El espacio escondido bajo el Mercado de Sant Antoni donde los vecinos encuentran ayuda
Particulares y entidades participan de un espacio culinario autogestionado para tejer red vecinal y promover la soberanía alimentaria

BarcelonaEscondida bajo el mercado del barrio, la cocina comunitaria de Sant Antoni es un punto de encuentro donde cada día de la semana ocurre algo diferente. Se preparan comidas para la ONG Vecino a Vecino, se elaboran meriendas para la guardería del barrio, se enseña cocina a niños de las escuelas cercanas, se organizan encuentros de vecinas para conversar sobre temas que les preocupan… En definitiva, se encaben muchos proyectos en el barrio. Desde septiembre de 2023 el espacio es gestionado por la Federación de Entidades de Calabria 66, una suma de colectivos y vecindario que se encargan de que sea un espacio diverso y dinámico.
Empezar y acabar la semana rompiendo estereotipos
Hoy el olor a sopa llena la cocina. Davia, habitual en el espacio comunitario, se encarga de hacer harira, un plato típico de Marruecos. Pone pollo, arroz, tomate, cebolla, ajos, zanahorias, raso-alhanut y un largo etcétera de especias más. Mientras hierve, pela y corta patatas, aunque ella no probará nada porque hace el Ramadán.
En la mesa central de la cocina se organizan ingredientes para tartas de pera y masa para buñuelos, todo bajo la supervisión de Pilar, voluntaria habitual que ha venido a echar una mano. Jay celebra en un castellano bañado de acento inglés que la mezcla para el pastel le ha quedado bien y vuelta por la cocina dando saltos enseñándolo a todo el mundo. "Quiero aprender todos los pasos para hacer buñuelos", anuncia Daniela a Pilar mientras rompe un huevo.
Los lunes y los viernes en la cocina se lleva a cabo el proyecto Comemos juntos, una iniciativa de la Fundación Àmbit Prevenció con la cocina comunitaria de Sant Antoni donde personas que viven en la calle comparten algo más que comer. "Queremos crear comunidad y romper estigmas, queremos que realmente sea una cocina intercultural, queremos una cocina para todos, abierta a todo el mundo, que sea el chup-chup del barrio. Para conseguirlo es necesario que el vecindario conozca las diferentes realidades del barrio, porque el desconocimiento genera miedo y rechazo", asegura Carme Vinyeta, coordinadora de la cocina.
"Cuando nos encontramos preparamos recetas, comemos juntos, recogemos y limpiamos, y al terminar hacemos un café y petamos la charla. Son ratos de calidad que pasas con alguien que se interesa por ti", comenta Loreto, voluntaria y asidua en diferentes proyectos de la cocina. Con el piercing en la nariz a conjunto de su pelo azul, explica que las personas que están en la calle son desconfiadas por todo lo que les toca vivir. "Pero cuando vienen aquí saben que pueden dejar las chaquetas y no pasa absolutamente nada, o compartir el tabaco. Salen de aquí con una mochila de cosas buenas, hacemos una suerte de vínculo y saben que no están solos", añade.
Comer, cocinar, mirarse
"La idea es compartir este espacio comunitario, donde cada uno aporta un poquito los conocimientos de cocina que tiene y donde las personas usuarias pueden compartir sus vivencias o cómo están ese día", comenta Natalia Lanzas, técnica de intervención en el Centro de Acogida Diurno de la Fundación Ámbito Prevención. Lanzas está muy satisfecha con cómo está funcionando la iniciativa, y asegura que la práctica de comer en la cocina comunitaria cambia radicalmente para estas personas respecto a los comedores sociales a los que suelen ir, puesto que "aquí cocinan y forman parte de la experiencia completa". Hace pocas semanas también han empezado a incorporar a la actividad la compra de ingredientes en el mercado, donde suben y se abastecen de lo que necesitan para cocinar ese día. "Creemos que así hacemos más barrio, que las participantes pueden conocer vecinos y vecinas y paradistas del mercado y que las personas en situación de calle comerán alimentos de mayor calidad".
"La cocina me ayuda, y no solo la cocina, sino las personas como Isa y Natalia, que tienen mucha empatía con nosotros. Pero para mí personalmente la cocina me ha sido de mucha ayuda para trabajar la paciencia, que no tengo mucho…", reconoce Harys. Lleva cinco años viviendo en Barcelona, los dos últimos al raso. Actualmente duerme en la montaña de Montjuïc y participa del Comemos juntos siempre que puede. De bajada tarda algo menos de media hora, pero de subida son tres cuartos, porque está arriba. "De todas formas, participo de muchos espacios y eso me mantiene la cabeza ocupada, aprendiendo cosas. No me quedaré de brazos cruzados, no he venido para ser un mantenido y un parásito", afirma.
La situación de las personas que viven en la calle condiciona su participación en actividades y espacios como cocina. Cuando llueve quizás no tienen cobijo, las pueden echar de donde están, cambian de sitio a menudo, les pueden robar las pertenencias, quizás no tienen móvil o alarma para llegar puntuales, el turno de ducha se alarga y hacen tarde… Son muchas las cosas que les pueden pasar, pero Lanzas asegura que el compromiso con el proyecto es firme y que "se ha convertido en él".
Harys asegura que le gusta comer, pero lo que más le gusta son los momentos de sentarse alrededor de la mesa y mirarse a los ojos con el resto de compañeros y compañeras. "Me gusta esa cosa bonita de compartir una comida, que creo que todos en algún momento la hemos vivido en nuestros hogares", dice.
