Festival

El festival Hilària se despide poniendo a Dani de la Orden en llamas

El director de 'Casa en llamas' y 'La casa nostra' fue el protagonista de un 'roast' en el que participaron cómics como Andrés Fajngold

BarcelonaLo probaron con Rigoberta Bandini, y dijo no. Lo probaron con Joel Joan, y dijo también que no. Al fin y al cabo, ¿quién se prestaría a ser insultado durante una hora larga en un único espectáculo de un festival de comedia que no podía filmarse para, al menos, poder utilizar como promoción y para demostrar que uno tiene cintura ancha con las críticas? La respuesta es el cineasta Dani de la Orden, que aceptó ser la víctima del tercero roast de la Hilaria, recogiendo el relevo de Joel Díaz y David Fernández de los años anteriores. "Con el primero teníamos lleno de bajoneros en la audiencia, con el segundo teníamos lleno de cuperos y con De la Orden tenemos lleno... de invitaciones, porque no hemos vendido una puta mierda", aseguraba el maestro de ceremonias, Manel Vidal, frente a una sala Paral·lel 62 que efectivamente tenía algunas manchas. ~BK_SLT_L~ asados es sencilla: un grupo de cómics cogen por turnos el atril para insultar tanto al pobre homenajeado –si es que se le puede llamar así– como al resto de camaradas que participan en la parrillada. No se pueden grabar ni audios ni vídeos, para asegurar que pueden llamarse de la altura de un campanario sin miedo a las consecuencias, así que éste es un ejercicio también de libertad creativa, además de una prueba de confianza mutua similar a la de los amantes del sadomasoquismo. Así, los encargados de poner a Dani de la Orden en llamas fueron los cómics Xavi Daura, Irene Sango, Indicativo y Andrés Fajngold, además de sus compañeros de rodaje Dani Amor y Oriol Pérez. Estaba prevista la participación de la actriz y pareja del director Paula Malia, pero fue baja de última hora.

Parte de las bromas contra De la Orden se cebaron en su aspecto de adolescente eterno recién levantado, aunque sea en una gala de los premios Gaudí. Pero éstas eran burlas epidérmicas, para preparar el asalto a la filmografía del autor de piezas como Casa en llamas y Barcelona, ​​noche de verano. "Eres la Bibiana Ballbè del cine catalán", disparó Dora. "Estás gentrificando el cine catalán. Son como Santaglòries, que se van abriendo aquí y allá. Son la versión alargada de los anuncios de La Caixa". Amor y Pérez, por su parte, ironizaron con los problemas de espalda que sufre el director y que le han apartado de algunos rodajes para retratarle como alguien perezoso.

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Se rió, y de gusto, en la sala. Y esto permitió atacar la sitcom Nuestra casa, disponible en el 3Cat. "Mira, por fin podrás descubrir risas no enlatadas", le espetó una Irene Sango en estado de gracia, que también le acusó de echar tanto la caña que debería ser conocido como Dani de la Orden de Alejamiento. Siguió Fajngold, lord de las pausas hilarantes y destructor del cliché del argentino elocuente: su comedia trabalenguada (y deliciosa) es capaz de destruir al otro con la técnica de destruirse uno mismo y dejar que la onda expansiva haga el resto.

Mientras iban detonando las bombas, los congregados en el escenario iban riendo para demostrar –o hacer ver– que los dardos no se clavaban a suficiente profundidad. La excepción era Indicativo, la más joven del grupo, que mantenía un ademán más serio hasta el punto de hacer sufrir por si acabaría marchando. Pero fue asumir el atril y despacharse a gusto contra sus compañeros machos –"parece una bolsa de profesores sustitutos"– y soltar la traca final: "Bromas mal guionizadas y bebiendo Estrella... eso parece Nuestra casa". La serie fue el asno de todos los golpes y la acusaron de ser Platos sucios tarde, mal y sin hacer reír.

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La asada acabó con el turno de réplica de De la Orden, que fue peinando uno por uno a sus atacantes leyendo las notas de su móvil y admitió que sí, que se había puesto una bañera en la habitación, aunque no la utilizaba. Entre afilado y autojustificativo, dio las gracias a Amor y Pérez por permitirle hacer todo el dinero a su costa. Quizás no fue la actuación más lucida –se notaba menos acostumbrado que los cómics al formato– pero tampoco tenía necesidad: si las bromas no funcionaban, siempre podía decir, siguiendo el hilo de la noche, que era un autohomenaje a Nuestra casa.