Un 'Pare máquinas' a oscuras
A oscuras metafóricamente, porque empiezo a escribir estas líneas a las cuatro y media de la tarde, cuando todavía luce un día espléndido y, al otro lado de las vidrieras de la redacción, la gente atraviesa la calle arriba y abajo sin que sea obvio que se nos ha trastocado el mundo sencillamente apagando un interruptor general. Ahora un niño me ha visto escribir y, golpeando la puerta con excitación, ha dicho: "¡Papá, aquí tienen luz!", ajeno a que escribo con la reserva de dos horas y once minutos de batería que quedan en el portátil. Hay grupo electrógeno, claro, pero lo estamos reservando para quienes mantienen viva la web, por lo que pueda ocurrir. Y estamos preparados para ir al Liceu –¡gracias!– para seguir trabajando y garantizar la salida del diario si finalmente se agotan nuestras reservas. Como la wi-fi también está racionada, decido hacer lo tan analógico de salir a la calle y preguntar a la gente cómo se está informando de lo que pasa. Ahora vuelvo.
Hola de nuevo. Los jóvenes salen adelante. Un grupo de monitores de extraescolares estaban bien informados (teniendo en cuenta que por el momento hay más interrogantes que respuestas). Han escuchado la radio, o bien analógica oa través de un altavoz Bluetooth. Una pareja de turistas admiten estar perdidos completamente. Dos mujeres de mediana edad me cuentan que están sacando a sus respectivos perros a destiempo, porque así aprovechan para preguntar a los vecinos. Me dicen que la tienda de telefonía de la esquina está haciendo agosto vendiendo transistores. Pero que al menos tiene vocación de servicio público, puesto que ha instalado una en abierto, con un altavoz, para quienes se acercan. El encargado del establecimiento me jura y perjura que no ha subido los precios. Y que en un día ha vendido tantas radios como en el mes anterior. Esto me afianza, una vez más, la necesidad de no matar a las ondas, como a veces propugnan los apóstoles digitales.