David Trueba se refleja en Woody Allen
Movistar Plus+ ha destinado durante dos semanas un canal fugaz de la plataforma sólo a Woody Allen, donde ha emitido veintinueve de sus cincuenta películas. Como culminación de ese homenaje, lo han complementado con una entrevista de David Trueba al director. Un día en Nueva York con Woody Allen se desarrolla en las oficinas del cineasta. El programa comienza con un montaje visual donde el paseo solitario de Trueba por Manhattan se mezcla con escenas de las películas del director estadounidense, de tal modo que, desde el primer minuto, se hace efectivo un juego muy curioso: el de potenciar una mimesis entre los dos protagonistas. La analogía física se confirma cuando ambos directores se sientan uno frente a otro. El parecido de las monturas de las gafas, el peinado o el estilismo y las tonalidades de su vestuario crea la apariencia de espejo. Se fuerza el efecto doppelgänger, buscando una equiparación entre ambos personajes, construyendo una sintonía casi metafísica. Trueba comienza el programa aclarando sus intenciones periodísticas: “Woody Allen ha estado en los últimos años más presente en los medios de comunicación por conflictos personales que por su cine. Sin embargo, es su cine lo que nos ha traicionado a Nueva York para hablar con él”. Es una manera de advertir a los espectadores que no piensa hacer ninguna tentativa de interrogar a Allen por las acusaciones de pederastia, utilizando el eufemismo de los "conflictos personales" para diluir la parte más oscura del protagonista. El objetivo es estrictamente cinematográfico, pero es obvio que, sin embargo, todo el que la entrevista se siente con la necesidad de justificarse. Queda claro, pues, que se trata de una conversación de cineasta a cineasta, que comienza sin aspavientos de agradecimiento. Un breve saludo y la indicación fugaz del sillón donde debe sentarse Allen en una sala austera. De decorado, un ventanal con el paisaje del omnipresente Nueva York desde una considerable altura. Es como la alegoría de una mirada que ya ha adquirido perspectiva vital. Sin embargo, Woody Allen no pierde pistonada y parece arrancar la conversación mendigando un inversor para el próximo proyecto, adaptable a cualquier condición o ubicación geográfica. Trueba se mantiene en un papel de estricto preguntador, sin halagos gratuitos ni una actitud complaciente para caer bien al interlocutor. Más bien parece querer ganarse su confianza a partir de conversar estrictamente sobre lo que comparten: el amor por el cine. Trueba repasa su trayectoria profesional. La elección del lenguaje cinematográfico como recurso expresivo, las influencias del cine europeo y la mención de películas concretas que suponen un punto de inflexión en su carrera. Trueba, quizá por la venerable edad de su interlocutor, 88 años, en algún momento parece temer por su memoria. Cuando le pregunta por La rosa púrpura de El Cairo añade “¿La recorda?”, como si se planteara la posibilidad de que el director hubiera olvidado su propia película. Llama la interroga sobre el trabajo con los actores, el proceso fílmico, el amor y el crimen como argumentos eternos y universales, pero también por la magia como temática recurrente. Parece conocer todas las respuestas de sus preguntas. Sin embargo, el diálogo se convierte en una entrevista pausada y agradable, quizá demasiado convencional, con preguntas en las que Woody Allen no necesita pensar demasiado. La entrevista concluye preguntándole por el futuro del cine y el programa termina con un lamento algo azucarado sobre la evolución de este arte y Allen como fenómeno y final de etapa. Una conclusión con la dosis justa de drama para convertir la entrevista en una pequeña historia más de las que ocurren en Nueva York.