Crímenes

El doble asesinato en una iglesia que no era lo que parecía

En 1893, el cura de Castelldefels y su sobrina aparecieron muertos en la rectoría. Muchos se apresuraron a culpar a los movimientos anarquistas y hablaron de un robo, ignorando que se trataba de un caso de violencia de género

BarcelonaCastelldefels ha cambiado mucho, en un siglo. A finales del XIX, miraba de espaldas al mar, en parte por culpa de las marismas, que provocaban muchas fiebres entre los vecinos. Con apenas 300 habitantes, era un pueblo dedicado a la agricultura. Cierto es que algunos pueblos del Baix Llobregat ya iban cambiando de piel, entonces, con la llegada de las fábricas, pero el tiempo pasaba lentamente, en Castelldefels. Pero hace 130 años, el 26 de agosto de 1893, la villa sufrió un estremecimiento del que se hablaría durante décadas. “Han sido hallados dos cadáveres en la casa rectoral de Castelldefels, junto a la iglesia del castillo. Eran los cuerpos desangrados del cura Jacint Orta y su sobrina Rita Bosch. El primero había recibido 27 puñaladas y la joven tenía heridas de escopeta y otras de arma blanca”. En un pueblo de gente humilde que llenaba la iglesia, el asesinato de su cura provocó un fuerte impacto. La prensa barcelonesa siguió el caso, centrándose mucho en la figura de Jacint, cuando en realidad, para entender el caso había que hablar de Rita.

Si Castelldefels era un pueblo de campesinos que giraba alrededor del casco viejo, en lo alto de una colina de 60 metros de altura, en la vecina Barcelona se vivía una revolución. Una ciudad que crecía entre obras modernistas, chimeneas, humo, tranvías y movimientos obreros. La Rosa de Fuego del terrorismo político, de los policías que cometían crímenes, de los anarquistas y el primer catalanismo organizado. La ciudad de la bomba del Liceu, atentado que tendría lugar apenas pocos meses después del crimen de Castelldefels. Buena parte de la prensa conservadora pensó que los anarquistas debían estar detrás del asesinato del cura. Eran los años en los que el rosario de la aurora, la procesión en la que se cantaba el rosario por las calles a primera hora de la mañana, solía acabar con peleas con obreros y personas anticlericales. Si atacaban procesiones, quizás también podían asesinar a curas, pensaron muchos. Así que el caso de Castelldefels sirvió para atacar a los movimientos obreros.

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¿Pero era un crimen político? No hacía la pinta. De hecho, las autoridades se centraron en investigar el círculo de amistades de Rita al descubrir que la habían violado antes de matarla. Interrogaron a algunos jóvenes que la festejaban, pero parecían inocentes. Rita era joven y bonita. Nacida en Vic, había perdido a sus padres y mantenía correspondencia con un joven de Osona con el que quería casarse, pero el tío se negaba. Jacint Orta también era de Vic, ciudad de curas, pero vivía como una derrota ser enviado a un pueblo pequeño como Castelldefels. Llevaban menos de un año en la villa y Rita tenía algunos pretendientes. Jacinto, en cambio, no era muy simpático, siempre hablaba del día en que se marcharía de un pueblecito conocido entonces por sus enfermedades, provocadas por las marismas cercanas. Suerte tenía de la compañía de Rita, pero la chica quería hacer su vida. En el pueblo, todo el mundo estaba convencido de que era un "crimen de amor". ¿Pero quién era el criminal?

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Un juicio bajo presión

El 3 de septiembre, el juez municipal José Nomen fue a Barcelona por razones profesionales y vio por la calle a Joaquín Figueras, un joven de 23 años nacido en Fraga al que conocía del pueblo, pero que hacía semanas que no aparecía por ninguna parte. Figueras llevaba la mano vendada. El juez sospechó y con la ayuda de un guardia lo detuvo. Figueras se declaró inocente, pero lo juzgaron el 25 de junio de 1894 por doble asesinato y robo.

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En el juicio, se destacó que Figueras era un hombre "sin oficio ni beneficio, capaz de cometer abusos sexuales sobre la moribunda". La defensa aceptó que su cliente era el asesino, había violado a Rita y había atacado al tío cuando éste intentó defender a la chica. La defensa centró todo el caso en demostrar que Joaquín no era un ladrón, haciendo un listado de los objetos de valor que no había tocado. Si se demostraba que el crimen era un caso de violencia de género, Figueras podía evitar la pena de muerte, ya que según las leyes de la época, para acabar en el garrote vil había que haber cometido un crimen político o un robo con sangre. También el fiscal del caso, Antonio Tapia, ignoró la violación y asesinato de Rita, centrándose en el posible robo de un haz de dinero y hablando más de lo que significaba asesinar a un cura. Quería relacionar el caso con la opinión pública de la época. El atentado del Liceu, cabe recordarlo, se había producido entre el crimen y el juicio, así que Tapia habló "de una sociedad enferma y una epidemia moral", relacionando el crimen de Castelldefels con otros casos, como el atentado del mismo año en la Cámara de Diputados de Francia.

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Las autoridades condenaron a Figueras a muerte y decidieron que la ejecución tuviera lugar en Castelldefels, el día 19 de junio de 1895. Pero entre el juicio y la fecha de ejecución, las mismas autoridades de Castelldefels pidieron el indulto de Joaquín, viendo cómo buena parte del pueblo lo defendía. Parte de la opinión pública consideraba que no merecía ser ejecutado, aunque aceptaba que era el asesino y el violador. Otros lo querían ver muerto, pero no porque hubiera perseguido y violado a Rita, no. Querían hacer correr sangre para condicionar a la opinión pública contra los anarquistas. Entre unos y otros, ignoraron a la chica. El día de la ejecución, más de 8.000 personas se reunieron en Castelldefels, para ver cómo Figueras era ajusticiado al garrote vil frente al escenario del crimen, en la iglesia. Figueras pidió perdón antes de su muerte. El cadáver fue expuesto hasta la noche.