Faye Dunaway y Liz Taylor explicadas por sí mismas
Max estrena dos documentales sobre estas actrices en las que se da protagonismo a su propia voz
'Faye', dirigida por Laurent Bouzereau, y 'Elizabeth Taylor: las cintas perdidas', dirigida por Nanette Burstein
- En emisión a Max
"¿Y cuál es la peor persona con la que ha trabajado?", le preguntó una vez Johnny Carson en Bette Davis. "Sin duda, Faye Dunaway", responde sin pensárselo la actriz, que había coincidido con la protagonista de Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) en el telefilme La desaparición de Aimee (1976). El documental Faye, que ha estrenado Max este verano, recupera este momento de The Tonight Show, porque arranca incidiendo, precisamente, en la mala fama de Faye Dunaway en Hollywood. Un punto a favor de una película realizada con la complicidad de la propia protagonista, que habla de su vida y profesión en una larga conversación con el cineasta Laurent Bouzereau.
Las escenas de preparación de la entrevista confirman con humor que Dunaway no es una persona fácil. Pero también quieren hacer entender cómo esta actriz encarnó un nuevo modelo de estrella en el cine estadounidense de los años sesenta, una mujer que ejerce el control sobre la propia imagen y sobre los papeles que interpreta, y que no se arruga a la hora de encarnar a personajes complicados o negativos, como las protagonistas de Bonnie y Clyde, Chinatown (Permanece Polanski, 1974), la visionaria Network (Sidney Lumet, 1976) y la polémica Mamá querida (Frank Perry, 1981), mal recibida en su momento y ahora convertida en película de culto, en la que encarna nada menos que a Joan Crawford. Estos son los principales films que se comentan en Faye, al tiempo que la actriz se sincera sobre la maternidad (su hijo Liam Dunaway O'Neill es una presencia recurrente en el filme) o sobre su trastorno bipolar. La imagen rompedora y moderna de Faye Dunaway se ejemplifica con la mítica foto que le hizo su marido Terry O'Neill tras ganar el Oscar por Network, donde la vemos en actitud displicente en la piscina de su casa, en un ademán antagónico al que dictan las reglas del glamour y de la euforia post entrega de premios.
La última estrella del Hollywood clásico
También en Max se acaba de estrenar Elizabeth Taylor: las cintas perdidas, donde podemos repasar igualmente la vida y carrera de otra actriz legendaria desde su propia voz a partir de la recuperación de unas entrevistas de Richard Meryman. Si Dunaway supone la renovación del modelo de estrella de los años sesenta y setenta, Taylor encarna el último ejemplo de estrella prototipo del Hollywood clásico, que empieza a trabajar de pequeña en la Metro Goldwyn Mayer. La actriz explica las dinámicas de explotación de las estrellas infantiles, así como la sexualización cuando interpretaban, aún menores, papeles de jóvenes que son el objeto del deseo de hombres mucho mayores.
Taylor insiste en lo difícil que era para una actriz como ella conseguir buenos papeles, e incluso reniega con toda franqueza deUna mujer marcada (Daniel Mann, 1960), el filme por el que logró su primer Oscar, cuya concesión ella atribuye a que acababa de superar una operación que casi le costó la vida. Taylor supo brillar en un momento de cambio en elstar system de Hollywood. Ella misma explica la inseguridad que sintió cuando a Gigante (George Stevens, 1956) compartió reparto con los primeros grandes nombres del Actors Studio, como James Dean o Carroll Baker. Pero también puede presumir de ser la primera actriz en cobrar un sueldo de un millón de dólares, pero Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963), donde conoció uno de los grandes amores de su vida, Richard Burton, con quien tuvo una relación turbulenta, marcada por el alcohol, que acabó pareciéndose a la de la pareja de ficción que interpretaron juntos en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Mike Nichols, 1966). La calidad humana de Liz Taylor se confirma en cómo, en la última etapa de su vida, se implicó en la lucha contra el sida como ninguna otra estrella en Hollywood.