El nuevo 'Colapso', un programa hecho a pedazos
El sábado por la noche, el Colapso comenzaba la nueva etapa con Jordi González al frente. Ricard Ustrell apareció para pasarle el relevo, y le entregó una maleta con un botón que servía para poner en marcha la maquinaria del programa. González empezó hablando de sí mismo y su regreso a la televisión pública: "9.125 noches después, en mi lengua y en TV3, ¡os digo buenas noches!". Colapso volvió a hacer honor a su nombre en ese estreno de temporada. Manu Guix presentaba la banda advirtiendo que él dejaba a los músicos allí, pero que después se marcharía porque tenía el compromiso con la Academia de Operación Triunfo. Todo el mundo tiene cosas más importantes que hacer que quedarse en el Colapso. González anunciaba a su amiga Marta Torné como madrina del programa, un ritual disfrazado de importancia sin finalidad clara. Si algo nos ha quedado claro del Colapso es que cada uno lleva a sus amigos. Y una vez más, se caía en la endogamia de TV3 donde el relato pasa por sí mismos.
Colapso sigue grabado aunque esta temporada cuesta más justificarlo. Tenemos un show de sábado por la noche que se graba el viernes por la mañana con todo lo que implica para la actualidad. La tertulia inicial (sí, otra tertulia en la parrilla de TV3) estaba caducada y con dosis considerables de cuñadismo: tópicos y repeticiones de ideas gastadas. Hablaban de Donald Trump en la ONU sin hacer referencia a la relevante intervención de Netanyahu de esa misma mañana desde la misma sede. Incorporaron declaraciones que decían ser de esa semana, pero que eran del 12 de septiembre, dos semanas antes. Jordi González conectaba con la corresponsal Lídia Heredia con la presteza espontaneidad de un directo, pero la realización la insería torpemente, delatante que estaba registrada. Colapso es un programa hecho a trozos y mal enganchado, sin pulir. Jordi González tiene mucha más naturalidad, pero parece cansado y, en algunos momentos, el programa era como si se le hiciera pesado. El montaje era una chapuza. Parecía que la invitada Valeria Vega entrase en el plató y era Torné quien aparecía sentada en el sofá. Entre sección y sección había un decalaje en el volumen, e incluso fallaba la continuidad en la energía y el aspecto de González. De la entrevista al doctor Sans Segarra no terminamos de entender qué disquisiciones sobre la muerte eran tan arriesgadas. La conversación provocó mayor perplejidad que curiosidad. El universo de los invitados nos resultaba ajeno y causaba indiferencia. El primer programa fue anodino, muy plano y nada hizo ilusión. Ningún elemento marcó un nuevo rumbo ni sedujo a los espectadores de quedarse en TV3 los sábados por la noche en vez de emigrar a las plataformas.
Al final del programa, la imagen del público detrás de Jordi González causaba desolación. Parecían entre aturdidos y aburridos. Aquella mesa final a la una de la madrugada remató a los espectadores que quedaban. Esperpéntica clausura de fiesta destacando un vídeo del minuto de oro televisivo que hablaba de una violación. Aquel botón que Ustrell decía que debía apretarse al principio necesita muchos ajustes.