Un león para proteger al rebaño
"¡O Dio! ¡La Chiesa romana in mani dei catalani!", dijo un cardenal al saber que Roderic de Borja había sido nombrado papa, en el siglo XV. Un estupor similar recorrió la plaza de San Pedro cuando se supo que un norteamericano se sentaría, por primera vez, en la silla de San Pedro. Pero la decisión del cónclave es claramente continuista.
“He’s not MAGA! He’s not MAGA at all!”, se desgañita una periodista estadounidense, en la tribuna de prensa, justo después del esperado habemus papam. El cardenal Prevost, nacido en Chicago, es el escogido, y algunos periodistas italianos ponen cara de estupor. ¿Un papa yanqui? ¿Después de la foto de Trump disfrazado de pontífice? O Dio! Pero enseguida se deshace el equívoco: Prevost está en la lista de papabili y todos los periodistas tienen a mano su ficha, que no ofrece dudas: no es un reaccionario, será un papa continuista, fiel al legado de Francisco, y muy alejado de los postulados del MAGA (Make America Great Again). Algunos medios dicen, incluso, que la decisión del cónclave era la peor pesadilla de JD Vance, y que León XIV será la "némesis" de Donald Trump. Entre los periodistas europeos, sin embargo, circulan inevitables bromas: "¿EEUU pagará aranceles por exportar a este papa?"
La Iglesia católica, según el tópico, no piensa en días o meses, sino en décadas y siglos. Los cambios no son repentinos, los virajes son parsimoniosos, cualquier reforma está limitada por la lealtad a los principios doctrinales. "El nuevo papa no será el sucesor de Francisco, sino el de Pedro", dicen los medios oficiales del Vaticano. Y sin embargo, en Roma todo el mundo tiene claro que habrá continuismo, y que los conservadores han sido derrotados por la vía rápida. La única duda es si León XIV mantendrá o acelerará el rumbo marcado por Jorge Bergoglio: una ruptura decidida, pero incompleta, ante el auge de la extrema derecha mundial. Con Prevost, la primavera vaticana seguirá vigente.
El desenlace, tan repentino, ha sorprendido a todo el mundo. Los periodistas que dejaban pasar la tarde en la sala de prensa han corrido hacia la tribuna, con una prisa innecesaria, porque entre la fumata blanca y la aparición del nuevo pontífice ha pasado una hora, una hora tan larga que más de uno ha pensado en Michel Piccoli, ese papa de ficción que tenía un ataque de pánico justo antes de salir al balcón, en la película de Nanni Moretti. La plaza tampoco estaba llena, ni mucho menos, cuando el humo blanco ha empezado a salir de la chimenea; se ha ido llenando, en la hora siguiente, de una multitud abigarrada de fieles, peregrinos, turistas y curiosos que se deleían por vivir el Momento Histórico, con mayúsculas. Una masa eufórica, que gritaba "Viva el Papa" antes de que se supiera su nombre, con profusión de banderas nacionales, sobre todo latinoamericanas y españolas (ninguna senyera), y una sola de EEUU, que poco después ha atraído la atención de una nube de fotógrafos.
La gestión del tiempo
La Iglesia bimilenaria es lenta, pero un cónclave es cuestión de días, no de décadas. Este no ha durado ni 24 horas. Se ha desmentido la tesis de ciertos vaticanistas según la cual el tempo del cónclave se administra con delicada precisión. Un desenlace demasiado rápido puede dar la impresión de que la elección ha sido precocinada. Infovaticana, el medio de los católicos conservadores españoles, afirmaba el jueves por la mañana que "cada fumata negra es una victoria", porque quiere decir que "los candidatos que se fabrican en los despachos se estrellan contra el muro invisible de la providencia". Pues bien, la fumata blanca ha aparecido a la cuarta. Pim-pam. Los cardenales han votado continuismo, lo han hecho sin miramientos, y la providencia –aparentemente– ha estado de acuerdo.
Tras el discurso del nuevo papa, los religiosos que pasean por la plaza de San Pedro sonríen más o menos, pero todos ellos son muy receptivos ante los periodistas que les piden la opinión. Es comprensible: no están acostumbrados a recibir atención y los días de fumata blanca se les hace mucho caso. Charlo con un joven sacerdote mexicano que elogia a Prevost y justifica los "pecados" de la curia. "Todos somos frágiles, con o sin sotana, pero un error con sotana se nota mucho más. Aquí hay muy buena gente que tiene que hacer frente a la soledad". Cuando le replico que los sacerdotes quizá se sentirían menos solos sin el celibato, me responde: "Depende. Pregunta a los casados si son tan felices..." No cree que el nuevo papa se arriesgue a un cambio tan radical.
También hablo con un católico chino que vive en Roma, muy decepcionado con la elección del nuevo papa: "Los católicos de mi país sufren mucho, y la Iglesia no los ha tenido en cuenta. Me hubiera gustado un papa conservador que cambiara el rumbo". Busco desesperadamente a un priest norteamericano, pero finalmente tengo que conformarme con un cura inglés, un auténtico outsider (los católicos solo son el 10% en Gran Bretaña). Dice que espera que León XIV aporte estabilidad, que Francisco ha generado cierta confusión "porque la prensa a menudo lo ha malinterpretado". Y me recuerda que ellos –los católicos ingleses– son pocos pero firmes, mientras que los anglicanos están desertando en masa. Quien no se consuela...
Prevost ha elegido llamarse León, no solo porque es un nombre que invoca fortaleza y liderazgo, sino también en homenaje a León XIII, el padre de la llamada "doctrina social de la Iglesia". Es el papa que en 1891, en pleno auge del capitalismo industrial, proclamó que la justicia es el único fundamento verdadero de la paz.