Líbano recibe al papa León XIV entre cansancio y expectativas moderadas

La visita del Papa llega en un momento delicado para Líbano, marcado por un alto el fuego frágil con Israel en el sur y una política y una economía bloqueadas

El papa León XIV saluda al presidente libanés Joseph Aoun en el Palacio Presidencial durante su primer viaje apostólico al Líbano.
30/11/2025
4 min

BeirutTras una lluvia torrencial, un solo duro ilumina la pista del aeropuerto militar, donde unas doscientas personas escogidas esperan la llegada del papa León XIV bajo una carpa que apenas hace sombra. Por un lado, la gente se agolpa; por otro, los fotógrafos buscan a los mejores ángulos, mientras la orquesta militar ensaya compases y las autoridades desfilan. El ruido del avión del Vaticano se deja oír antes de verse. La muchedumbre, con el móvil en la mano, se mueve entre los nervios y la expectación. Cuando resuenan las veinte salvas de honor, más de uno salta del sobresalto antes de volver a mirar hacia el cielo, medio sonriente y con el corazón acelerado.

Este comienzo, a medio camino entre la ceremonia y el caos, resume muy bien el estado de ánimo del país: el Líbano recibe al pontífice con unas expectativas moderadas y un cansancio que atraviesa cada conversación. En Beirut, los preparativos avanzan entre los atascos, controles y discusiones habituales sobre seguridad y protocolo. Pero por encima de esa logística pesa algo más simple: el deseo de un respiro, aunque sea breve, en medio de la rutina de crisis que marca la vida cotidiana.

La visita llega en un momento delicado. En el sur, uno alto el fuego frágil con Israel mantiene una tensión constante; la política libanesa sigue bloqueada, la economía no ofrece salidas y la población acumula un desgaste que se ha convertido en parte del paisaje. En este contexto, cada gesto público adquiere un peso desmedido, y la llegada del Papa no escapa de esta dinámica. Las expectativas no apuntan a soluciones ni transformaciones inmediatas.

Lo que muchos esperan es otra cosa: una señal de que el país sigue en el mapa y que no ha sido abandonado del todo. El Papa no va a arreglar la crisis, pero puede aportar algo de luz a una sociedad que, desde hace años, avanza en la penumbra. Para un país pequeño y fracturado, la atención externa todavía cuenta y para algunos basta con oír que el mundo vuelve a mirar hacia aquí, aunque sea durante unos instantes.

El papa León XIV dando un discurso en el Palacio Presidencial durante su primer viaje apostólico a Baabda, en Líbano.

La agenda del viaje combina diplomacia espiritual y gestos de fondo político. El recorrido por lugares simbólicos, como el puerto devastado y los centros sociales que cubren los vacíos que el Estado no llena, quiere recordar que, incluso, dentro de un sistema confesional saturado, persiste un tejido humano que resiste. Esta idea resulta familiar para quien ha sobrevivido a la sucesión de colapsos de los últimos años y que, pese al cansancio, sigue manteniendo rutinas mínimas de vida comunitaria.

La comunidad cristiana, que ha perdido peso demográfico y presencia en las instituciones —representa un 30% de los seis millones de habitantes— interpreta la visita como un reconocimiento. Para algunos es un soporte; para otros, una invitación a repensar las prioridades. Para muchos, simplemente es la oportunidad de mostrarse unidos en un momento en el que las fracturas internas siguen abiertas. Pero la participación no se limita a los líderes cristianos; también tomarán parte representantes musulmanes suníes, chiíes y drusos, un gesto que subraya que la convivencia no es sólo un ideal religioso, sino una necesidad política fundamental en un país pendiente de cada señal pública, por mínima que sea.

Recuperar presencia en Oriente Próximo

En la región, la visita del Papa se entiende como un intento del Vaticano de recuperar presencia en Oriente Próximo en plena recomposición. Siria sigue fragmentadaIsrael protagoniza otro ciclo de violencia, ahora en Cisjordania, y los equilibrios de la región del Golfo cambian deprisa. En este escenario, Líbano vuelve a ocupar una posición sensible y está expuesto a tensiones que le superan. La presencia del pontífice quiere recordar que la dimensión humana no puede quedar relegada frente a la lógica militar y diplomática. Y aunque no cambie el tablero, introduce un punto de pausa en una región en la que la pausa es un lujo.

El discurso, tan esperado, girará en torno a la dignidad, la convivencia y la protección de los vulnerables. No será una declaración política clásica, sino un llamamiento moral para volver a situar a los ciudadanos en el centro de la conversación pública. Pero el efecto real va a depender de la capacidad interna del país. Líbano sabe generar momentos de emoción colectiva, pero raramente logra traducirlos en decisiones concretas. La parálisis institucional y la fragmentación de intereses, locales y regionales, frenan cualquier avance.

Sin embargo, la visita aporta algo que no es menor: la posibilidad de reconstruir, aunque sea durante unos días, un relato común. Abre espacios de encuentro y recuerda que la fractura no es un destino inevitable. Para muchos libaneses, eso ya es suficiente. No porque solucione la crisis, sino porque vuelve a dar sentido a una idea de comunidad que a menudo se invoca pero que en la práctica se vive con mucha dificultad.

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