Ugur Sahin y Özlem Türeci, los padres turco-alemanes de la vacuna más esperanzadora contra el covid-19

El matrimonio hijo de inmigrantes había trabajado siempre en la investigación universitaria contra el cáncer

Cristina Mas
y Cristina Mas

BarcelonaLa vacuna más prometedora hasta ahora para inmunizarnos contra el covid-19 no ha aparecido de repente ni la ha desarrollado el gigante farmacéutico norteamericano Pfizer. Es el resultado de un trabajo de décadas de una pareja de científicos alemanes de origen turco que han dedicado sus vidas a la lucha contra el cáncer. Ugur Sahin (55) y Özlem Türeci (53), profesores de la Universidad de Mainz, fundaron hace 12 años BioNTech, empres derivada en la que Pfizer ha confiado para invertir en la búsqueda de un remedio contra la pandemia. Su vacuna contra el coronavirus ha sido la primera en dar un buen resultado en un ensayo clínico a gran escala y esperan obtener luz verde de las autoridades norteamericanas este mismo mes.

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Sahin y Türeci están ya en la lista de las 100 personas más ricas de Alemania (y seguro que escalarán posiciones después de que el lunes BioNTech pasara de los 4.600 a los 21.000 millones de dólares de cotización en bolsa a raíz del esperanzador anuncio que su vacuna tiene un 90% de eficacia y es segura), pero sus orígenes son humildes. Él era hijo de un inmigrante turco que trabajaba en la fábrica de Ford en Colonia, y ella, de un médico que también había emigrado de Turquía a Alemania. Se conocieron trabajando en el hospital de Homburg, donde los dos se dedicaban a la investigación en oncología. Según confesaron en una entrevista, incluso el día de su casamiento se pasaron un rato trabajando en el laboratorio.

El gran mérito científico de la pareja -él es el director financiero de la empresa y ella la directora médica- es haber pensado al utilizar nuestro sistema inmunitario como un aliado contra el cáncer y crear vacunas genéticamente personalizadas. La primera publicación de su nueva tecnología es de 2010, en la revista Cancer Research, con la aplicación experimental en ratones contra el melanoma. Aquel mismo año se aplicó en vacunas contra la tuberculosis. El 2014 su técnica se consagró en una revisión en la revista Nature y tres años más tarde dieron el salto para utilizarla no ya para combatir tumores sino una enfermedad infecciosa, el virus del Zika.

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BioNTech no tardó en abocarse a la lucha contra el coronavirus: asignaron 500 de sus 1.500 investigadores a trabajar y se pusieron en contacto con Pfizer y la farmacéutica china Fosun en marzo.

Integridad científica

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"No me sorprende que la vacuna de BioNTech dé estos buenos resultados -explica Josep Tabernero, jefe del departamento de oncología médica del Vall d'Hebron-. Hemos trabajado mucho con este laboratorio y la calidad de la ciencia y de sus productos es excepcional". Tabernero había compartido reuniones de trabajo con la doctora Türeci y recuerda bien la "integridad científica".

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Pere Joan Cardona, microbiólogo del Hospital Germans Trias i Pujol especializado en tuberculosis, destaca cómo ha funcionado el proceso de transferencia tecnológica en este caso. "Ellos estaban trabajando en la universidad, encontraron una tecnología disruptiva hace 12 años y tuvieron la necesidad de traerla al mercado, generaron su spin-off encarado a la oncología pero después encontraron nuevas aplicaciones para enfermedades infecciosas y ahora lo han aplicado al coronavirus. La transferencia tecnológica tiene que ser un círculo virtuoso, porque está muy bien hacer un descubrimiento, pero si después no se desarrolla no sirve de nada."