Nasrallah, el hombre que sabía que Israel le mataría

El líder supo integrar a Hezbollah en la sociedad libanesa pese a seguir las directrices de Irán

BeirutHasan Nasrallah, nacido el 31 de agosto de 1960 en el seno de una familia humilde chií, ingresó de muy joven en las filas del movimiento Amal Islámico, una escisión de la milicia chií Amal, que fundó Sayyed Hussein Musawi en 1982 y que tres años después se convirtió oficialmente en Hezbollah. Su devoción y su carisma le hicieron escalar a puestos de responsabilidad dentro de la organización hasta que ocupó el cargo de secretario general, tras el asesinato de Musawi, en febrero de 1992. El entonces líder de la milicia va ser asesinado en un bombardeo aéreo israelí en el sur de Líbano contra la comitiva en la que viajaban él, su esposa y su hijo, de cuatro años, que también murieron, junto a otras cuatro personas.

Hay que recordar que los orígenes del Partido de Dios (Hezbollah) como movimiento de la llamada Resistencia Islámica están en Irán, y no en Líbano. El movimiento se inspiró en las doctrinas del líder de la Revolución Islámica iraní, el ayatolá Ruhollah Jomeini, en la búsqueda del establecimiento de un gobierno islámico en Líbano para ofrecer obediencia al líder supremo de Irán, que estaba enemistad con Estados Unidos e Israel.

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Sin embargo, Nasrallah, que sólo tenía 32 años cuando asumió la dirección de la organización, tenía una visión más pragmática y dejó de lado los principios de la Revolución Islámica iraní para involucrar a Hezbollah como partido político en las primeras elecciones generales después de la guerra civil libanesa (1975-1991). Así, el jovencísimo secretario general reorganizó la estructura política, así como el ala militar, para separar a los dos órganos del Partido de Dios, y centró su estrategia política en ampliar sus actividades de bienestar social en todo el país para mantener el apoyo popular dentro de la comunidad chiíta, que representa aproximadamente un tercio de la población del Líbano.

“Comprar apoyos a través de la provisión de servicios sociales no es una mera transacción económica para ganar votos, sino que genera un sentimiento de pertenencia a la comunidad. Nasrallah se presentó como protector y garante del bienestar social, ganando lealtades a la resistencia y consolidando el control sobre el territorio y las personas”, explica al ARA el analista Ali Rezak, cercano a Hezbollah.

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Influencia política y social

Desde que fue legalizado como partido político, en 1992, la organización del jeque Nasrallah ha ido ganando más representación parlamentaria, ocupando carteras en varios ministerios, lo que dio al líder de Hezbollah poder para influir en las decisiones y en los presupuestos del estado libanés.

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Nasrallah centró su estrategia en mejorar el diálogo político con otras facciones y representantes religiosos, incluidos los cristianos. Sin embargo, como líder del movimiento de Resistencia Islámica, siguió necesitando un apoyo continuo de Irán para asegurar su propia supervivencia. Por un lado, se sentía ideológicamente en deuda con el régimen islámico. Pero, a su vez, para asegurar su permanencia política le tocó mirar también por los intereses de sus electores, que no siempre se correspondían con la agenda iraní. "Equilibrar estas dos obligaciones, que en ocasiones creaban conflicto de intereses, fue una disyuntiva que le resultó cada vez más difícil de conciliar", puntualiza Rezak.

Esta dualidad se reflejó durante la guerra de 2006 contra Israel. El Partido de Dios había sido el gran perdedor de las elecciones generales de junio del 2005, lo que se interpretó como un castigo de los libaneses a Hezbolá, al que se responsabilizó, junto al régimen de Damasco, del magnicidio del ex primer ministro libanés Rafik Hariri, el 14 de febrero del 2005. Nasrallah atravesaba entonces un momento de baja popularidad y no estaba preparado para una guerra con Israel en la que podía salir vencido, pero como parte del eje de la Resistencia Islámica la su obligación era atacar a los enemigos de Irán.

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En julio del 2006 ordenó a su grupo secuestrar a dos soldados israelíes. Y éste fue el detonante para que Israel emprendiera ese mes una de las mayores ofensivas contra la milicia chií libanesa, que se prolongó hasta el 14 de agosto, tras un alto el fuego decretado por la ONU, y dejó más de mil muertes. No hubo vencedores ni vencidos, pero fue la primera guerra de la que Israel no salió triunfante. Nasrallah ganó popularidad entre los países árabes de la región por haber “humillado” al ejército israelí y al mismo tiempo se convirtió en uno de los mayores enemigos del estado de Israel. Desde 2006, de hecho, vivía en ubicaciones secretas y todo lo que rodeaba su figura era un auténtico misterio. Desde ese año sólo apareció en público en un puñado de ocasiones, la última hace una decena de años. "No he utilizado teléfonos móviles ni fijos en años por motivos de seguridad e, incluso si quisiera, no me lo permitirían", reconoció el pasado mayo como disculpa por no poder recibir condolencias ni asistir al funeral de su madre , donde se emitieron sus palabras grabadas.

Diecisiete años después de aquella guerra del 2006, el líder de Hezbollah se encontró en la misma tesitura, tras la operación sin precedentes de Hamás del 7 de octubre del 2023 en Israel. Al día siguiente, sus combatientes abrieron el frente norte en apoyo a Hamás, como parte del Eje de la Resistencia. Sabiendo que Líbano no está en condiciones para asumir otra guerra con Israel con consecuencias desastrosas, Nasrallah, en deuda con Irán –que ha nutrido generosamente desde el 2006 al arsenal militar de Hezbollah y sigue financiando a la milicia chiíta para aumentar el cantera de combatientes– ha puesto al país del cedro al borde de una nueva guerra, de la que él ya no será testigo.

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