Gemma Nierga: “Cuando me echan de la SER pienso que quizás no valgo. Pero porque me lo hacen creer”
Periodista y conductora del programa 'Café de ideas' en La 2 y Ràdio 4
BarcelonaMantenemos nuestro encuentro en un rincón del comedor de la Sala Beckett y no es un rincón cualquiera: aquí se realizó la primera entrevista de 'Café de ideas', el programa de conversaciones de Gemma Nierga, entonces sólo para la radio. Era una pica profesional clavada por esta periodista, después de un despido traumático cuando en el 2016 la echaron de la SER. "Lo tuyo se puro teatro", rezaba un letrero que tuvieron que descolgar porque en las fotografías que se hacían de los políticos entrevistados parecía que la cosa iba con segundas. Hoy es ella quien responde y repasa sus últimos años.
Este verano te pudimos escuchar, de invitada, en el Hoy por hoy, el programa que presentabas cuando Prisa decidió que prescindía de ti. ¿Cómo lo viviste?
— Tuve la sensación muy agradable de sentirme como en casa... pero sabiendo que forma parte ya del pasado. Si digo “vuelvo a casa” se puede malinterpretar como que si todavía la sintiera mía... pues no. Lo era, pero ya no. La visita me reconcilió con un pasado doloroso y sentí que la herida se había cerrado.
“La vida sigue y me voy a vivir la vida”, dijiste, en tu despedida. ¿Qué tal la vida fuera de un pelotón como Prisa?
— Pues ha sido sorprendentemente enriquecedora, profesionalmente. Todo el mundo me decía que se me abrirían ventanas, pero yo no me lo creía porque tengo una cierta tendencia a pensar que el mundo termina. Tras mi imagen risueña y positiva, tengo siempre muy presente la sensación de que el mundo acaba. Y ese día lo sentía de manera muy profunda. Hasta que vi que todo eran oportunidades para crecer. Creo que soy mejor periodista ahora que antes.
¿Te has explicado ya por qué tomaron esa decisión?
— Pues no.
¿Quieres saber cómo me lo han contado a mí?
— Dime.
Me dicen que la pieza de caza mayor era Carlos Francino y que tú acabaste siendo el daño colateral de una operación para tomar el control editorial de la emisora. Dos hombres fuertes de Cebrián –Antonio Hernández-Rodicio, director de la SER y Vicente Jiménez, director general de Prisa Radio– estaban molestos porque Francino no se dejaba domesticar. Como liquidarlo tenía un coste de imagen demasiado elevado, se optó por moverlo a la tarde y asumir tu eventual salida como mal menor.
— Mmmm... eres un periodista muy bien informado así que la fuente que tienes supongo que debe de ser fiable. Entiendo que costará creer que yo no sepa que pasó, pero es que tampoco lo he intentado indagar y por eso no puedo confirmarlo. Sí es cierto que, cuando Francino va por la tarde, a mí me trasladan por la mañana... y eso no funciona.
¿Qué falló?
— [Pausa.] Creo que hubo directivos, en ese momento, que creyeron que sabían más de radio que los periodistas que hacemos radio. Y no se dieron cuenta de que una empresa de comunicación funciona cuando los directivos están en su planta y los periodistas en la nuestra. La suya es más bonita y tiene muebles y cuadros colgados, pero es la suya. Y la nuestra es donde trabajamos la información. Cuando bajan porque creen que saben más de radio que los propios periodistas, algo chirría. Y en aquella época chirrió. Tú tienes que hacer el trabajo en libertad. Y equivocarte, pero equivocarte tú. Yo me he equivocado mucho, pero ejerciendo mi libertad.
¿Se trabaja mejor en la pública o en la privada?
