El escritorio de la Casa Blanca a prueba de naufragios

Los últimos presidentes norteamericanos han trabajado sobre una mesa hecha con la madera del 'Resolute', una nave británica que quedó atrapada en el Ártico en el siglo XIX

El 10 de septiembre de 1855, el ballenero norteamericano George Henry avanzaba por la costa de la isla de Baffin de regreso hacia el puerto de New London, Connecticut, con el rabo entre las piernas. El capitán, James Buddington, no había tenido suerte. Después de semanas navegando, no había conseguido abrirse paso por el estrecho que separa la costa canadiense y Groenlandia, así que ordenó dar media vuelta. Fue entonces cuando vieron un barco atrapado en el hielo. Nadie respondió a las señales de George Henry, así que Buddington dio la orden de ir rompiendo el hielo para acercarse a la misteriosa nave. Tardaron cinco días en llegar. Cuando los marineros norteamericanos pudieron subir a la nave, no encontraron a nadie. Era un barco fantasma, con botellas de vino llenas y comida en los platos. Removiendo papeles, descubrieron que era el HMS Resolute, una nave británica.

El HMS Resolute había formado parte de una expedición que intentaba descubrir qué había pasado con Sir John Franklin, un explorador desaparecido con sus 128 hombres unos años atrás, mientras intentaba localizar un paso navegable entre el Atlántico y el Pacífico al norte de Canadá. Franklin había salido de Inglaterra en 1845 con dos barcos, el HMS Terror y el HMS Erebus, en busca de aquella ruta que tenía que servir para crear nuevas vías comerciales, un pasaje que se había convertido en una obsesión para muchos exploradores. Pero no volvieron nunca. Durante dos años, la mujer de Franklin movió cielo y tierra y contactó con políticos y escritores para conseguir apoyos para organizar una expedición de rescate. Lo consiguió. Y, para hacerlo, la marina británica compró naves comerciales preparadas para navegar por la Ártico, como el Ptarmigan, que fue rebautizado como HMS Resolute

Cargando
No hay anuncios

La expedición de la cual formaba parte el Resolute encontró los restos de un campamento de la expedición de Franklin en la isla de Beechey, hecho que parecía probar que, atrapados por el hielo, los marineros del HMS Terror y el HMS Erebus habían abandonado los barcos y habían iniciado una travesía a pie por encima del mar helado para buscar ayuda. Así pues, se organizó una nueva expedición en 1852 liderada por el capitán Edward Belcher, con una doble misión: buscar a Franklin pero también un segundo barco británico perdido, el HMS Investigator del capitán Robert McClure. A Franklin no lo encontraron –todavía hoy en día no se sabe cómo murió–, pero el teniente Bedford Pim atravesó 200 km en trineo y contactó con McClure, que llevaba tres años atrapado con su barco en el hielo. Los supervivientes del Investigator pudieron llegar al HMS Resolute, que también había quedado atrapado por el hielo. Juntas, las dos tripulaciones pasaron todo un invierno esperando, pero al ver como con el paso de los meses la nave seguía atrapada, decidieron abandonarla. Una nave de carga, el HMS North Star, devolvió a Londres a los supervivientes. La expedición de Belcher había perdido cuatro de sus cinco barcos, pero había rescatado a McClure. Cuando llegaron a Inglaterra en el otoño de 1854, a buen seguro que no pensaban que volverían a ver el Resolute, al cual habían dejado abandonado, pensando que el hielo acabaría por tragárselo.

Pero después de más de un año abandonado, el Resolute fue descubierto por el ballenero norteamericano, cambiando la suerte de su capitán, James Buddington, que dedicó 13 semanas a reparar la nave británica pensando que podrían sacarle un beneficio económico si la podían llevar hasta Connecticut. La Nochebuena de 1855, el HMS Resolute llegaba al puerto de New London. Buddington no podía ni imaginar que aquel viaje acabaría en la Casa Blanca de Washington.

Cargando
No hay anuncios

Llegado a puerto, Buddington se vio sumido en una batalla legal sobre quién tenía los derechos sobre el barco, puesto que todavía era propiedad de la marina británica. Entonces, cuando una nave abandonada era rescatada, la ley británica daba ciertos derechos al capitán del barco rescatador. En cambio, la ley norteamericana daba los derechos a la empresa propietaria del barco rescatador, hecho que enemistó Buddington con sus socios. Además, el gobierno británico insistía en recuperar su nave justo en un momento en el que las relaciones entre Londres y Washington eran pésimas. No hacía tanto de la guerra del 1812, cuando las tropas británicas habían prendido fuego a la Casa Blanca después de ocupar Washington. En el Reino Unido, todavía dolía la independencia norteamericana. En Washington, la herida de 1812 no se había cerrado.

