Y todo esto, ¿quién lo graba?

El programa Salvados de La Sexta ha dedicado dos capítulos a profundizar en la parte más espantosa y secreta de las redes sociales. Redes sociales: la fábrica del terror es la condensación de todas las pesadillas posibles, incluso las inimaginables, a través del testimonio de personas que han podido acceder a esa parte oculta. Todo lo que explican los expertos y trabajadores vinculados a plataformas como Facebook, Instagram o TikTok es tan estremecedor que el relato provoca cierta ambivalencia en el espectador: es adictivo ya la vez genera rechazo.

El segundo episodio, emitido el pasado domingo, ponía el foco en los moderadores de contenidos. Personas que dedican su jornada laboral a supervisar las imágenes denunciadas en las redes sociales y clasificarlas. El trabajo les expone repetidamente a unas escenas de violencia de extrema brutalidad que acaba teniendo graves consecuencias en su salud mental. El director del programa, Fernando González Gonzo, se entrevistaba con dos trabajadoras que contaban sus vivencias. Al haber firmado contratos de confidencialidad con la empresa que las contrata, Salvados mantenía su anonimato. Y lo hizo sin caer en una siniestra puesta en escena. Ni personas encapuchadas ni en medio de la oscuridad. Tampoco voces metálicas para distorsionar su voz real. En cuanto a realización, se demostró una gran audacia jugando con el mismo tema del programa: se recurrió a la inteligencia artificial, de tal modo que se diseñaban unos avatares femeninos en una pantalla que servían como imagen de soporte para compensar la ausencia de rostro del protagonista. La voz también estaba creada gracias a la tecnología: se había transformado en otra voz alternativa, pero en ningún caso era aquella voz robótica o siniestra de la que tanto se ha abusado en televisión. Fue una forma óptima de garantizar el anonimato sin estigmatizar a los testigos.

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Ambas entrevistadas hablaban de imágenes de pederastia, de asesinatos truculentos, de decapitaciones, de suicidios de adolescentes, de pornografía infantil. También de la tiranía bajo la que trabajan y los protocolos inhumanos que deben seguir. Salvados creaba un cierto clima de clandestinidad, porque aunque la voluntad de moderar los contenidos sea, teóricamente, una causa noble, en realidad todo seguía teniendo un velo de sordidez y misterio. Los vídeos más bestias se reportan a un departamento superior, sin que se aclare su destino final. Toda la delincuencia denunciada tampoco parece terminar en manos de la policía. Después de ver Salvados te quedaba la inquietud de la existencia de una parte oculta aún más oscura, más incierta y más inaccesible. La paradoja es que, mientras la inteligencia artificial permite digitalizar humanos, crear clones y fabricar voces perfectas, las grandes empresas tecnológicas parece que todavía no han sabido cómo desarrollar un sistema eficaz, transparente y ágil para supervisar contenidos e identificar y denunciar a los individuos que hay detrás de estas imágenes.

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