Homenotes y danzas

El aristócrata del cemento que se divorció con la República

Darius Romeu Freixa (1886-1970) heredó Cementos y Cales Freixa con sólo 19 años

Entre 2005 y 2006 se produjo una de las ventas más sonadas del mundo empresarial catalán, cuando la cementera Uniland cambió de manos por primera vez a lo largo de su dilatada historia. La sociedad había sido propiedad desde su creación de dos familias, los Romeo y los Fradera. Los primeros vendieron su paquete a la firma irlandesa CRH a cambio de 300 millones de euros y pusieron el punto y final a más de un siglo de actividad en el mundo de los áridos. En 1901 el banquero Antoni Freixa Coma había adquirido una explotación en Santa Margarida y Els Monjos (Alt Penedès) que pasó a llamarse Cementos y Cales Freixa. Esta empresa acabó fusionándose en 1973 con Cementos Fradera para crear Uniland.

Cuando Antoni Freixa Coma, el fundador, murió (1905), la propiedad de la empresa pasó a manos de su sobrino, Darius Romeu Freixa, que era hijo de una hermana de él y del primer barón de Vivero. Por tanto, con sólo 19 años, el heredero inició su trayectoria en el negocio de la cal y también en el de la banca. Además, justo un año después de la muerte del tío, traspasó a su padre, por lo que pudo empezar a lucir el título de barón. Lo que no funcionó demasiado fueron los estudios, en los que Romeu tenía verdaderos problemas, hasta el punto de dejar inacabada la carrera de derecho. Era primo de otro empresario destacado del país, Santiago Trias Romeu (1879-1952), fabricante textil del sector del yute de quien hablamos hace cierto tiempo.

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Fuera de los negocios, Romeu se implicó de manera decidida en política y fue uno de los fundadores de la Unión Monárquica Nacional (1919), formación política donde se reunían élites monárquicas catalanas, como Alfons Sala Argemí (conde de Ègara ), Josep Maria Milà Camps (conde del Montseny) o José Enrique de Olano y Loyzaga (conde de Fígols). Pese a que con este partido Romeu logró ser concejal del Ayuntamiento de Barcelona (después de las elecciones de diciembre de 1920), nunca llegaron a ser una formación relevante del panorama político catalán. La proximidad ideológica de Romeu a los sectores más conservadores dio sus frutos durante la dictadura del general Primo de Rivera, dado que en ese período fue nombrado consejero de la Mancomunidad intervenida y, poco después, alcalde de Barcelona.

Su periplo al frente del Ayuntamiento de Barcelona, ​​entre 1924 y 1930, fue frenético, porque coincidió con la puesta en funcionamiento del metro de Barcelona (Gran Metropolitano, 1924) y de Ràdio Barcelona (1924 ), con la apertura de la Diagonal hacia Esplugues de Llobregat (en ese momento bajo el nombre de avenida de Alfonso XIII) y con la celebración de la Exposición Internacional (1929), de la que fue uno de los principales impulsores ocupando el cargo de presidente del comité organizador. Durante su mandato también es recordado porqué llevó a cabo políticas activas del fomento de la lectura, sobre todo en los barrios obreros.

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Con la llegada de la República, los medios catalanes fueron muy duros con Romeo, a quien a menudo se consideraba poco más que un traidor en el país por sus connivencias con el régimen de Primo de Rivera y por sus políticas en contra la lengua catalana. Eso sí, la nueva legislación republicana le sirvió para pedir el divorcio de su esposa, con la que mantenía una relación tormentosa. La pretensión fue atendida por el juzgado en 1936, casi un año después de realizar la petición. Pese a su considerable fortuna familiar, parece que no siempre atendió a las necesidades económicas de la exmujer.

Desde el período republicano, su actividad política mermó mucho y se centró en los negocios. Más tarde, ya con el franquismo, ocupó cargos empresariales de mucho vuelo, como el de presidente del Banco Hispano Colonial (entidad de la que era accionista) y de la inmobiliaria del grupo, Colonial. También formó parte del consejo privado del conde de Barcelona y fue miembro de la prestigiosa Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País.