Hacía solo un mes que trabajaba en la Casa Blanca, ni más ni menos que en la Situation Room, donde era uno de los cuatro oficiales superiores de guardia (senior duty officer). La icónica sala de mando y gestión de crisis que hemos visto en infinidad de series y películas vivió ese 11 de septiembre uno de los días más negros de su historia. Robert Riley, que hasta este mes de junio era el cónsul de Estados Unidos en Barcelona, tiene hoy un recuerdo muy desdibujado de ese día por todos los años que han pasado, pero tiene claro que hubo un antes y un después en el trabajo de las agencias de seguridad y de inteligencia de Estados Unidos. "Nunca se volvió al ritmo de antes del 11-S", dice.
Riley ese día tenía fiesta. Se estaba duchando en su casa cuando, de repente, el bloque de quince pisos donde vivía en Arlington (Virginia) experimentó una temblor. A menos de un kilómetro de distancia, el impacto del vuelo 77 de American Airlines sobre el Pentágono, a las 9:37 de la mañana, hizo temblar todo el edificio. El mensaje de su suegro en el contestador, que le preguntaba desde Colombia si estaban bien, le empujó a poner las noticias y, de inmediato, llamó a la Situation Room para ofrecerse. Fue hasta la Casa Blanca en bicicleta para evitar el caos de tráfico que se había desencadenado a medida que la policía evacuaba las calles de la capital. En la entrada oriental del edificio, un agente del servicio secreto le explicó que todavía había un avión en el aire que podría estar volando hacia ellos o hacia el Capitolio. Se tuvo que meter en un coche oficial para entrar dentro del complejo, porque se arriesgaba a recibir un disparo de los francotiradores situados en el techo de la Casa Blanca si lo confundían con un intruso. Cuando por fin llegó a la Situation Room había el doble de personal de lo habitual: "Algunos estaban trabajando para hacer bajar los aviones del aire en todos los aeropuertos, otros hablaban con los militares, otros llamaban a las autoridades estatales de Nueva York para recoger información..."
Riley evoca la mezcla de "tristeza, rabia y misterio" que enrarecía el ambiente de la sala ese día, pero que en ningún momento hizo detener el ritmo frenético de trabajo: "Lo que me ha quedado grabado como una sensación muy profunda es que a pesar de que fue un día sumamente triste y difícil, desde los líderes más altos hasta los cargos más bajos mantuvieron en todo momento la profesionalidad, nadie se derrumbó y todo el mundo seguía trabajando incansablemente".
No recuerda haber visto ese día al vicepresidente. Y es que, efectivamente, a las 9:36 de la mañana Dick Cheney había sido trasladado al búnker de la Casa Blanca para protegerlo. El presidente George W. Bush estaba en Florida, donde recibió la noticia al oído cuando leía un cuento a los niños de una escuela de primaria.
Clasificado
En la memoria de Riley esa jornada se mezcla con todos los días posteriores, en los que la intensidad del trabajo no bajó. Se añade el hecho de que una parte de sus tareas de entonces siguen siendo información clasificada. "Hubo muchas conversaciones del presidente con líderes extranjeros para preparar la respuesta, nosotros le facilitábamos la llamada y teníamos que tomar notas", explica. La respuesta fue precisamente la invasión de Afganistán: en dos meses expulsaron a los talibanes del poder. Como diplomático, Riley declina comentar los acontecimientos de estas últimas semanas. Veinte años después, los talibanes están de nuevo en el poder. Y las dos décadas de guerra que abrieron los acontecimientos de ese día pronto parecerán solo un recuerdo borroso.
Agregado militar en Madrid durante los atentados de Atocha
Robert Riley ha terminado este verano su mandato de dos años como cónsul de Estados Unidos en Barcelona, que arrancó en 2018. Hoy ya está en Ginebra, en la misión de EE.UU. en la ONU.
Los atentados del 11-S lo pillaron en el año que estuvo trabajando en la Casa Blanca, como oficial superior en la Situation Room. Tenía 39 años y ya contaba con bastante experiencia en el departamento de Estado. Después de aquello ha pasado por varios departamentos diplomáticos y embajadas, del Salvador a Hungría y Bielorrusia.
Pero la casualidad hizo que su destino siguiente, de 2002 a 2005, fuera la embajada de EE.UU. en Madrid, donde era agregado político, "responsable de las relaciones con el departamento de Defensa y los militares españoles", dice. Allí vivió los atentados de Atocha de 2004: "Recuerdo bien ese día, que también hizo cambiar muchas cosas". Para empezar, dio la vuelta por completo a la relación entre EE.UU. y España, entre otras cosas por la retirada de tropas de Irak ordenada por José Luis Rodríguez Zapatero. "Los cambios de gobierno representan siempre mucho trabajo en una embajada, pero para eso estamos", dice, y asegura que, a pesar de todo, las relaciones entre EE.UU. y España "siempre han sido buenas".