Carlos Tamayo, a la caza de un pederasta

La plataforma Prime Video acaba de estrenar Cómo cazar a un monstruo, una serie documental de tres episodios en la que el youtuber Carlos Tamayo persigue a un pederasta que, pese a haber sido condenado a 23 años de cárcel por abusos sexuales a menores, sigue en libertad. El relato, trepidante y adictivo, no se ajusta al tradicional periodismo. Nos aboca a grandes dosis de sordidez y secuencias inquietantes, algunas memorables por la tensión y el simbolismo. El director del documental, en tanto que creador de contenido digital, lleva al extremo el lenguaje audiovisual del videoblog. Se despreocupa de los aspectos formales tradicionales. Todo el material es válido aunque sea caótico, confuso o deba rectificarse. Esto transmite esa idea de verdad e inmediatez, de ausencia de filtros o precauciones narrativas. No espera que empiece la acción, porque la acción la determina él con las cámaras. No diferencia entre delante y detrás del objetivo. El proceso de preparación se incluye en el relato. La imagen está en constante movimiento y se intercambian los distintos niveles fílmicos.

Tamayo explica desde el principio su vínculo personal con el protagonista, el pederasta Lluís Gros. Lo conoce desde que era adolescente. De hecho, la gran singularidad de Cómo cazar a un monstruo es que es el pederasta quien contacta con Tamayo para que le ayude a demostrar su supuesta inocencia. Pero las investigaciones del youtuber le llevarán a una conclusión opuesta al encontrar aún más pruebas de su culpabilidad. Cómo cazar a un monstruo recuerda muchísimo lo extraordinario y perturbador Capturando a los Friedman de Andrew Jarecki, por la proximidad narrativa con el abusador, el retrato descarnado de la perversidad sin filtros y la forma de cuestionar las estructuras judiciales.

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Tamayo se aprovecha de la confianza que le deposita el pederasta, así como del narcisismo y la torpeza que exhibe. Pero no le miente. La perseverancia, la implicación personal y la capacidad de persuasión del periodista delatan al delincuente hasta unos niveles insospechados. Tamayo no sólo quiere explicar lo sucedido, sino que quiere intervenir en su resolución. Se convierte en la némesis de su protagonista, en una lucha latente de la que sólo uno es consciente. Hay secuencias de un impacto emocional inaudito, hasta el punto de que el youtuber debe aclarar a la audiencia que en ningún caso trabaja con cámara oculta. Pero la perversión, la grosería, la incompetencia y la maldad descontroladas de Gros lo descubren aún más. A medida que avanza la serie documental, el periodista está más impaciente por culminar su propósito, y desemboca en un final apasionante. El youtuber deja de lado las precauciones periodísticas más académicas para abalanzarse sobre el espíritu de justicia más cinematográfico, y evidencia las grietas del sistema legal y policial. Cómo cazar a un monstruo es incómodo ver, pero tiene la capacidad de mostrar las dinámicas de un pederasta y la ineficacia judicial que a menudo cuestan de comprender en tantas noticias terribles que vemos en los informativos.