¿Qué hacemos con el 'Sin ficción'?
El Noches sin ficción se ha convertido en un callejón sin salida de documentales que ha perdido el sello, el rumbo y la mirada crítica. Ahora acoge todo tipo de producciones que la única condición que deben cumplir es que sean low cost. Y esto revierte en documentales precarios pese a su buena voluntad, o que son antiguos, amateurs o de poca calidad. También se ha convertido en un contenedor de programas de análisis cuando les conviene y, de paso, en un comodín televisivo: las promociones anuncian documentales que después cambiarán según sopla el viento. La pérdida del título Sin ficción, en este disfraz de los cambios de nombre por capricho, ha implicado la pérdida de la personalidad, el prestigio y la coherencia que una vez tuvo el formato.
Sin embargo, hay veces que conseguimos encontrar historias profundamente impresionantes. Documentales que, pese a su sensibilidad y delicadeza, son maltratados por la cadena con las autopromociones y anuncios. Es el caso de este martes, con la emisión de Que se sepa (Indarkeriaren Oi(k)artzunak). El relato nos llega únicamente de la voz de su protagonista, Tamara Muruetagoyena Hormaza. Era la hija del médico de Oiartzun y la violencia del conflicto vasco convirtió a su familia en víctima de ambos bandos: de las amenazas de ETA y de las torturas policiales. En la primera imagen del documental vemos el momento de la claqueta, donde el chico le hace una caricia en el brazo para reconfortarla antes de que empiece a hablar. Una pista de la dureza y el dolor profundo que vendrá a continuación. Que se sepa es la representación visual de la soledad. Tamara Muruetagoyena sentada en un banco de piedra, contra una pared. Cuenta toda su historia mirando a cámara. Su discurso sólo se complementa por imágenes de animación que recrean algunas escenas. No hay imágenes de recurso, ni fotografías, ni documentos, tampoco fragmentos televisivos que recojan eventos de los que habla. No hay otras voces que refuercen su testimonio para dar repercusión a su trágico caso. No hay nada. Sólo una mujer confrontada en la cámara explicando todos los hechos, a veces compungida, a veces llorando: "Aquella noche nuestra vida cambió para siempre" dice. Y cuando hay historias que comienzan así sabes que todo lo que vendrá después será muy potente.
Lo más lamentable llegó cuando, en el clímax más trágico de su relato, cuando está llorando explicando cómo toma conciencia de la injusticia que sufrió su padre, que murió víctima de las torturas en comisaría, la emisión se corta abruptamente y aparece, sin transición alguna, Samantha Hud el APM. Más allá de la cosificación del reclamo publicitario, no puede ser más irrespetuoso con el producto televisivo y la sensibilidad, con la protagonista y con el espectador. Y como no es la primera vez que ocurre, sólo hace que confirmar la dejadez profesional que hay con la antena y el directo. Hay cargos que no hacen su trabajo e, incluso, que no miran la televisión en la que trabajan.