La distopía (muy posible) de medios sin público

Leo un artículo interesante de Margaret Simons en Guardian donde alerta de cómo la IA está cambiando la relación entre los periodistas y la audiencia. Según su pesimista previsión, el hecho de que cada vez más algunas cabeceras firmen acuerdos económicos con las grandes tecnológicas puede acabar provocando que los medios dejen de ser negocios que venden al consumidor para ser negocios que venden a otros negocios. Cada vez hay más gente que se informa por los sumarios que se encuentra en Google o les proporcionan las IA. Si la venta de información deja de hacerse en la audiencia, las implicaciones pueden ser graves: el ciudadano deja de estar en el centro editorial, la oligarquía tecnológica puede tener una mano determinante en la que forma parte de la discusión pública y se perdería la posibilidad de los medios de poner temas en la agenda pública, porque las búsquedas determinarían de qué se habla (y no el criterio).

El diagnóstico es preciso y ya vivimos una situación similar porque el medio de comunicación es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Muchas cabeceras digitales que trabajaron subyugadas al tráfico viral que controlaban las tecnológicas acabaron marchando por el agujero del fregadero cuando se decidió arbitrariamente que se cerraba el grifo. Pero esto es lo que me hace ser optimista: quienes hacen una apuesta editorial propia y fuerte, donde la dependencia fundamental es la de su público, salen adelante. El problema es social, sobre todo: cada vez se ensanchará más la brecha entre quienes vivirán informativamente de los sumarios –imperfectos, opacos, poco verificables, sesgados– y quienes tendrán una dieta mediática saludable y basada en el periodismo riguroso. Bienvenidas sean las sanciones de la UE por las prácticas abusivas y los acuerdos justos con las tecnológicas, pero es necesario trabajar también este tercer ángulo.