— Yo en la SER he trabajado muy bien y también muy mal. Con mucha libertad, pero también con mucha intrusión por parte de directivos, dependiendo de las épocas. Y en la pública trabajo fantásticamente bien. El director que tengo, Oriol Nolis, me dijo el primer día: cuanto menos nos vemos tú y yo, mejor nos irán las cosas. Esa frase no la entendí bien el primer día pero le he acabado dando la razón. ¡Y nunca los veo! Solo si tengo algún problema. Trabajo con libertad y se nota. Y podemos entrevistar a todo el mundo.
Ahora que ya ha pasado un cierto tiempo, ¿puedes explicar alguna de las ofertas que rechazaste y por qué?
— Mira, la primera que me llegó, y creo que nunca lo he dicho, fue de Catalunya Ràdio. Siempre le he agradecido a Saül Gordillo, que era entonces el director, que en aquellos momentos tensos e intensos tomara el teléfono y me dijera “Ven aquí”.
Pero dijiste que no.
— Es que yo estaba demasiado rota. Yo no estaba bien. Acabo marchando de la SER, creyente, porque así me lo hacen creer, que quizás no sirvo para ello.
Tenías tres Ondas, incluido uno en la trayectoria con sólo 41 años. Sorprende esta crisis de confianza.
— Sí, vale, tres Ondas. ¿Y qué? ¿Tú crees que esto te da fuerza o seguridad? Yo creo que no...
Bueno, cuando te reconocen la carrera significa que no es que un día acertaras de potra. ¿Pueden ser los premios una condena?
— Para mí todos han sido una bendición. El primero, por el Hablar por hablar, lo recibí de muy joven y me lo daba Iñaki Gabilondo: un sueño. Todo en mi vida me ha parecido un sueño, porque nunca me lo he creído del todo. Bien, esto ha cambiado.
¿En qué sentido?
— Pues que ahora lo creo más, sí. Lo que te digo es un poco doloroso y me cuesta hablar de ello, pero es verdad que cuando me echan de la SER pienso que quizás no valgo. Pero porque me lo creen. El despido no es que un día, de repente, te lo encuentres en los morros. Viene de la época que he descrito antes, con mucha intervención, muchas quejas por los contenidos... y eso deriva al echarme. Para realizar un programa tienes que estar fuerte, de una pieza. Y yo me sentía rota, débil... Tenía que reconstruirme.
Explicaste que te habías hecho psicoanalizar. ¿Fue a raíz de esto?
— El psicoanálisis es de años anteriores, en otras épocas dramáticas de mi vida, pero por cuestiones personales. Y fue mucho tiempo, ¿eh? Me ayudó, sí. Pero por el despido fui al psicólogo, porque el psicoanálisis me parecía demasiado largo y demasiado caro. ¡No tenía tiempo! La terapia me ha ayudado. Y las pastillas. Cuando alguien está muy mal, le digo que no debe tener miedo a tomarlo, que a veces necesitamos un cuarto de pastilla. Nada, poco, solamente un empujón. Que la vida es a veces muy complicada. Por suerte, me salieron ofertas, como una de 8TV para realizar entrevistas políticas, que me ayudó mucho.
Fuiste también colaboradora de El programa de Ana Rosa. Debo decir que no se me ocurre un espacio con una música diferente a la que tú impones en tus programas.
— ¡Sí! [Ríe.] Estuve muy poco tiempo. Que no reniego de ello, ¿eh? Cuando te quedas sin trabajo debes abrirte: de cabeza, de miras, de todo. Y debes aceptar propuestas que no sabes dónde te llevarán. Desde el programa de Ana Rosa me insistieron mucho. Lo probé... y no funcionó. Creo que no estábamos cómodos... nadie. Ni ellos, ni yo. Fui pocos días y vimos enseguida que no era mi sitio. Lo acepté y les estoy muy agradecida.
Hablábamos de inseguridades y otra cosa que me han explicado es que, cuando te propusieron asumir La ventana, no te veías con corazón sustituir a Xavier Sardà y que pediste que te envolvieran periodistas con más experiencia, como Josep Martí Gómez, Bru Rovira o Eugeni Madueño.
