Guerra en Siria

Entre la libertad y el caos: Damasco se despierta en una nueva era

Crónica desde la capital, donde el gobierno provisional intenta poner orden

DamascoLos márgenes de la carretera que conecta la frontera siria con Damasco están sembrados de cicatrices. Vehículos militares calcinados, tanques oxidados y baterías de defensa antiaéreas abandonadas dibujan un paisaje que narra el fin de una era. Cada agujero en el asfalto es un testigo mudo de la batalla que derrocó a la dinastía Al Asad después de 52 años en el poder. Las milicias islamistas de Hayyat Tahrir al Sham, lideradas por Abu Mohamed el Julani, han tomado las riendas del país, y la euforia en las calles contrasta con un miedo latente al vacío de poder.

Wael, nuestro conductor, señala los vestigios con una mezcla de alegría y sorpresa. "Miren allí!", exclama emocionado, apuntando hacia un cartel caído de Hafez el Asad. "Nunca habría dicho que lo viviríamos, eso". Más adelante, un mosaico del desaparecido Basel el Asad, hermano mayor de Bashar, yace destrozado por las balas. Wael, un oftalmólogo y radiólogo que ahora trabaja como taxista, sonríe con ironía. "¡Con esa cara de arrogante!", dice antes de reír. Su incredulidad es palpable, pero también lo es la emoción de un hombre que, por primera vez, siente que Siria podría ser libre.

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A medida que nos acercamos a Damasco, las señales de la guerra reciente se mezclan con nuevos símbolos de cambio. Las columnas de humo que suben hacia el cielo marcan el lugar donde los aviones israelíes bombardearon almacenes de armas y presuntas fábricas de productos químicos. "La gente todavía tiene miedo", confiesa Wael mientras maniobra en la carretera destrozada. "Yo también. No le conté a mi mujer que vendría aquí. No quería preocuparla".

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El panorama en la capital es surrealista. La Puerta de Fátima, la entrada al antiguo zoco de Damasco, está desierta. Las calles del barrio cristiano, que habitualmente están llenas de vida, ahora están vacías, con los negocios cerrados y las persianas metálicas cubiertas de polvo. El silencio reina en un sitio que hasta hace poco era un punto de encuentro para locales y turistas. Sin embargo, no todo está paralizado. En otras partes de la ciudad, el bullicio comienza a regresar. En medio del caos, grupos de voluntarios barren los restos de la batalla: recogen casquillos de bala, trozos de cristal y escombros en un intento de devolver algo de normalidad a las calles.

Desafíos del nuevo gobierno

Pese a la celebración en las plazas, el gobierno provisional tendrá que hacer frente a muchos retos. En los ministerios, antiguos funcionarios del régimen de Al Asad trabajan con los nuevos líderes de la milicia Hayyat Tahrir al Sham, pero el caos organizativo es evidente. Las órdenes se contradicen, y nadie parece saber cuál es el papel que debe jugar en esta nueva Siria. "Estamos aprendiendo sobre la marcha", admite uno de los nuevos responsables, mientras intenta explicar la falta de coherencia en las políticas que se están implementando.

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El edificio de la televisión nacional, una estructura que nunca simbolizó el control absoluto del régimen, está en ruinas. Fotografías de presentadores y directores están desgarradas en el suelo. En medio de este panorama, un funcionario del nuevo gobierno intenta acreditar a los periodistas internacionales. Pero incluso ahí las cosas no están claras. A pocos metros, guardias armados con Kalashnikovs controlan el acceso al Teatro de la Ópera, confundidos por los documentos que les muestran los reporteros.

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La plaza de los Omeyas, sin embargo, ofrece una imagen diferente. Miles de personas ondean banderas revolucionarias y cantan lemas en honor a los nuevos líderes. Las caras de los manifestantes reflejan una mezcla de gozo y alivio, como si el simple acto de reunirse en público fuera una victoria en sí misma. "Hace tres días esto era inimaginable", comenta un hombre mientras branda una bandera revolucionaria y observa el entusiasmo a su alrededor. La euforia se respira en el aire, pero también hay un susurro de incertidumbre.

La alegría en Damasco es palpable, pero el precio de la libertad es un interrogante abierto. Mientras los sirios celebran en las calles, en los rincones más oscuros de la ciudad un anciano observa la escena con una mirada pensativa. "La libertad no es fácil", dice en voz baja, casi como si hablara consigo mismo. "Ahora es cuando comienza la verdadera lucha". Sus palabras resumen el sentimiento colectivo de un país que, por primera vez en décadas, se enfrenta a la posibilidad de decidir su destino.

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Después de más de medio siglo bajo el puño de hierro de los Asad, Siria se despierta en una realidad diferente. En las calles, el aire lleva una mezcla de esperanza y de miedo: esperanza de un futuro diferente y miedo a que el vacío de poder devore las aspiraciones de cambio. Hayyat Tahrir al Sham asegura que sus intenciones son pacíficas, pero el miedo a otro ciclo de autoritarismo persiste.