La Guerra de los Doce Días con Israel impulsa a los ayatolás en Irán
Teherán recuerda a los más de 600 muertos y parece haber dejado atrás la revuelta de hace tres años
Teherán"Esta noche iremos a un sitio especial. No puedes llevar la cámara, pero valdrá la pena. Verás al nuevo Irán", me decía una amiga hace cuatro años, la última vez que estuve allí. por las elecciones presidenciales, que ganó el clérigo ultraconservador Ebrahim Raisi. El lugar en cuestión era un bar semiclandestino, un sótano de dos niveles al que se accedía por una estrecha escalera. Estaba lleno de jóvenes vestidos al estilo occidental que fumaban. Pero lo más sorprendente era ver que la mayoría de mujeres no llevaban el chador en la cabeza.
Desde entonces, han pasado muchas cosas en este país; entre otros, la reciente guerra de doce días con Israel y el bombardeo de Estados Unidos contra las instalaciones nucleares. Pero tres años después del asesinato de Mahsa Amini –la joven kurda iraní de 22 años, a la que la policía de la moral pegó una paliza para no llevar el pañuelo según las normas religiosas–, es impactante ver cómo lo que debía ser una revolución de ruptura con el régimen de las "viejas costumbres" se ha evaporado.
Entonces, más de la mitad de las mujeres iban con el pelo descubierto. Llevaban colores llamativos que en algunos casos dejaban la cintura o los brazos al descubierto. Las podías ver en la calle, en los centros comerciales, en las bibliotecas. "Ponte el chador", le decía, por ejemplo, uno de los guardias de seguridad a dos jóvenes, una de ellas con el pelo teñido de rubio. Y ellas respondían haciendo un gesto con la mano e ignoraban la advertencia. Un gesto que en Europa no tiene trascendencia alguna, pero sí en este país, donde ha habido muertes y encarcelamientos por intentar romper esa barrera.
Adaptarse o morir
¿Cómo es posible ese cambio? Hace sólo unos días, mi amiga me decía: "En Irán hay un sentimiento nacionalista que está por encima de todo, y es probable que esta guerra [con Israel] haya acelerado este proceso; se están dando cuenta de que la sociedad ya no está anclada en el pasado". Al final, es adaptarse o morir, y esto es algo que el régimen está empezando a entender. A su favor.
Hay un viejo proverbio árabe que dice: "El enemigo de mi enemigo es mi amigo". Pero en ese caso no ha funcionado. Todo lo contrario. La guerra con Israel ha hecho que la sociedad, al menos por el momento, esté más cohesionada y unida. Ver a hombres y mujeres llorar desconsoladamente en actos de homenaje a los mártires es algo que puede llamar la atención en Europa, pero que en Irán está a la orden del día. La tragedia une, y esto es lo que ha logrado Israel bombardeando, en algunas ocasiones, objetivos civiles y aceptando los mal llamados daños colaterales para conseguir su objetivo. En la llamada Guerra de los Doce Días, Irán ha sufrido su peor pesadilla desde la sangrienta conflicto con Irak en los años 80. El saldo de bajas lo dice todo: más de 600 iraníes muertos por sólo 26 israelíes.
Por otra parte, Teherán sigue igual que siempre, con la salvedad de que ahora es posible ver, en determinados lugares de la ciudad, fotos de los mártires que han sucumbido a los bombardeos de la aviación israelí. En algunos lugares se puede dar un paseo junto a una cuarentena de fotos con objetos personales de las víctimas depositados en vitrinas. Cerca, una gran alfombra roja marca el paso de trabajadores que van al trabajo o vuelven.
En otra parte de Teherán es posible encontrar carteles pegados a la pared donde se recuerdan una cincuentena de mártires con fotos de carnet. Y en las plazas más representativas existen grandes lonas con los retratos de los militares y científicos que perdieron la vida en la última guerra. Las casas bombardeadas, donde vivían los científicos nucleares, se han convertido también en grandes mausoleos temporales presididos por banderas, inscripciones y fotos.
Cazas chinos
Más allá de todo esto, ahora Irán es consciente de su vulnerabilidad aérea, que es lo que define a quien controla la guerra, no a quien la gana, porque acabar con Irán no sólo se puede conseguir controlando el espacio aéreo. El fin de la guerra, de hecho, implicaría conquistar el país, y este escenario exige una destrucción total, tal y como, lamentablemente, se está viendo en Gaza, de la que apenas queda nada. Aún así, con la lección aprendida, el régimen de los ayatolás se está rearmando con aviones cazas chinos de última generación.
Los restaurantes abiertos, los centros comerciales a rebosar y el viejo bazar de la ciudad, intransitable, con carros que lo atraviesan conducidos por la gente que pasea o compra, hacen notar que, sin embargo, el pulso de la ciudad sigue bien vivo. La diferencia es la inflación. Los precios no son los pertenecientes al cambio real de la moneda. Si así fuera, serían inasumibles para la inmensa mayoría de la población. Sea como fuere, esos mismos precios les obligan a marcharse de la ciudad, porque comprar una vivienda en Teherán se ha convertido en la misma pesadilla económica que en algunas de las capitales europeas.
¿Cómo se vivió la guerra en este breve espacio de tiempo? "Yo tenía miedo, las explosiones... Una de las bombas cayó junto a mi casa y yo sentí cómo me atravesaba la onda expansiva. Mi madre me llamaba cada hora para saber si estaba vivo y para intentar convencerme de que me marchara de Teherán", explica uno de los testigos que he podido recoger.
Hoy es jueves y, en el cementerio más grande de Teherán, las familias celebran actos religiosos para honrar a los muertos. Algunos hombres llevan bandejas de comida con galletas; otros llevan bebidas y las reparten entre las familias desconsoladas que, con llantos y gritos, expresan cómo echan de menos a sus seres queridos. "Explica la verdad", me dice una mujer, al ver que soy uno de los pocos periodistas occidentales en ese acto. Por último, dos hombres despliegan la bandera roja y la pasan por encima de las tumbas de todos los mártires, uno por uno, tomándose su tiempo para cada familia. Mientras, los familiares intentan besar la bandera o simplemente se dejan abrazar por ella: el único consuelo que les queda.