— Tenía 30 años y yo me veía muy joven e inexperta, poco preparada. Me hice acompañar por ellos y, ahora que lo repescas, veo que es una constante: hacerme acompañar de gente que pueda aportarme lo que a mí me falta. ¡Y por talante, siempre creo que me falta mucho! [Ríe.] Yo quería que me dieran la densidad política que no podía tener con 30 años y me la dieron. Me las tomaba como entrevistas más corales. No creía que tuvieran que ser mías, yo sola, luciéndome con grandes preguntas.
¿Te lo pasas bien en las entrevistas?
— ¡Me encantan! Cuesta entender, ¿verdad? Pero me encantan.
¿De dónde nace el placer?
— Toda mi vida he hecho teatro amateur y me sirve la siguiente metáfora: es como ejecutar una obra de teatro que me he preparado mucho. Nunca voy diciéndome, va, a ver qué pasa. Me las preparo mucho. Dibujo el camino por el que quiero que transcurra la entrevista y, en el momento de ejecutarla, quizás no leo una sola palabra del guión, pero ya lo tengo todo en la cabeza. Y, después, también hay quien me gusta mucho escuchar. El Hablar por hablar me dio siete años de sólo escuchar.
Allí oíste historias personales tremendas...
— Vivía con mis padres y llegaba a las tres y media de la madrugada y me levantaba muy temprano, en aquellos tiempos. Y recuerdo que mi madre me decía: “Hija, ¿para eso has estudiado una carrera?” Y yo: “Mamá, ya verás cómo va a salir bien, que esto es un paso”. Y ella: "¡Pero es que escuchar estos dramas...!" Yo era una chica muy joven: 23 años. ¡Y me contaban unos dramas, la mayoría de cariz sexual, que no sabía ni de qué me hablaban! [Ríe.]
Cuando asumiste La ventana le pudiste decir a mamá lo de “¿Lo ves?”
— “Cuando oigo que dicen tu nombre, me hace sentir orgullosa porque te lo puse yo”, me decía ya en Hablar por hablar. Es tan bonito, tanto padres, eso de sentir orgullo a través del éxito de un hijo tuyo...
Conduciste el programa quince años de los treinta que tiene de historia. ¿Lo consideras tu meta profesional más relevante?
— Más que meta, diría que es la etapa más feliz, más rica, donde más crezco profesionalmente. Allí me hago mujer, iba a decir, pero diremos "Creso como periodista". Herrero de Miñón, Ernest Lluch, Carrillo, Millás, Cansado, Izaguirre... ¡Tenías que ser muy tonto para que no se te pergara nada! En cambio, del Hoy por hoy, por las mañanas, no me siento tan satisfecha, porque es una época mala. Y la de ahora es distinta, pero tiene algo que me recuerda La ventana, por haber recuperado una ilusión muy grande.
Café de ideas es un programa muy modesto en audiencias, pero que consigue bastante eco con sus entrevistas. ¿Cómo explicas esta dicotomía?
— Ya sabes cómo funcionan estas cosas de las audiencias: los programas que tienen poca audiencia sufren variaciones enormes en los datos. No se entiende. Creo también que puede haber una dificultad para encontrarnos. Estamos en La 2, en una desconexión, entre un programa de inglés y La aventura del saber... Tienes que buscarme mucho, ¿eh? En internet todo es mucho más fácil y los datos digitales son extraordinarios. Pero en televisión lineal...
4.000 espectadores de media, y otros 4.000 en Radio 4. Viniendo de audiencias millonarias, ¿te hace perder el sueño?
— ¡Nada! Tengo la suerte de estar en una televisión de servicio público, donde se valora la audiencia, pero que pone la misión por delante. Quizá sea el zorro, que cuando no puede conseguir las uvas dice que estan verdes, ¿eh? Pero tenemos mucha presencia en los otros medios, estamos presentes en la conversación, y esto nos da un retorno positivo.
