¡Déjala, Pedrojota, déjala!
“Déjala, Pedrojota, ¡déjala! / ¿No ves que no te conviene? / Nadie merece que te pierdas todo lo que te estás perdiendo”. Te lo dicen Manel, Ramírez: deja ya la teoría de la conspiración. Es legítimo querer aclarar hasta el último interrogante y contradicción del 11-M, que existe, pero no utilizar ese presunto afán como palanca para invalidar toda la investigación oficial. Y menos cuando se intuye que todo es un lastimoso intento de apuntalar la carcomida reputación de tu compañero de pádel José María Aznar, que amenaza ruina. “El propósito [del atentado] fue político y también el resultado”, escribes este 11-M a El Español, veinte años después de la matanza. Y como ya se sabe que Cataluña debe ser la pimienta de todas tus salsas, añades: "Incluso la amnistía de hoy clava las raíces en ese inmenso agujero negro que, en la práctica, tragó la Transición" . Aún nos dirás que has encontrado a Titadyn en Waterloo.
Todo parece una huida hacia delante macbethiana –adentrado en la sangre, ya me es indiferente salir adelante o recular– para no tener que rendir cuentas con las prácticas más discutibles deEl Mundo de la época, donde las grandes investigaciones convivían con la explotación malsana de manías personales que enturbiaban el trabajo de una gran redacción. Como cuando el exminero José Emilio Suárez Trashorras, acusado de facilitar el explosivo del 11-M, se desahogaba en prisión en una conversación con sus padres que fue grabada: “Mientras el diario El Mundo pague, si yo estoy fuera, les cuento la Guerra Civil Española [...] Son unos mercenarios. Te pagan para que cuentes bolas”. Es muy hipócrita atacar a algunos testigos diciendo que su relato sólo obedece a la voluntad de ser reconocidos como víctimas si algunos acusados explican lo otro. Por todo ello, déjala, Pedrojota, ¡déjala!