HOMENOTES Y MUJERES

La Amancio Ortega del siglo XVIII

Procedente de una familia humilde, Erasmo de Gònima Passarell fue el gran impulsor de la industria textil catalana

David Valero Carreras
y David Valero Carreras

Nos encontramos en frente a un verdadero self made man del siglo XVIII. De Gònima construyó de la nada un gran imperio, al tiempo que dio el pistoletazo de salida de lo que acabaría siendo el sector textil catalán, el pilar de la economía nacional durante más de un siglo. Antes de la Revolución Industrial, de la máquina de vapor y del boom del algodón catalán ya había emprendedores, que fueron precisamente quienes sentaron las bases de la futura industria textil del país. Es el momento del sorpasso que da lugar a la prevalencia de la industria por encima del comercio, la actividad secular de los catalanes.

Sin duda, uno de los hombres clave de esta protoindustria es, como decíamos, Erasmo de Gónima, que a partir de unos orígenes humildes -su padre era un tejedor de lino de Moià- y gracias a su talento y perseverancia llegó a hacerse un hueco en los círculos de poder de Barcelona. Pese a la fortuna acumulada, nunca dejó de estar al pie del cañón en sus fábricas, circunstancia que, como veremos más adelante, tuvo consecuencias.

Cargando
No hay anuncios

Cuando llegó a Barcelona, ​​todavía un niño, se enroló como obrero en la fábrica de los hermanos Magarola, unos productores de indianas muy reconocidos de la ciudad. Su habilidad en la técnica de los colores le sirvió para prosperar hasta convertirse en director de la factoría. Una progresión que le permitió casarse, a los veinte años, con Ignasia Coll, hija de un reputado sastre de la ciudad. Poco después, en 1783 lo encontramos ya gestionando su propio negocio, situado en la calle Carme, en un emplazamiento que acabará siendo referente por la presencia de su envidiada mansión. Muy pronto el mercado local se le hizo pequeño y se embarcó en la exportación hacia las colonias americanas utilizando su propia fragata, la San Erasmo. Su crecimiento imparable le llevó a emplear a una cantidad ingente de trabajadores, entre ochocientos y un millar, y que su nombre fuera conocido en todas partes. Prueba de ello es que el monarca español del momento, Carlos IV, quiso conocerle y le organizaron una visita a la fábrica. Si la mansión de calle del Carme era motivo de recelo, todavía dio un paso más con el palacete que se hizo construir en Sant Feliu de Llobregat, al que a algunos llamaban Versalles (en la foto). Su época de esplendor coincidió con la Guerra de la Independencia y, aunque nunca se significó públicamente, sí había motivos para pensar que la causa francesa le despertaba simpatías.

Cargando
No hay anuncios

El dinero, la fama y las fiestas encontraban su contrapunto con el comportamiento filantrópico que también mostraba, como por ejemplo a través del Hospital de Sant Llàtzer -financiado por él- que estaba dedicado totalmente a los enfermos de lepra de Barcelona. También tenía por costumbre gastar cantidades muy generosas en lo que podríamos llamar obra pública, es decir, el mantenimiento de fachadas y pavimentos de las calles de la ciudad. Pero su ascensión hacia la cima de la sociedad también tuvo una cara más alejada del trabajo obsesivo y del espíritu benefactor, y es que a menudo le gustó comportarse como un verdadero nuevo rico, haciendo pública exhibición de su poder económico ante sus coetáneos. Esta faceta le valió las burlas del barón de Maldà, Rafael de Amat y de Cortada, cronista de la época a través del célebre Cajón de sastre. Las alusiones en tono de burla al fabricante son constantes en los escritos del barón, donde incluso aparece bautizado como Fantasma de Gónima. Mucho se ha escrito sobre esta relación de aparente desprecio del barón respecto a De Gònima, que en realidad podría esconder una cierta envidia obsesiva causada por la decadencia progresiva de la vieja aristocracia catalana ante el ascenso a los lugares de privilegio de la sociedad de toda una generación de fabricantes enriquecidos.

La voluntad de De Gònima de no abandonar nunca la realidad de la fábrica le acabó marcando su destino definitivo: el 30 de abril de 1821 una caldera de la factoría estalló y lo mató en el acto. Desaparecía así lo que muchos historiadores han considerado el personaje más representativo del fabricante barcelonés de su época.