¿Por qué crees que TVE no lo logra, a la hora de consolidar una oferta en catalán competitiva en espectadores?
— La hegemonía de TV3 es así, y no la voy a discutir. Pero TVE en Catalunya, desde hace dos o tres temporadas, está teniendo mayor presencia... El programa de Marc Giró, por ejemplo, ha ido extraordinariamente bien.
Pero se ha perdido para el catalán, esta temporada, puesto que ha empezado a emitirse para todo el Estado.
— Es una forma de verlo, pero yo pienso que esto también es un éxito. No quiero meterme en un jardín, pero programas catalanes también pueden ser hechos en castellano, con mentalidad catalana. El de Marc Giró es un programa catalán, hecho por gente de aquí y con la mirada de aquí. Porque tenemos una mirada propia, a la hora de hacer radio y televisión. Yo hice La ventana quince años desde la calle Caspe número 6. ¿Hay algo más catalán que eso? Y tú dirás: "Pero lo hiciste en castellano". Vale, pero yo hablaba en toda España, desde Catalunya y con mirada catalana. Pongámoslo en valor, también.
Gemma Nierga, Xavier Sardà, Marc Giró... son nombres que se asocian con cierto espacio de izquierda no independentista. De la misma manera que se ha acusado a TV3 de ser procesista, y ahora parece que quieran rectificar, ¿se puede ver también un cierto sesgo ideológico en esta propuesta? Es decir, como si se hubiera montado algo “a la contra” de TV3.
— No, yo esa visión no la comparto. Esa etiqueta que nos cuelgas o que crees que la audiencia puede colgarnos... Quizás en el ámbito de la izquierda te lo compraría, pero no hago esta lectura tan política. El Procès hizo que muchos periodistas se pusieran en trincheras. Pero yo creo que no me puse, y puedo decírtelo con tranquilidad y mirándote los ojos. Ni me puse ni dejé que me pusieran. Por suerte, el momento en que estamos viviendo ahora es diferente: es momento de diálogo, de construir puentes. Y es donde siempre he querido estar.
Mira que quería ahorrarte tener que hablar por enésima vez, pero si dices “dialogar” no puedo pasar por alto la frase: lo de “Ustedes que pueden, dialogan”. ¿Es todavía vigente?
— ¡Por supuesto!
Rectifico, porque efectivamente dialogar siempre es una opción. Lo que quiero saber es si lo ves posible, más allá de la gesticulación.
— Pues mira, me lo preguntas en un momento en el que se demuestra que es más posible que nunca. Hace unos meses no te lo habría contestado, pero hoy está claro que es el momento del diálogo. Y los actores políticos protagonistas han ido a buscar ese diálogo, incluidos algunos que no querían ir.
¿Te pesa esa frase? Sabes que en cada entrevista te la sacarán.
— [Ríe.] No, no, tranquilo. Es seguramente el momento del que estoy más orgullosa de mi vida.
¿Eres consciente entonces de la reverberación que tendría?
— No, era imposible preverlo. El choque emocional que teníamos todo el equipo del programa cuando ETA mató a Ernest Lluch era tan fuerte que yo subo a la manifestación sin ser muy consciente de lo que va a pasar.
Lo haces además en un momento personal muy duro.
— Sí. Mi sobrino, Daniel, estaba muriendo en Vall d'Hebron, con tan sólo cuatro años. Justo por entonces nos habían dicho que ya no había nada que hacer. Era tan horroroso, y todavía ahora me cuesta mucho hablar de ello y no emocionarme. Yo he estado en el infierno: es la planta infantil de la Vall d'Hebron, donde cada día moría un niño... y un día fue el nuestro. En ese contexto personal mío, matan a Ernest. Subo a leer el comunicado, consensuado entre todas las fuerzas, y me doy cuenta de que tiene ese vacío del mensaje político cuando busca estar expresamente vacío. Y decidí que añadiría una frase allí mismo con bolígrafo.
