Tras el estremecimiento, un agradecimiento a la sanidad pública
Sí, éste es uno de esos artículos inevitables, casi cliché. Hace cinco semanas fui al CAP de Manso porque notaba molestias en el pecho desde hacía unos días. Diagnosticado el infarto, de ahí me enviaron inmediatamente al Clínic, y de ahí al Hospital del Mar, donde me colocaron un stent a través de un cateterismo. Imposible saber por cuántas manos pasé: quería contarlas (los automatismos del articulista), pero enseguida perdí la cuenta. Docenas y docenas, todos con esa mezcla de profesionalidad y humanidad con la que se pasa el trance de manera más acompañada y, por tanto, más firme. Sí retuve un dato, el de los 30.000 euros que costaba el lecho de semicríticos donde pasé dos noches, monitoreado hasta el último rincón del alma. Una filigrana. Yo iba extendiendo mi agradecimiento a todos ya algunos también la admiración por la robustez de la sanidad pública, al menos en casos así. “¡Oh, pero la gente sólo se acuerda cuando tiene un susto!”, era la respuesta más común. Entonces yo intentaba decir que no, que yo ya la valoraba antes. Claro, debía de sonar cómo el patético hacen de un grupo musical que se ha acabado haciendo popular, ve cómo todo el mundo habla, y él intenta lucir que ya compró su primer disco. En todo caso, gracias y calor. El Pareu Máquinas no permite demasiadas expansiones fuera del ámbito periodístico, pero pienso que hoy se me aceptará la dispensa para que reivindique un sistema de salud que, este sí, nos hemos dado entre todos.
En fin, tanto cachondeo que hemos hecho en los comentarios de la columna sobre los efectos en mi hígado de filtrar basura mediática a capazos, y resulta que el órgano que se ha acabado quejando es el corazón. Querrá decir que, a pesar de sus múltiples imperfecciones y achaques, lo del periodismo se hace querer.