ultraconservadora.
La defensa de los derechos reproductivos ha sido el principal caballo de batalla de la candidata demócrata, que se ha comprometido a firmar una protección del derecho al aborto a escala federal si es elegida presidenta. Aunque para poder firmarla primero será necesario que lo apruebe el Congreso. Por el contrario, una victoria de Trump, con toda probabilidad, daría más alas a la agenda ultraconservadora. En declaraciones recientes, el magnate ha asegurado que protegerá "a las mujeres, les guste o no". Durante su presidencia, Trump fue el artífice de la mayoría conservadora en el Supremo que derogó la sentencia conocida como Roe contra Wade. El peso que ha ido adquiriendo la cuestión del aborto en la campaña ha hecho que el republicano recoja y diga ahora que son los estados los que deben decidir cómo regulan la interrupción del embarazo. En principio aseguró que no firmará una prohibición a nivel federal. Esto ha molestado a los sectores más conservadores del partido.
Gane Harris o gane Trump la frontera ya se prepara para la mano dura. El viraje de los demócratas hacia un posicionamiento más conservador sobre la gestión de la inmigración es un reflejo de una tendencia mundial encaminada a recortar el derecho de asilo y crear fronteras más fortificadas.
Trump ha sido capaz de marcar la agenda desde fuera de la Casa Blanca y el resultado ha sido la orden ejecutiva firmada por Joe Biden en junio que facilita devoluciones exprés en menos de 24 horas. Los últimos balances sobre deportaciones ya indican que Biden ha deportado a más migrantes que Trump cuando era presidente. Por su parte, Harris ha reconocido que el sistema migratorio "está roto" y sólo ha hecho menciones vagas sobre cómo gestionará el flujo de personas que intentan llegar al país buscando asilo y una vida mejor. Ha dicho que aprovechará su experiencia como fiscal para perseguir "a los criminales" que trafican con personas y drogas, y que intentará hacer efectivo el proyecto de ley atascado por los republicanos en el Congreso, que prevé reforzar la seguridad fronteriza.
La promesa estrella de la campaña de Trump es “la mayor deportación masiva de la historia”, que no ha detallado cómo ejecutará. El expresidente también ha prometido acabar de construir el muro en la frontera con México, mientras sigue lanzando falsedades sobre las personas migrantes, que califica de "criminales" y que dice que "envenenan" la sangre del país.
Para el gobierno de Xi Jinping en China, una presidencia de Kamala Harris o una segunda de Donald Trump no va a modificar la rivalidad económica y política entre ambos países. Pero para Taiwán, la diferencia puede ser vital.
Trump impulsó una guerra comercial en su primer mandato, con aranceles a ciertos productos chinos, que el presidente demócrata Joe Biden ha mantenido e incluso ampliado a más productos, sobre todo los tecnológicos. Como ven a Harris como una continuadora de Biden, desde China consideran que la suya también sería una presidencia hostil. Y más cuando el Partido Demócrata insiste en denunciar –aunque sólo sea retóricamente– las violaciones de los derechos humanos en China y se haya alineado completamente con Taiwán ante las maniobras militares provocadoras de China de los últimos meses. Yes en estos dos últimos puntos donde hay mayores diferencias con el republicano.
Trump ha advertido de que si China invade Taiwán él responderá elevando los aranceles a Pekín un 200%, pero también ha avisado a Taipei de que tendrá que "pagar" por esta protección y ha acusado a la isla de "robar" la industria de los semiconductores en Estados Unidos. Taiwán ve con temor una segunda presidencia de Trump, sobre todo por su gran impredecibilidad política. Pero también por otro hecho constatado: su admiración por dictadores y líderes fuertes como Xi, que le hacen bastante manipulable, tal y como han denunciado ex altos cargos de su primera administración.
Pese a los tiroteos masivos en las escuelas, ya pesar del intento de asesinato contra Donald Trump, el derecho de tener armas que recoge la Segunda Enmienda sigue siendo sagrado para buena parte de los estadounidenses. Incluso Harris, en un intento por ganarse a los votantes, ha dicho que tiene una Glock en casa por "seguridad". La candidata demócrata asegura estar a favor de la Segunda Enmienda,aunque su posicionamiento sobre la regulación de armas es muy diferente al de Trump.
Harris ha prometido aprobar la prohibición de las armas de asalto, verificaciones universales de los antecedentes penales e impulsar leyes que "mantengan las armas lejos de las personas peligrosas". Entre las armas de asalto que recogería la prohibición se encuentra el AR-15, un modelo de rifle semiautomático que ha protagonizado la mayoría de tiroteos masivos ocurridos en las últimas décadas en Estados Unidos. Se calcula que hasta 16 millones de estadounidenses tienen uno.
El arma con la que Thomas Crooks disparó contra Trump en Butler era un AR-15 semiautomático. Aún así, Trump ya ha declarado que su propuesta sobre las armas consistirá en ir a la contra de las regulaciones que proponen los demócratas. El magnate no ha hecho propuestas específicas sobre la cuestión de las armas más allá de decir que cree "que todos los estadounidenses tienen el derecho concedido por Dios de protegerse a ellos ya su familia" y, por tanto, defenderá "los propietarios armas que respetan la ley”.
El futuro del planeta depende también de estas elecciones. Estados Unidos es el segundo país que más CO2 emite, sólo por detrás de China. Pero mientras el gigante asiático apuesta de forma clara y decidida por la tecnología verde, Estados Unidos podría instalarse definitivamente en el negacionismo climático y Donald Trump vuelve a la Casa Blanca. De estas elecciones dependerá que Washington salga adelante el paquete de medidas climáticas aprobado por Joe Biden –aún insuficientes, pero que impulsan la reducción de emisiones a la mitad en el 2030– o que vuelva a poner la maquinaria del petróleo y el gas en todo rendimiento. En su primer mandato, Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, el pacto que conjura a todos los países del mundo a reducir emisiones para detener el calentamiento global. Lo volverá a hacer en cuanto vuelva al Despacho Oval. Esto y aprovechar al máximo la nueva posición de EEUU como primer exportador de gas del mundo –tras el veto en Rusia– y fortalecer aún más al devastador fracking. Ahora bien, aunque Harris mantendría al país dentro del Acuerdo de París y en el camino de la transición energética iniciado por Biden, esto no quiere decir que el suyo sea el mejor gobierno de todos en esta lucha. Harris ha insistido en campaña en que no está en contra del fracking, en parte para buscar los votos de un estado clave que depende de estas explotaciones: Pensilvania. Pero también porque las políticas que defiende no son las más progresistas de su partido en ese ámbito. Pero por lo menos no son el negacionismo.