Un mes viviendo en el metro de Kiev
Muchas personas continúan refugiándose de los bombardeos en el suburbano o buscan otras alternativas
Enviada especial a KievHacia las once de la noche sonó una gran explosión. Fue tan tremenda que se oyó perfectamente desde el centro de Kiev, aunque el lugar donde cayó el proyectil está a más de diez kilómetros de distancia. Las tropas rusas atacaron el domingo por la noche el centro comercial Retroville, situado al noroeste de la capital ucraniana. El edificio quedó arrasado casi por completo. Las imágenes son apocalípticas. En una de las paredes que se mantuvo de pie, se podía leer este lunes los nombres de algunos de los establecimientos que el centro comercial acogía: un Leroy Merlin, un H&M, un McDonald's… Era un complejo enorme.
El Retroville se encuentra en un área residencial de Kiev, pero dispone de una zona de aparcamiento tan amplia que la mayoría de los bloques de pisos están a decenas de metros del centro comercial. Además, algunos están en construcción y, por tanto, no vive nadie. Esto explicaría el escaso número de víctimas en el ataque: las autoridades ucranianas han informado de ocho muertos. Y también el hecho de que se produjera a una hora en la que no hay ni un alma por la calle en Kiev. En la capital hay toque de queda desde las ocho de la tarde hasta las siete de la mañana.
El ataque ha sido una gota más en un vaso que en esta ciudad está a punto de colmar para muchos. Las sirenas antiaéreas que avisan de un posible bombardeo suenan en la capital varias veces al día. O mejor dicho, suenan en la parte occidental de Kiev, que es la parte antigua de la ciudad, y en la que hay sirenas en los diferentes barrios que datan de la época de la Guerra Fría. En la parte oriental, la situada al otro lado del río Dniéper, que divide Kiev en dos, no hay sirenas que valgan. Es una zona residencial que se construyó a partir de los años ochenta. Allí los vecinos se guían mediante una aplicación del móvil que advierte de un posible bombardeo, o de los avisos que se difunden por televisión.
Sin embargo, la mayoría de la gente ya no hace caso de los avisos. Suena la sirena y ni se inmutan. La mayoría de las veces se trata de falsas alarmas, y en otras es una pura lotería: Kiev es una ciudad inmensa, el proyectil puede caer en cualquier sitio, y todo el mundo confía en que no sea sobre su casa. Cada uno lo vive como puede: con mayor o menor angustia.
Irina tiene 50 años, es enfermera y lo lleva mal, muy mal. Se instaló en el metro cuando empezó la guerra, el 24 de febrero, hace ya casi un mes. Cuando le preguntan por qué, se le saltan las lágrimas: “Ya hui de la guerra una vez, y ahora me encuentro con lo mismo”, es una de las pocas cosas que consigue decir con un nudo en la garganta. Es originaria de la provincia de Lugansk, en el este de Ucrania, donde el conflicto comenzó en 2014. “Me asusto con cualquier pequeño ruido –sigue explicando como puede– y me da miedo refugiarme en un sótano porque, si se hunde el edificio, quedaría sepultada por los escombros”.
En el metro está con su pareja, Alexander, y su gato. Han montado una especie de campamento en el pasillo central de la parada de la estación de Dorogozhychi. Tienen mantas, cojines, un par de maletas donde guardan la ropa... Él asegura que sale a la calle todos los días para que le dé un poco el aire, y una vez a la semana da una vuelta por casa para asegurarse de que todo está en orden. “Podríamos huir a un país de la Unión Europea, pero allí te tratan bien al principio y después tienes que espabilarte como puedas. Y nosotros ni siquiera sabemos hablar inglés”, afirma para justificar que hayan decidido quedarse en Ucrania. A él no le han llamado a filas pese a la entrada en vigor de la ley marcial en el país, porque tiene una discapacidad.
Lo sorprendente es que no son los únicos. En la parada de metro de Dorogozhychi viven otras muchas personas, en medio del pasillo, desde hace casi cuatro semanas. Lo mejor es que ahora la frecuencia del metro es escasa: los convoyes pasan cada media hora y viajan pocos pasajeros. Además, en la parada hay lavabo y los voluntarios les traen comida preparada. Y lo más importante: sin duda, es el sitio más seguro de la capital. El metro de Kiev es uno de los más profundos del mundo: para llegar a los andenes, es necesario descender metros y metros de escaleras mecánicas.
La gente de Kiev también ha buscado otras alternativas. Nika Pona tiene 31 años, es matemática y teletrabajaba desde la capital ucraniana para una empresa de Barcelona, pero ahora no tiene la cabeza para concentrarse en nada. Y no es para menos: vive en la séptima planta de un bloque de pisos soviéticos en el noroeste de la capital, la zona más cercana a los combates. Si quiere dormir bien, explica, la única solución es ir al sótano del edificio. Si no, no se siente tranquila.
El sótano son en realidad las entrañas del edificio por donde pasan las tuberías de la calefacción. Un lugar donde nadie iría a menos que tuviera que hacer una reparación. Ahora, un vecino manitas ha acondicionado el lugar con unas cuantas bombillas y un enchufe para poder cargar las baterías del móvil, y son varios los inquilinos del bloque de pisos que pasan la noche allí. Nika se ha llevado un saco de dormir, un cojín y un poco de comida. Otros incluso han colocado algunas sillas.
Nika sí hace caso del aviso de las sirenas antiaéreas. "El problema es que en los últimos días se oye primero la explosión, y después se activa la sirena", lamenta. O sea, cuando ya es demasiado tarde. Y eso, asegura, sí que le angustia.