Llevados por la guerra

BarcelonaApenas hace un mes el gobierno ruso anunciaba que, de acuerdo con la mediación de Qatar, cuarenta y ocho niños y niñas separados de sus familias a causa de la guerra regresarían a casa. Veintinueve irían a Ucrania y diecinueve a Rusia. He querido empezar este artículo recordando que hace justo un mes de esta noticia porque a estas alturas, que se sepa, no ha habido entre Ucrania y Rusia el deseado intercambio. Sí, intercambio de niños y niñas como quien habla de intercambiar presos de guerra u rehenes.

Intercambio, una palabra que creo que no debería aparecer en papeles oficiales cuando se habla de menores favorecidos por una acción humanitaria. Y, mira por dónde, los papeles no mencionan la palabra rehén cuando es lo que han sido --y posiblemente todavía son-- estas criaturas ucranianas y rusas, de las que Rusia no ha vuelto a hablar aunque Ucrania le empuja a hacerlo. Y es que al Kremlin no le es nada cómodo valorar cifras que según Kiiv no deberían contarse por decenas sino por miles. Serían unos 20.000 menores ucranianos los que fueron sacados de casa y traídos a Rusia a raíz del ataque de febrero del 2022. Hasta ahora, vía Qatar, se habrían repatriado unos cuatrocientos. Quedan todavía muchos lejos de casa.

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Antes he escrito: traídos a Rusia. Pero de poco no me ha salido poner lo que pensaba de verdad: deportados. Una palabra que se acerca más a la realidad, pero que aplicada en un contexto infantil sacude la escritura y también la conciencia. Deportados, secuestrados, alejados, ausentes de su mundo y de su vida. En muchos casos entregados a mecanismos de adopción controlados por Rusia, según un informe de la agencia estadounidense Associated Press. Funcionarios asegurando que era necesario que aquellos niños y niñas ucranianos fueran entregados a familias rusas porque no eran deseados ni queridos por sus padres. Una suposición transformada en argumento de protección por parte de Rusia.

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La formulación de una digamos obligación moral rusa hacia los desamparados. Obligación moral que se mezcla con otro argumento proveniente de los peores tiempos soviéticos: no poner en entredicho que estos niños y niñas son hijos del Estado. Es lo que descubrieron al cabo de los años aquellos Niños de la Guerra --llamados también Niños de Rusia-- llevados a la URSS durante la Guerra Civil española. Muy cerca de todos estos menores es imposible no vislumbrar la incertidumbre del destino de miles de adultos, jóvenes ucranianos y rusos, desaparecidos, de los que se tardará en saber que se ha hecho (o nunca se sabrá). Precisamente hace justo un mes, Ucrania anunciaba que tenía identificados a unos 37.000 de sus ciudadanos, civiles y militares, dados por desaparecidos. Y que podrían ser muchos más.

El drama también afecta a Rusia. Miles de familias piden al ministerio de Defensa información sobre sus hijos de los que no saben nada, y se organizan en las redes sociales para encontrarlos. Las cifras de desaparecidos que da la administración rusa son poco detalladas, y se percibe cierta voluntad de ocultación como explica un informe publicado por el semanario británico The Economist. Los expertos señalan que los soldados rusos desaparecidos podrían ser unos 25.000. Una cifra ante la que el gobierno de Putin intenta apaciguar a padres y madres ofreciéndoles una “compensación”: unos 12 millones de rublos, unos 130.000 euros. Al Kremlin le queda aún un arsenal terminológico, y económico, para enmascarar la verdad.

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