La nueva Rusia: aislada y con la Z omnipresente

Faltan medicamentos y los alimentos básicos se han encarecido

MoscúLa inauguración del McDonald's de la plaza Pushkin de Moscú, en 1990, fue histórica. Era el símbolo de la aproximación de la Unión Soviética a Occidente. Hoy, la compañía símbolo del capitalismo estadounidense más estereotipado ha abandonado el local, que había sido el más grande que tenía en el mundo. Para ocupar su lugar en el mercado se ha optado por crear una nueva franquicia, Diadia Vania (el título en ruso de la obra Tío Vania de Antón Chéjov), que aprovechará locales de la cadena norteamericana y usará una B que copia la M de la hamburguesería. Es uno de los ejemplos más visuales de la desoccidentalización de Rusia. Hay muchos otros, puesto que la mayor parte de las compañías extranjeras se han marchado, de forma indefinida o temporal, a raíz de la "operación militar especial" de Rusia en Ucrania.

Ikea, Netflix, Apple, Adidas, Nike, Volkswagen, PlayStation, entre otras muchas, también se han marchado del país. Los últimos estrenos de superhéroes y animación tampoco estarán disponibles en Rusia como medida de boicot por parte de las grandes productoras de Hollywood. En total esta marcha se calcula que habría hecho perder el trabajo a unos 200.000 moscovitas. Para paliarlo, Serguéi Sobianin, el alcalde de Moscú, anunció programas para fomentar la ocupación en oficinas estatales, parques y obras públicas.

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Encarecimiento y escasez de alimentos y medicinas

El aislamiento de Rusia también se nota en sus supermercados. El precio de muchos productos básicos ha subido. Es el caso de verduras como el pimiento, el pepino o el calabacín, pero también de productos cárnicos, la leche y el pan, entre otros alimentos básicos. Esto ha provocado momentos de histeria colectiva como peleas entre pensionistas para comprar azúcar, un producto que se ha racionado. En las estanterías, la mantequilla, que se ha encarecido muchísimo desde enero, lleva dispositivos antirrobo.

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Con las medicinas es peor. Buena parte de la importación de medicamentos venía de la Unión Europea y Estados Unidos, y los genéricos de otros países no consiguen sustituir este vacío. Así lo explica Associated Press, que asegura que la comunidad médica habla de escasez de al menos 80 tipos de medicamentos como antiinflamatorios, gastrointestinales o antiepilépticos, entre otros.

La mayor parte de los extranjeros –sobre todo occidentales, pero no solo– han hecho las maletas y han preferido marcharse. Incluso algunos trabajadores de Russia Today, un medio estatal, anunciaron su marcha como protesta por la situación en Ucrania. El desacuerdo con el rumbo del país, la incertidumbre del futuro próximo, el miedo a represalias o las dificultades del día a día son los principales motivos. Los extranjeros que viven en Rusia tienen que enfrentar muchas trabas: si reciben su salario desde fuera del país, se encuentran con que no tienen ninguna manera de transferir dinero a sus cuentas rusas. Por lo tanto, poder ir al supermercado o pagar el alquiler es un quebradero de cabeza. Es lo que le ha pasado a Carlos, que asegura que se va “a regañadientes” por los problemas que tiene para acceder a su dinero, puesto que no trabaja para una empresa rusa. Confía en que “tarde o temprano” podrá volver a Moscú.

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También es mucho más limitado el turismo, que nunca ha sido una prioridad económica del Kremlin. Se nota en detalles como la eliminación del inglés en la megafonía del metro moscovita, por ejemplo. A pesar de que esta medida se aplicó por la pandemia –justificando que no había turistas y que era necesario dar otros avisos–, todavía se mantiene. Con las conexiones aéreas en Estados Unidos y en la UE suspendidas y los pocos que llegan al país –con escala– a precios disparados, pocos occidentales optan por visitar Rusia. Para que aguante el turismo, la solución es la misma que durante la pandemia: confiar en el turista nacional. Y es que medidas como denominar “países no amistosos” a una treintena de estados, entre ellos los de la UE, no ayudan a promocionar el país.

La sombra de la Z

Las banderas rusas o los símbolos del oficialismo siempre habían sido habituales en el paisaje ruso. Pero después de la “operación militar” en Ucrania, la Z que simboliza el apoyo a las tropas rusas se ha convertido en un símbolo clave en el país de Vladímir Putin. En edificios de viviendas se puede encontrar la letra en los paneles informativos o en ascensores. En las tiendas de souvenirs impresa en camisetas, pegatinas y todo tipo de parafernalia. Incluso en algunas calles hay Z de la medida de una persona para que la gente se haga fotos para colgarlas en las redes sociales, al estilo de las que lucen muchas ciudades europeas o la propia capital rusa, con “I love Moscow”.

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La Z también se ha convertido en un símbolo para señalar a las personas que hablan de “guerra” y que critican las acciones rusas: pintan en las puertas de su casa frases como “no vendas la patria” o “esta persona apoya a los nazis ucranianos”. Incluso en diferentes ciudades del país han aparecido carteles señalando a músicos como “idiotas”, “traidores” o “partidarios de Occidente” por no haber mostrado claramente su apoyo al Gobierno ruso.