El precio del burka se multiplica por cinco en Kabul

Los talibanes patrullan por las calles de la capital con los vehículos de la policía afgana

BarcelonaA Roqia le tiembla la voz cuando habla por teléfono desde Kabul. Explica que, pocas horas antes de que los talibanes entraran en la capital afgana el domingo, fue a comprar un burka para ella y sus dos hijas de 16 y 18 años. De momento los fundamentalistas no han impuesto que las mujeres tengan que cubrirse con el velo integral cuando salen a la calle, pero ella los quería tener por si acaso. Con todo, Roqia volvió a casa con las manos vacías. No tenía bastante dinero para pagar los burkas. El precio se ha multiplicado por cinco en el Kabul bajo dominio talibán: antes valían 500 afganis (unos 3,8 euros) y ahora no se encuentran por menos de 2.500 (unos 18).

No son los únicos precios que se han disparado. También ha subido el arroz, el pan, la gasolina... todo. Y al mismo tiempo se ha desplomado la moneda afgana. Hasta 2014, cuando la mayoría de tropas internacionales todavía estaban en el Afganistán, un euro equivalía a unos 58 afganis. Ahora un euro vale 128 afganis. Una barbaridad.

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Roqia asegura que los talibanes han colocado carteles en algunas calles de su barrio, el de Khair Khana, al norte de la capital, en el que advierten que castigarán los comerciantes que suban todavía más los precios. Ella no ha vuelto a salir a la calle desde el domingo, pero se lo han explicado sus dos hijos que este lunes han ido a comprar pan. Algunas tiendas están abiertas, otras no han osado levantar la persiana. Sus hijos también han visto pasar talibanes en motocicleta o en vehículos de la policía afgana, que ahora están en manos de los fundamentalistas después de que los agentes desertaran en masa. Según dice, ondeaban la bandera blanca que caracteriza su régimen y coreaban “Alahu-akbar”, Alá es lo más grande.

Es difícil saber cuál es la situación en el conjunto de la capital afgana, porque la ciudad es enorme. En ella viven cinco millones de personas. Sameem, que reside en la zona de Darwaz-e-Kabul, asegura que en su barrio también hay tiendas abiertas y los talibanes patrullan por la calle. Algunos incluso se mueven con los conocidos Humvees norteamericanos, los vehículos blindados que Washington cedió al ejército afgano.

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"No me preguntes cómo estoy", responde Shinkai Karokhail, con la voz entrecortada, también por teléfono. Es una de las diputadas más conocidas del Parlamento afgano y también una de las más combativas. La Constitución que se aprobó en 2004 después de la caída del régimen talibán dice que el 25% de los escaños se tenían que reservar a mujeres. Karokhail impulsó en 2009 la aprobación de una ley contra la violencia de género en Afganistán que establece que es delito que un marido pegue a su mujer. Antes no lo era. Y en 2016, después de sufrir un cáncer de mama y de tener que someterse a una traumática doble mastectomía, movió cielo y tierra para conseguir que llegara el primer mamógrafo a Afganistán. Hasta entonces no había ningún aparato de este tipo en el país, ni siquiera en los hospitales privados.

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"Nadie me ha llamado", se lamenta la diputada, que no entiende que, después de codearse con diplomáticos de las más importantes embajadas extranjeras, absolutamente nadie se haya puesto en contacto con ella, ni se haya preocupado por su integridad física. Nada. "He marchado de casa. Ahora estoy en otro lugar más discreto", dice la diputada, que antes residía en una bonita casa cerca de la carretera de Darulaman, al oeste de Kabul. Ahora se esconde, a la espera, como tantísimos otros, para ser evacuada a Estados Unidos, Canadá o donde sea. Pero fuera de Afganistán porque allá no se sabe qué puede pasar.

De momento los talibanes no han anunciado qué restricciones impondrán a las mujeres, pero durante su régimen les prohibieron trabajar fuera de casa, estudiar e incluso tener acceso a la sanidad. También prohibieron las fotografías de personas, y las peluquerías de Kabul y las tiendas de vestidos de novia y maquillaje ya han empezado por si acaso a tapar las imágenes donde aparecen caras femeninas. Sus propietarios no quieren tener problemas.

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Robos y pillaje

"Todo el mundo me recomienda que marche del país, al menos mientras dura el caos", explica Palwasha Hassan, que dirige la asociación AWEC, una de las tantas organizaciones del país que trabajan por los derechos de las mujeres. Falta saber si estas asociaciones continuarán en activo. Entre los años 1996 y 2001, cuando los talibanes estuvieron en el poder, todas las organizaciones también quedaron prohibidas y se vieron obligadas a operar en la clandestinidad.

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Hassan continúa en su casa, ella no se ha escondido en ninguna parte, a pesar de que ha recibido amenazas por teléfono. Su conductor salió esta mañana y hombres armados lo pararon en la calle. "Primero le pidieron la documentación del coche, y después lo obligaron a bajar y se llevaron el vehículo", relata. Hassan no sabe especificar si los ladrones eran talibanes. Solo sabe que iban armados y que mucha gente está aprovechando la ocasión para robar lo que sea.