El atentado en Fico y el latido crispado de Europa

El intento de asesinato del primer ministro de Eslovaquia, el populista y pro Putin Robert Fico, llega en un momento de máxima polarización política en el país ya tan sólo dos semanas de las elecciones europeas. Además de ser una terrible desgracia personal, el atentado es un síntoma más de una Europa cada vez más tensada, en la que los discursos de extrema derecha ganan terreno y cuotas de poder en medio de un gran desconcierto popular. Es un nuevo y grave aviso. Cuando la discusión pública sólo admite dialécticas simplistas, a favor y en contra, entonces se van rompiendo los puentes de diálogo y se abre la puerta a los extremos. Sean de perfiles individuales, como parecería el caso, o grupales.

La guerra de Ucrania, los efectos de la pandemia, la inmigración, la crisis climática, los debates de género y el desclasamiento de capas amplias de la población conforman un cóctel social e ideológico de gestión cada vez más difícil. Hace tiempo que se han diluido los consensos propios del estado de bienestar y de las democracias liberales. Las derivas autoritarias están a la orden del día, con particularidades nacionales diferenciadas, pero con aire común de crispación.

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Eslovaquia, a través de la figura de Fico, ha destacado en esta deriva iliberal polarizadora. Por supuesto, nada justifica el intento de magnicidio que ha sufrido el primer ministro, un atentado con supuestas motivaciones políticas que, sin embargo, parece más propio de un individuo desequilibrado. Juraj Citula, de 71 años, poeta, habría sido tanto un activista antiviolencia como un simpatizante neonazi y pro-ruso. Todo parece bastante contradictorio, y lo que denotaría es la condensación absurda en una misma persona de la tensión política ambiental.

Éste, pues, es el marco social y político en el que hay que leer el atentado contra Fico, líder de un partido socialdemócrata recientemente expulsado del grupo socialista europeo. Alguien que, como Orbán en Hungría, está en plena deriva putinista, desmarcándose del apoyo europeo a Ucrania y legislando para reforzar el control en los medios de comunicación y en las ONG. De hecho, en esta línea, ya han salido voces en Bratislava insinuando que el ataque habría sido incentivado desde los medios críticos con el gobierno, una acusación que busca manchar y culpabilizar a la oposición. Es decir, aprovechar la desgracia para profundizar en la división.

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Éste es el sincopado latido de los tiempos que recorre Europa, una palpitación que también está llegando a nuestras latitudes de la mano de la retórica xenófoba de Vox o Alianza, partidos que buscan culpables fáciles en la inmigración, sobre todo la islámica. Su veneno va penetrando en las mentalidades y conquistando espacios de decisión, por ejemplo, y muy cerca, a los gobiernos de la Comunidad Valenciana y Baleares. Si a esto le añadimos una realidad compleja fruto de las crisis recurrentes (la financiera del 2008, la pandémica y la de la guerra de Ucrania), que están debilitando las clases medias autóctonas, y aún sumamos las batallas culturales de rechazo de las diferencias (de género, religión o lengua), ya tenemos el caldo de cultivo para una fractura social creciente.