El senador de Virginia James M. Mason, pues, tuvo la idea de utilizar aquel barco perdido para crear un puente con Londres. El junio del 1856 el Senado votó una propuesta suya según la cual el gobierno de los Estados Unidos se comprometía a comprar la nave para regalársela a Londres en señal de buena voluntad. Dicho y hecho. Ahora bien, como no quedaba claro quién tenía los derechos sobre el HMS Resolute, si el capitán Buddington o la empresa para la cual trabajaba, al final el gobierno de Washington no tuvo que pagar ni un dólar. El 13 de noviembre de 1856 el HMS Resolute dejó Nueva York camino de Portsmouth, donde llegaría el 12 de diciembre lleno de regalos y cartas de buena voluntad de los norteamericanos y donde sería recibido por miles de británicos. Incluso la reina Victoria visitó el barco, satisfecha.

Cargando
No hay anuncios

El Resolute quedó en el puerto de Portsmouth y fue envejeciendo poco a poco, hasta que en 1879 la marina británica decidió que sería desguazado. Pero la reina Victoria no había olvidado el gesto de los norteamericanos y encargó que con la madera de roble del HMS Resolute se hicieran tres escritorios. Y uno de ellos tenía que ser entregado al presidente de los Estados Unidos, Rutherford B. Hayes. El escritorio era obra de carpintero William Evenden, que seguía un diseño de la empresa Morant, Boyd, & Blanford, que había ganado un concurso público. La reina Victoria sabía que el escritorio, entregado en 1880, no dejaba de ser un símbolo de unos nuevos tiempos, en los que británicos y norteamericanos se dejaban de ver como enemigos.

Cargando
No hay anuncios

El regreso a los Estados Unidos

Desde entonces, el escritorio siempre ha estado en la Casa Blanca. Primero, en diferentes salas de la segunda planta del edificio, donde se firmaron tratados importantes como el de 1899 en el que España aceptaba renunciar a la soberanía sobre Cuba, las Filipinas y Puerto Rico. Después se convirtió en el escritorio del despacho privado del presidente, donde Franklin D. Roosevelt pidió una pequeña modificación: abrir una puertecilla para que pudiera guardar las férulas que llevaba en las piernas (no podía andar). En 1952, bajo la presidencia de Dwight D. Eisenhower, el escritorio se envió a una nueva sala que servía para hacer discursos de radio. Eran nuevos tiempos, con presidentes que hablaban directamente a sus ciudadanos leyendo discursos sobre aquel imponente escritorio de madera. Pero duró poco. Aquella sala cayó en desuso con la llegada de los nuevos estudios de televisión y sobre el escritorio se fueron acumulando viejos aparatos eléctricos y mucho polvo. Fue así hasta 1961, cuando lo redescubrió Jackie Kennedy, que le propuso a su marido que lo usara como escritorio en el Despacho Oval, añadiéndole una plataforma inferior para elevarlo algo más del suelo, mientras los hijos de los Kennedy usaban la puertecilla encargada por Roosevelt para jugar.

Cargando
No hay anuncios

El destino andante del escritorio continuaría después del asesinato de Kennedy, puesto que se convirtió en una de las estrellas de una exposición itinerante con objetos personales del presidente. No volvería al Despacho Oval hasta 1977, cuando así lo pidió Jimmy Carter. Y ya no se ha movido, excepto del 1989 al 1993, cuando George H.W. Bush prefirió el escritorio C&O, hecho por una empresa de Ohio, uno de los seis escritorios usados por presidentes de los Estados Unidos en el Despacho Oval. Bill Clinton, sin embargo, optó por recuperar el escritorio del Resolute. Y todavía está allí. A pesar de que cada nuevo presidente puede decidir cómo redecorar el despacho, el escritorio se ha convertido en uno de los pocos puntos en común entre Obama, Trump y Biden. Donde hasta hace poco Trump pedía una coca-cola con un botón rojo, ahora Biden inicia una nueva época, firmando decretos sobre una madera que sobrevivió al hielo ártico.