La gran historia de Carles Porta

Entre el primer y segundo capítulo de la serie documental Tor de TV3, nos hemos pasado una semana preguntándonos por qué no había ni una sola mosca en el cadáver de Josep Montané Sansa, asesinado en 1995. “Esto lo sabremos más adelante”, nos aseguraba el creador, director, guionista y, a estas alturas, casi un personaje más de éste true crime rural. Tor es, sin duda, la historia de Carles Porta, la que parece haber determinado su destino. La cubrió para el Telediario hace casi tres décadas, después hizo un 30 minutos, ha hecho un podcast, dos libros y, ahora, la serie documental. Sólo le falta el musical y elescape room.

Porta se ha apropiado de la historia y se ha incorporado al relato. "Sólo será dueño de Tor quien tenga fuego encendido todo el año", dice la ley. Pero el verdadero dueño de Tor es el periodista. Ha cambiado el micrófono de Catalunya Ràdio de Crímenes por una chimenea y cada capítulo nos introduce en las grandes claves del relato. Es su voz también la que resume el episodio anterior. Y lo explica directo y claro, cómo lo haría un vecino para ponerte al corriente de un chisme de la escalera. Después se convierte en el narrador omnisciente del relato y entrevista a los testigos. También se da paso a sí mismo en las imágenes de archivo. En el segundo capítulo, también subrayaba su vínculo personal con el misterio de Tor. Esta simbiosis entre historia y narrador tiene una parte indiscutible de ego y, a la vez, una garantía de experiencia que hace aún más golosa la serie. "Lejos de apagarse, el fuego de Tor aún se enciende más", nos avisa Porta para crear expectativas. Y es que el fuego, con todo lo simbólico, que conecta con la parte más primitiva del ser humano, es un elemento determinante en la historia que se reitera verbal y visualmente.

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El 30 minutos Tor: la montaña maldita, emitido en 1997, es providencial en esta serie. Las imágenes de archivo permiten recuperar espacios y muchos de los personajes desaparecidos. También muestran el antes y el ahora de algunos protagonistas, lo que da perspectiva narrativa. La serie se suma a la tendencia en el género del uso de maquetas y miniaturas para reconstruir la historia. Este planteamiento no ahorra ni el uso del dron ni las recreaciones ficcionadas, que siguen aportando la dosis de sordidez y sensacionalismo inherente al true crime.

Con la perspectiva actual, Tor nos facilita una nueva mirada sobre ese rincón de mundo salvaje, perturbador y poblado de personajes inquietantes. “Un ejército de perdularios”, dice Porta sobre los hippies. Tor nos ha permitido descansar de Crímenes (que ya se había pasado de rosca) dando la misma droga a la audiencia. Aunque más discretamente, vuelve a jugar con la dilatación de la historia para intensificar el drama y los interrogantes. Gracias a la insistencia audiovisual de Porta, el de Tor es uno de los grandes misterios catalanes. Y ahora, la serie alimenta aún más la leyenda de una montaña marcada por el hachazo del dios Tor. Tor engancha como una mala cosa y esta última producción ha forzado su poética y sofisticado su simbolismo. Por el momento no sabemos quién mató a Sansa. Tampoco quien ha acabado beneficiándose de los intereses turísticos y urbanísticos de la zona. Pero, por ahora, quien más ha sacado partido de ese crimen es Carles Porta.