Los 'whatsapps' del fiscal ahora ya no interesan
El Madrid mediático tiene una gran capacidad de hacer sonar su música estridente durante semanas a partir de temas con menor sustancia que una canción de Georgie Dann. Un ejemplo para la posteridad habrá sido el asunto del móvil del fiscal general del Estado. Durante semanas los sospechosos habituales han estado haciendo sonar sus timbales de guerra con portadas en torno a los mensajes borrados por Álvaro García Ortiz al saber que sería investigado por la presunta filtración que afecta a la pareja de Ayuso. Se daba por sentado que se encontraría teca, fato, mandanga. Pero no fue el caso. Según explicaba la UCO de la Guardia Civil "no se han podido recuperar los mensajes […] que pudieran ser de interés para la investigación". Me parece una formulación muy calculada, porque permite a quienes han intentado cerrar, sin éxito, el cerco al fiscal general mantener la idea de que algo debió de haber. Una redactora de tribunales de un diario de derechas explicaba en su cuenta de X que no se encontró información comprometida en los mensajes "no porque no exista, sino porque no se pudo recuperar". Ay las: es que a todos los efectos es exactamente lo mismo, a no ser que hayamos dejado de creer en la presunción de inocencia. Hará más o menos pudor que haya borrado mensajes —y, francamente, tampoco resulta demasiado sorprendente—, pero si no puedes mostrarlos no tienes nada, sólo elucubraciones fruto de la frustración.
Esto explica que, después de tanto tiempo con el xunda-xunda de los whatsapps borrados, la noticia de que no ha aparecido ningún material comprometido sólo ha sido llevada, claro, aEl País. Quienes tenían los altavoces a todo trapo con el asunto han enmudecido de repente. Y queda un silencio incómodo, el de después de un linchamiento frustrado, con la aparente aquiescencia de un juez, por cierto.