El empresario que hizo posible el Big Bang de la Revolución Industrial
Matthew Boulton renunció a la explotación infantil e introdujo la protección social de los trabajadores
Del bagaje por la escuela primaria, algunos de los conceptos que nos llevamos para siempre son enseñanzas como aquellas que dicen que Marconi inventó la radio, Graham Bell el teléfono y Watt la máquina de vapor. Después, con los pasos de los años descubrimos que las cosas no son exactamente así y nos enteramos de que el inventor oficial de la radio fue Nikola Tesla y el del teléfono, el italiano Antonio Meucci. También sobre James Watt han planeado las dudas porque algunos creen que los trabajos de Denis Papin fueron algo más que un estadio previo de la máquina de vapor y que, por tanto, el matemático francés merece ser reconocido como inventor. En todo caso, el escocés James Watt no habría ido muy lejos de no tropezar con Matthew Boulton, un empresario de Birmingham que transformó la patente de Watt en un objeto físico utilizable.
Matthew Boulton
1728-1809
Pero retroceda en el tiempo para entenderlo todo. El ingeniero escocés Watt estaba acostumbrado, desde muy joven, a construir todo tipo de trastos, sobre todo por encargo de la Universidad de Glasgow, hasta que creó el aparato que le cambiaría la vida y que provocaría una revolución industrial: la máquina de vapor. Como hemos dicho antes, este artilugio no había salido sólo de la cabeza de Watt, sino que el escocés fue el último eslabón de una cadena de inventores iniciada ya en la época del Imperio Romano. En cualquier caso, tener una idea y una patente quedaba lejos de tener una máquina utilizable en la industria y es aquí donde aparece nuestro protagonista, Matthew Boulton, un empresario metalúrgico de Birmingham. Él fue quien proporcionó la financiación y las influencias necesarias a Watt para sacar adelante el proyecto definitivo de máquina de vapor, además de negociar con las autoridades una renovación de la patente que había conseguido Watt en su día y que estaba lista de caducar.
Unos tres lustros antes de conocer a Watt, Boulton había puesto en marcha la que sería su gran fábrica (1762), la explotación industrial de Soho (Birmingham), probablemente la mayor factoría del mundo donde se producían toda clase de utensilios del metal con técnicas muy modernas. Los negocios le vendían por herencia, porque su padre ya había sido un pequeño productor del sector del metal que murió prematuramente y le legó la empresa. Los productos de mayor gama alta eran todos los relacionados con la plata y que estaban sólo al alcance de las clases adineradas. También incorporó toda una serie de medidas de las que sería pionero: la protección social de los trabajadores mediante coberturas de enfermedad, accidente y defunción, además de diseñar las estancias donde se trabajaba para que fueran lo más higiénico y ventiladas posible. Cabe reseñar que renunció a la mano de obra infantil, una decisión insólita en aquellos tiempos. Un aspecto clave del propósito de Boulton era dejar de fabricar productos de escasa calidad –lo que se hacía en Birmingham tradicionalmente– y apuntar hacia la excelencia.
Las aplicaciones iniciales de las muchas máquinas de vapor que el tándem comercializó (vendieron cerca de quinientas, un éxito absoluto) fue, sobre todo, la minería y las fábricas de todo tipo, pero donde destacaron del todo va estar en el negocio de la acuñación de moneda, en el que Boulton logró el contrato con el gobierno para fabricar las monedas del Reino Unido. La factoría de la que salían las monedas era el Soho Mint, ubicado dentro de su centro producción de Birmingham. El motivo de la implicación de Boulton en este sector fue la profunda crisis en la que se encontraba la acuñación de monedas debido al ingente volumen de piezas falsas que circulaban por Inglaterra. No sólo fabricó monedas para su país, sino que tuvo como clientes a la Compañía de las Indias Orientales, Rusia y algunos países africanos.
Las inquietudes de Boulton iban mucho más allá del mundo industrial. Prueba de ello es que en 1765 creó la llamada Lunar Society, un grupo de personajes de elevado nivel cultural y científico que se reunían las noches de luna llena para debatir sobre los asuntos que les interesaban. Aunque hay escasa documentación sobre esta sociedad, parece factible que su existencia se prolongara incluso más allá de la vida de Boulton (algunos historiadores consideran que la entidad no cesó sus actividades hasta 1813).