¿Conservas el papel?
— Lo tuve un tiempo, pero ahora no sé encontrarlo. A veces topo con las imágenes y pienso: “Pobre, está temblando, esa niña”. Tenía miedo, tristeza, ganas de llorar. Pero no lloré. Ni se me rompió la voz. Y mira que se me rompe ahora muchas veces...
Sobre evitar las trincheras: escribiste un libro entrevistando a Jordi Cuixart en prisión. No eras el perfil obvio, así que hay que entender que existía una cierta declaración de intenciones cuando asumiste la tarea. ¿Te cayeron muchos palos?
— Totalmente de acuerdo en que no era obvio. Y no recibí ningún varapalo, tú... Ni por un lado ni por otro. Piensa que cuando hablamos de recibir hablamos de redes, que es donde reparten palos, y yo en las redes soy poco activa. Me ha venido una sonrisa, sólo con oír el nombre de Cuixart, porque era un reto de aquellos que me parecía impensable. Marcel Mauri, de Òmnium, me convocó a un café y estuvimos diez minutos mirándonos mutuamente, examinándonos. "Jordi quiere que hagas un libro", dice. Y yo le respondo que no estoy muy metida en el Proceso. “¡Por eso te queremos!”, se reía él. Todo lo que yo decía, él me decía que precisamente por eso tenía que hacerlo. Acabamos encontrando orígenes familiares comunes, en Córdoba, ¡y ahora somos íntimos! Pienso que puede ser una metáfora de nuestro país.
Debió de ser duro, escribirlo.
— La experiencia es inolvidable. Me hizo crecer como persona, me hizo madurar políticamente y me abrió la mente. Nos hicimos amigos. Y lloramos. Recuerdo un día, marchando de la cárcel, a la altura de Montserrat. Sonaba Coldplay en la radio y tuve que parar en una gasolinera, y venga, a llorar un rato. Fue muy duro eso. Fue duro para todos. Indepes y no indepes. Todos lo pasaron mal. Hablo de la gente de buen corazón: a nadie le gustaba la situación que estaba sufriendo el otro. El cristal en medio, poner las manos, utilizar un auricular para oirnos...
Ese año presentaste también La Marató de TV3. Has currado mucho...
— Si hiciera un libro de esta época, que no lo haré, lo titularía Guardar como, porque yo no sabía ni guardar documentos. Literalmente: ¡el primer día que hago un guión para 8TV tuve que preguntar cómo se hacía! Todo me lo resolvían otros, en La ventana. Tenía a mi equipo. Por eso digo que, a partir del 2017, aprendo a construirme mucho. Ahora escribo muchas entrevistas, muchos guiones... Yo tenía un estatus y pasé a tener otro. Y me gusta lanzar el mensaje de decir que no pasa nada. Te echan y es doloroso, pero la vida son etapas que empiezas y acaban. ¿Lo hicieron mal? Quizás sí, pero empezó una etapa que me ha llevado a estar contigo ahora charlando y recuperar el brillo en los ojos.
Siguiendo esta tónica de autosuperación, ¿cuál te gustaría que fuera el próximo proyecto que alguien te proponga y para el que sentirás que no estás preparada pero acabarás aceptando?
— Mmmm... pues no sé. ¡Porque si me debe sorprender no lo puedo tener pensado! [Ríe.] La verdad es que ahora estoy bien ya punto de estrenar un programa que me hace mucha ilusión, el 2 de noviembre. Se llama Farem el que podrem y bebe mucho de los programas sobre educación de Carles Capdevila, y del ARA, también. Juntamos famosos como Jordi Basté, Judit Mascó, Àlex Corretja, Martina Klein u Òscar Dalmau por parejas y les preguntamos cómo han educado ellos. Cada capítulo tiene un tema y hablan también expertos y niños. Y, mira, me gustaría hacerlo también en la televisión española, a nivel de todo el Estado, por eso de hacerlo crecer.