Ninguna euforia con los presentadores
Euforia arrancó el viernes la tercera temporada y asume, una vez más, el reto del directo. Es, sin duda, el programa de TV3 con la ejecución más compleja por toda la logística que comporta a nivel de número de concursantes, montaje y preparación de la escenografía de cada actuación, interpretaciones musicales en directo y dinámicas de votación de la audiencia. Pero esto no justifica que los puntos más débiles del programa se perpetúen temporada tras templada sin remediarlo.
Esta nueva edición sirvió para comprobar que todo sigue igual. Más allá de los problemas que tienen con el catalán, en general, y con los pronombres débiles, en particular, los presentadores flojean. Y lo peor es que se transmite una normalización de esa situación, como si ya formara parte de la marca del programa. Nada más empezar, Miki Núñez decía: “Puede estar muy tranquilos, porque después de esta actuación y lo que hemos visto entre bambalinas, puede estar relajadísimos”. Pero lo cierto es que, a juzgar su rol, mucha tranquilidad en la audiencia no suscitan. Y no necesariamente para que la responsabilidad sea siempre suya: “Me han dicho que alargue porque el escenario todavía no está montado”, admitía Marta Torné cuando notábamos que su conversación con los miembros del jurado degeneraba en unas bazas y lagunas extrañas. El espectador percibe las constantes instrucciones que la presentadora recibe a través de la orejera. En algunos momentos ella parece que no sepa por dónde navega. Tiene dificultad para recordar el nombre de algunos participantes, como se justificó ella misma: “No se llaman precisamente Mari Carme y Pere”, apelando a la complejidad de su trabajo. Quizás sí, pero se supone que ha tenido tiempo para aprenderlos. Hay algún instante en el que no sabe ubicar la colocación de los concursados en el plató y parece que les pierda. A la hora de explicar las dinámicas de eliminación o la evolución del juego, intuyes que ni ella misma lo tiene claro, se muestra confusa, y parece que tengan que acabar explicando desde el control a la vez que ella lo transmite a la audiencia. Miki Núñez, en el rol de gracioso despistado, también hace sufrir. Es inaudito que se enriquezca del apellido de uno de los participantes y que después repita la bromita con su padre. Cuesta entender sus dificultades aparentes para encontrar temas de conversación con los concursantes, aunque no sabemos si el problema es fruto de un guión precario o de falta de preparación. Sin embargo, las transiciones del programa son claramente inconsistentes.
No es sólo que fallen los presentadores. Fallan las dinámicas de equipo que se supone que deben paliar estas fragilidades de Torné y Núñez. O falla el guión, o existe una falta de preparación personal, o falta exigencia por parte del programa a la hora de solucionar estos aspectos evidentes. Más allá de las actuaciones, el programa transmite caos e inseguridad. Y esa sensación se repite en cada temporada. Lo que no puede ser es que, mientras se apela a la superexigencia con los concursantes y sus actuaciones, los presentadores evidencien tanta desorientación.