¿Tratamos a todos los muertos igual?

“Estas imágenes no deberían haberse emitido nunca”, repetía Jaime Cantizano en Mañaneros, consciente del alcance del disparate que había ocurrido poco antes, en directo. “Lo sentimos muchísimo. Y estas disculpas van dirigidas en primer lugar a la familia del fallecido” añadía. “Estas imágenes han sido retiradas de la emisión en digital del programa y nunca más podrán verse”.

Retrocedamos una hora y cuarenta minutos. A falta de diez minutos para las doce del mediodía, el programa Mañaneros de La 1 ofrecía una última hora a los espectadores sobre la desaparición de Álvaro Prieto, un chico de dieciocho años de Córdoba: “Tenemos una dramática última hora”. La frase es la prueba evidente de que el programa era consciente del mal pronóstico de la información. Y conectaban con el reportero del programa, Alberto Catalán, que se encontraba en la estación de Santa Justa de Sevilla. Turbado, admitía que no sabía cómo explicar lo que acababan de ver él y el cámara que lo acompañaba: “No sé cómo contar esto... Acabamos de ver entre dos vagones... Hemos visto algo sospechoso. Hemos visto unas zapatillas que asoman entre dos vagones”. Y, justo en ese momento, el tren daba marcha atrás y volvía a pasarle por delante, de tal modo que la cámara podía confirmar la imagen con un zoom. Un cuerpo atrapado entre dos vagones con una ropa que coincidía con la del chico desaparecido.

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Ante la truculencia de la escena el realizador devolvía la conexión con el plató. Demasiado tarde.

Las disculpas son un deber moral en este caso, pero no resuelven el despropósito televisivo. Es imposible deshacer el error informativo, pero sí es posible analizar qué ha llevado a los periodistas y al programa de la televisión pública a este despropósito: la obsesión por la inmediatez ha devorado la reflexión periodística. En unos tiempos en los que las redes sociales corren más que los medios tradicionales, la televisión vive con la desazón de la inminencia. Y a esto hay que añadirle una feroz competitividad por las exclusivas y por la audiencia. El rango matinal es especialmente susceptible a estas demandas. Y más en un caso revestido de misterio cuya cobertura duraba ya cuatro días.

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El código deontológico de RTVE especifica el deber de no mostrar planos de cadáveres ni heridos porque vulneran sus derechos. Pero esto resulta paradójico en una semana sintomática. Hace días que nos llegan imágenes desde Israel y Gaza llenas de muertes y de atrocidades inimaginables. Hace ocho años los medios enseñaron en todo momento el cuerpo de Aylan Kurdi, el niño que las olas llevaron hasta una playa de Turquía. Pero mostrar en directo el cuerpo de un joven futbolista desaparecido cuando volvía de fiesta no lo consideramos aceptable. El contexto no lo pide porque la escena no aporta nada. No se desprende de ello un componente social en el que la imagen sirva de denuncia pública o para concienciar sobre un drama que nos afecta como ciudadanos. Pero la mala decisión de Mañaneros nos recuerda que no tratamos a todos los muertos igual.