El caos y la angustia se apoderan del Líbano, que se prepara para lo peor

Hezbollah recupera el cadáver de Nasrallah mientras calcula el impacto de las bajas para reestructurarse

BeirutEn una imagen que ya ha dado la vuelta al mundo, una grúa eleva con precisión la mortaja blanca que rodea al cuerpo del líder de Hezbollah, Hasan Nasrallah, desde el corazón de un cráter de 30 metros de profundidad. Alrededor, un paisaje devastado de montañas de escombros de edificios derrumbados, una estampa que quedará grabada en la memoria del conflicto. Nasrallah y otros altos mandos de la organización fueron abatidos este viernes en una operación quirúrgica de Israel. Según fuentes del ejército israelí, al menos 20 comandantes militares de Hezbollah participaban en una reunión secreta en los bunkers de Dahieh, en el sur de Beirut, cuando cazas F-35 lanzaron bombas antibúnker de dos toneladas sobre su objetivo. La guerra entre Israel y la milicia chií, aliada de Irán, toma una nueva dimensión.

Entre teorías de la conspiración sobre la muerte del máximo líder de la resistencia islámica proiraní, el diario francés Le Parisien ha encendido las alarmas al afirmar, citando una fuente de seguridad libanesa, que "Israel fue informado por un topo iraní de la ubicación de Nasrallah". Si se confirmara, éste sería el golpe más devastador contra la milicia chií en toda su historia.

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Gracias a una breve pausa en los combates en los suburbios del sur de Beirut, equipos de rescate lograron este domingo recuperar los cuerpos de Nasrallah y de los demás líderes caídos. Sin embargo, a primera hora de la tarde, aviones israelíes llevaron a cabo otro ataque selectivo en la zona.

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A medida que Hezbolá va revelando los nombres de los mártires del ataque israelí, más se complica la búsqueda de un sucesor. Entre las víctimas destacan Ali Karaki, considerado el segundo en la cadena de mando, y Nabil Qouk, vicepresidente del consejo ejecutivo de la organización. Con una lista cada vez más reducida para ocupar el puesto de secretario general, todos los ojos miran a Hashem Safieddine, uno de los líderes más influyentes del Consejo de Shura y cercano a Irán. Como Nasrallah, Safieddine lleva el turbante negro de los Sayyed, los descendientes del profeta Mahoma.

El país, desbordado

Líbano, sumido en tres días de luto nacional, se ha paralizado. Las calles de Beirut están desiertas; con comercios, bancos y oficinas cerradas. La capital se ha convertido en una ciudad de desplazados. Miles de familias han huido del sur del país, donde los bombardeos son más intensos, buscando refugio donde pueden. En la playa de Rambla el Beida, en el suroeste de la ciudad, cientos de personas intentan sobrevivir entre colchones y mantas. La arena está llena de desechos: plásticos, restos de comida y colillas de cigarrillos. El fuerte olor a orina y heces se mezcla con la brisa marina. Las condiciones son deplorables, pero para muchos no hay ningún otro sitio al que ir.

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Ali y su hermano Mohamed hace dos días que se lavan en el mar. "Tenemos llagas por la sal y no hemos podido bañarnos con agua corriente", comenta Mohamed, mientras se frota la piel. Ambos huyeron de los bombardeos en la frontera sur y llegaron a Beirut después de recorrer varias ciudades sin éxito. "Intentamos refugiarnos en las escuelas de Tir, pero no había espacio. Llegamos a Sidó y el único sitio libre era un aparcamiento público, lleno de familias. Al ver la playa en Beirut, decidimos quedarnos hi", relata Ali. Con sus dos familias suman 15 personas, lo que dificulta aún más encontrar un refugio adecuado.

Las autoridades libanesas están desbordadas. El primer ministro, Najib Mikati, declaró que la situación es crítica: “Estamos haciendo lo que podemos con los recursos que tenemos. Agradecemos la solidaridad de quienes han abierto su casa, pero el número de desplazados es enorme”, dijo en un discurso televisado. El primer ministro, consciente de que no puede controlar a Hezbollah, pidió que la solución a la guerra debe ser la diplomacia.

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Según el gobierno, la cifra de personas desplazadas por la escalada bélica ronda el millón. Aunque más de 40.000 escuelas y universidades se han habilitado como refugios temporales, el espacio es insuficiente para alojar a todos. En paralelo, otros 90.000 refugiados sirios y otros 30.000 libaneses han cruzado la frontera norte hacia Siria, huyendo del fuego cruzado.

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En las playas y parques de Beirut la vida transcurre en un limbo, mientras el ruido de las explosiones todavía resuena en los suburbios de la capital libanesa. Las trabajadoras domésticas de países africanos, como Mary y Monike, están desamparadas después de que sus empleadores las abandonaran durante los bombardeos. Sin documentos ni dinero, ven el futuro con incertidumbre. “Llamamos a nuestra embajada, pero nadie contesta”, relata Monike con la voz rota.

El Líbano, azotado por años de crisis económica y política, enfrenta ahora una nueva tragedia. Beirut, una ciudad acostumbrada a los vaivenes de la guerra, intenta encontrar consuelo en medio de la destrucción. Sin embargo, el futuro sigue siendo incierto y cualquier sensación de calma parece temporal.