Darle conversación a una foca
Este martes tanto el TN comarcas como el TN mediodía se hacían eco de la llegada de una foca de peluche robotizada en una residencia geriátrica. El animalito mecánico, más bien rudimentario, de ojos redondos y pelo suave de color blanco, mueve las aletas y las largas pestañas y hace ruiditos cuando lo tocan y le hablan. Forma parte de un proyecto de investigación universitario para comprobar si este tipo de artilugios mejoran la calidad de vida de las personas mayores, sea con o sin demencia. Según explicaban tanto los responsables del estudio como los del centro, la foca Nuka habría estimulado la comunicación social y proporcionado tranquilidad a algunas de las personas mayores de la residencia. Una señora con el robot a hombros como si fuera un bebé aseguraba delante de la cámara que la foca le había dado mucha paz. El reportaje mostraba a la gente mayor interactuando con el robot como si fuera un ser vivo. La periodista que cubría la información también humanizaba el objeto: "Ahora Nuka descansa y ya ha terminado la visita a la Conca de Barberà".
Sin lugar a dudas, es muy positivo que investiguen las posibilidades de la robótica y la IA a la hora de mejorar la calidad de vida de las personas. Teniendo en cuenta la multitud de funciones inútiles o negligentes que se dan en este ámbito y las fortunas que se invierten en cosas absurdas, está muy bien que la ciencia piense en las personas más vulnerables.
Sin embargo, la noticia planteaba dos reflexiones. Por una parte, si la simple presencia de las cámaras y la misión de difundir el estudio condicionaban la respuesta. Sería muy raro que, después de manejar el creador de Nuka y la responsable del estudio hasta Montblanc, aparecieran los trabajadores del centro y la gente mayor diciendo que aquello era un trasto, que le habían tenido muerta de asco en un rincón y que ya les había pasado la edad de jugar con peluches. La intervención de la televisión implica a menudo que los testigos remen en favor del objetivo periodístico. Todo el mundo actúa como se espera que actúen.
Por otra parte, cabe preguntarse si hemos acabado normalizando la infantilización de las personas mayores hasta unos límites grotescos. La gerontología social considera que es una forma de violencia. Esta tendencia tan extendida es fruto de los estereotipos culturales que han percibido la vejez como un proceso de declive intelectual, también como una pérdida de la personalidad, la identidad y los derechos, como si a las personas mayores tuviera que domesticarlas. Se les acaba hablando como si fueran niños pequeños, se les abuchea por tonterías y se les dan juguetes como sucedáneo de seres vivos para interactuar con ellos. De la misma forma que los medios de comunicación se han tenido que formar en perspectiva de género, es urgente que también se formen para evitar el edadismo. Es necesaria una mirada crítica. No se puede ir a remolque de iniciativas tecnológicas que priorizan al robot antes que potenciar un envejecimiento activo y sin paternalismos. Si ahora le preguntaran si querría pasar los últimos años de su vida hablando con una foca y salir así en la tele, ¿diría que sí o que no?