'Cocina abierta', cocina de vínculos
Es miércoles por la tarde y la cocina se va llenando paulatinamente. Las primeras usuarias llegan puntuales a las cuatro de la tarde y se sientan a charlar alrededor de la mesa principal. Comentan que por fin tienen arregladas las dos batidoras que se habían estropeado. "Pasa mucha gente, por ahí, y se habían recalentado", comenta Pilar. Las han llevado a Mejor que nuevo, un programa del Área Metropolitana de Barcelona que fomenta que los objetos no se tiren hasta que realmente hayan agotado su vida útil.
La Cocina abierta es una actividad con mucho éxito y se repite cada miércoles. Una quincena de personas se reúnen para cocinar, charlar, compartir momentos y practicar catalán. "Trabajamos mucho la soledad y la intergeneracionalidad, porque viene gente muy joven y gente mayor, y con ello creamos una experiencia única", explica Vinyeta. Más allá de la receta que toca cada semana, lo que destaca la coordinadora es que cada uno aporta su forma de ser y hacer, y se comparten momentos de complicidad. "A través de la cocina se crean unos vínculos muy bonitos, por eso decimos que la cocina es la excusa", añade.
"Te guste cocinar o no, al final acabas cortando cebolla o haciendo lo que sea, y eso ayuda a mucha gente mayor que quizás no tiene nadie en casa, y otras personas aprovechan el rato de cocinado para aprender catalán. Es una cocina para todos", reivindica Pilar, usuaria desde el principio. Además, asegura que a ella la cocina le ayudó a salir de casa.
"Yo vengo porque me entretengo. Me lo paso muy bien con todos los grupos. En la cocina hay mucha gente, soy del barrio, y me han apoyado cuando lo necesitaba. Son una gente extraordinaria", dice Josep Maria. Asegura que pasa por la cocina varios días a la semana y se ofrece a echar una mano donde sea necesario. Protesta medio en broma porque no le dejan beber refrescos azucarados dentro de la cocina, pero está contento de haber encontrado ese refugio donde ocupar horas del día y conocer a gente.
"A mí me gusta funcionar asambleariamente, y aquí no hay relación de poder, lo hacemos todo entre todas, y gracias a participar en este espacio algunas personas entenderán que se puede funcionar así bien", comenta Loreto. "Si no sabes cocinar, pues pelas cebollas y barajas, ¡ningún problema!", añade.
Ousman participa en la cocina comunitaria los martes y miércoles. Lo hace porque se hacen amistades y socializa. "Cuando vengo estoy más contento, la semana mejora. Hacemos recetas que nos gustan con lo que tengamos ese día y las hagamos en comunidad, y las comemos o las dejamos para otro día o para quien venga después", explica. Ahora bien, el día que toca cocinar con queso no se le ve por la cocina, porque no le gusta nada.
Arremangarse para cocinar en equipo
Empiezan a descubrirse ingredientes que formarán parte de las dos recetas de hoy. Está el grupo de la sopa filipina, donde unas personas cortan zanahorias en juliana y otras apio en rodajas. Las cebollas, en trocitos pequeños, y las judías verdes por la mitad. "¡Esto es un trabajo!", protesta alguien de fondo. El grupo que hace las galletas de coco se encarga de mezclar todos los ingredientes en un cuenco grande procurando medir todas las cantidades según las indicaciones de Pilar, ya que la receta es suya. Acabarán saliendo más de 50 galletas y las esparcen por la superficie de aluminio para que se enfríen y queden duras. "Cuando están calientes son blandas y no quedan tan bien", advierte Pilar.
A medida que todo el mundo tiene las elaboraciones en marcha, Carme lo aprovecha para repasar en voz alta las actividades de los próximos días en la cocina comunitaria. Después y como si nada, se ocupa del pollo que irá dentro de la olla para hacer el caldo de la sopa. A continuación, las verduras y un buen trozo de jengibre entran en el baile de la olla con el pollo y hierven durante rato.
Poco antes de que se acabe de cocinar la sopa, el grupo pacta qué quieren cocinar la próxima semana, y parece que hay consenso para hacer sopas de ajo, con las que aprovecharán el excedente de pan que hay en el barrio, y una torta de chicharrones con la excusa del Carnaval. Ousman respira tranquilo porque el día que viene tampoco se cocinará nada con queso.
Los jueves, un poco de todo
Los jueves son un día especial en la cocina comunitaria, porque cada semana es distinto. Es el día comodín, en el que se enmarcan actividades variadas con el mismo objetivo de seguir creando hermandad. Las voces en el plato, por ejemplo, es un encuentro donde se cocinan y catan sopas de todo el mundo. Un acto de promoción de la interculturalidad y respeto por las diferentes culturas y costumbres de los vecinos y vecinas del barrio. Cocina peruana, china, filipina… todas las gastronomías tienen cabida los jueves y, además de cocinar, el espacio se convierte en un sitio para conversar sobre los retos y oportunidades que ofrece la diversidad cultural.
Los jueves también se hacen los Meriendas en catalán, organizados conjuntamente con el Consorcio para la Normalización Lingüística. Una actividad donde quien quiera puede pasar la tarde charlando y practicando el catalán y donde cada uno se lleva su merienda.
Y el tercer jueves de cada mes toca el proyecto Vecina, baja la silla, una iniciativa en la que las vecinas del barrio se preparan un tema de conversación que puede interesar a las demás vecinas del barrio. Y aunque este día no se corta, ni se fríe ni se hierve nada, se elige la cocina como lugar de confidencias, "porque antiguamente todo pasaba en torno a los fogones, es un espacio de complicidad entre mujeres", aclara Vinyeta. "Es un espacio de cuidado donde se sienten seguras, porque también vienen algunas mujeres que han sufrido violencia, y éste es un espacio muy tranquilo", añade. ¡Y que no cocinen no quiere decir que no coman! Las personas de la Cocina abierta siempre intentan dejar alguna cosita para picar al día siguiente.