59 segundos ya no son lo que eran

La 1 ha recuperado 59 segundos, el programa de debate en el que la gracia de la discusión es sintetizar las intervenciones en menos de un minuto. Gemma Nierga afronta esta nueva etapa en la que lo más característico del formato siguen siendo los micrófonos que se esconden en la mesa hasta desaparecer cuando se ha agotado el tiempo y dejan al interlocutor vocalizante sin que lo oigan los espectadores. La noche del jueves, el día del estreno, el invitado principal era Óscar Puente, el ministro de moda con la cartera de Transportes y Movilidad Sostenible.

Una selección de analistas van sucediéndose por la mesa de debate y participan de entrevistas y discusiones. El estricto control del tiempo garantiza la agilidad. Los temas del primer día estaban bien escogidos porque ponían el foco en la actualidad social y política a través de reflexiones honestas. En una época en la que las inercias mediáticas se dedican a construir falsas polémicas para polarizar a la audiencia, se agradece que la televisión tenga la madurez de profundizar más que crispar. La esencia del servicio público. Gemma Nierga es buena haciendo entrevistas. Desde la amabilidad, hace preguntas cortas que van al tuétano sin preámbulos. El programa se ayuda de vídeos con narrativa sarcástica y permite que el público asistente al plató también haga preguntas en momentos puntuales. No siempre se tiene la oportunidad de ver a un ministro respondiendo consultas de la ciudadanía. Eso sí, el programa fue condescendiente a la hora de pincharlo. Cuando Nierga le preguntó al ministro por las polémicas que había provocado, obviaron las que había mantenido con Milei y que abocaron al gobierno a un conflicto diplomático con Argentina.

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Pocos minutos después de empezar, Nierga ya le decía al ministro: “Voy a pedir que le suban el micrófono otra vez porque no me ha acabado de contestar”. Más tarde, le consultaba: “¿Quiere más tiempo para seguir hablando de Junts?” La interrupción brusca puede ser delicada. Sabe mal cortar las aclaraciones de un ministro a la ciudadanía, pero, por otra parte, las normas son las normas.

En la primera edición, 59 segundos recuperó a uno de sus participantes históricos, Pedro J. Ramírez, y el juego que le propusieron tenía un ingenio envenenado. Lo invitaron a enfrentarse a sus opiniones de veinte años atrás recuperando unas imágenes donde el periodista sostenía que el matrimonio homosexual no podía llamarse matrimonio porque iba en contra de la Constitución. Pedro J. tuvo que gastar mucha saliva y mucho más de un minuto para salir del callejón sin salida.

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Visto ahora, el programa permite hacer una reflexión más global y con una dimensión casi filosófica. Cuando 59 segundos se estrenó hace veinte años, sintetizar un debate en intervenciones de 59 segundos parecía una proeza, una locura y un caos de micrófonos muy estresante. Hoy, en la era de la impaciencia, los impactos, la sobreestimulación del espectador, la condensación de la información y las dificultades de concentración, un minuto es casi una eternidad y, en medio de tanta agitación social, los turnos de 59 segundos son una oportunidad bastante relajada de mantener una conversación amena.